En relación a los últimos acontecimientos ocurridos en Gaza, donde la población está siendo masacrada sin piedad por el ejército israelí, y teniendo en cuenta el importante papel del racismo en este tipo de conflictos, me gustaría compartir mi reflexión al respecto.
La globalización, entendida como la expansión a escala planetaria del sistema de consumo capitalista, está produciendo una continúa homogeneización cultural al mismo tiempo que se nutre de ella, erosionando hasta la muerte las distintas identidades culturales que dotan a la esfera de su mayor riqueza. Esto implica una sustitución de los roles de las distintas culturas por otros ya establecidos por la cultura de masas (descendiente de la moral occidental judeocristiana), suprimiendo los positivos e intensificando o conservando los negativos según el caso. No supone bajo ningún concepto una disminución de los posibles prejuicios raciales de cada cultura, sino su intensificación y/o focalización hacia los grupos étnicos más molestos para los intereses de las grandes potencias.
Este hecho se ve perfectamente reflejado en los mass media y la industria del entretenimiento, (véase la ingente cantidad de superproducciones y videojuegos sobre las guerras de Vietnam, Iraq, la segunda guerra mundial etc) como ocurre con cualquier tipo de prejuicio, rol o estereotipo mínimamente beneficioso para el sistema de mercado. Es base indispensable de su funcionamiento, una muy eficiente herramienta tanto para legitimar las instituciones opresoras que le sirven de defensa (fuerzas policiales, jurídicas, estatales, militares etc), como para justificar la explotación y exterminio que llevan a cabo sobre las minorías étnicas o los pueblos más indefensos y, al mismo tiempo, mantener divididas y enfrentadas a las clases oprimidas en su lucha contra las clases opresoras.
Nos encontramos, pues, en la mayoría de los casos, con nuevas generaciones que, una vez perdido su sentimiento de pertenencia a la cultura de su país/región, conservan los prejuicios raciales de la misma y/o reproducen los promovidos por el capital, siendo cómplices inconscientes del paulatino empobrecimiento cultural humano, y, por tanto, de las atrocidades cometidas por las grandes potencias y corporaciones contra las desheredadas.
Israel con Palestina, China con el Tibet, Marruecos con el Sáhara, Turquía y sus amiguetes de Oriente Medio con Kurdistán y un largo etcétera. Denunciar las prácticas contra las naciones oprimidas debe significar denunciar la globalización. Socavar el monopolio capitalista de la cultura. Sólo así será posible acabar con cualquier actitud y práctica contra la igualdad de derechos del conjunto de la humanidad.