Atrás quedaron las grandes rebeliones, insurrecciones y revoluciones de carácter obrero y popular. Ya no volverán las viejas glorias de ambientes de alta crispación social, grandes centrales sindicales, huelgas masivas, autogestión obrera a gran escala… Hoy en los países capitalistas avanzados, encontramos frecuentemente protestas en los bares que pocas veces van más allá. Estamos actualmente ante un panorama caracterizado principalmente por la alta movilidad, la gentrificación, el consumismo masivo, grandes flujos de información, y la tercialización de la economía. Ahora con la crisis en la que, de nuevo, es la clase trabajadora quienes estamos pagando los platos rotos y no estamos respondiendo de manera contundente ante todos los atropellos de la clase dominante.
Y nos preguntamos ¿por qué no hemos estallado? ¿Por qué mucha gente se da cuenta de que le están robando pero sueltan un “qué le vamos a hacer” o diciendo vagamente que debamos sacar las metralletas y al final acaban aceptando resignadamente su situación? La primera respuesta, aunque muy corta, que se me viene a la cabeza es la pasividad generalizada. Luego, al profundizar un poco más, doy con la indefensión aprendida, este estado psicológico en el cual las víctimas aceptan su destino resignadamente creyendo ciegamente que no pueden hacer nada para paliar su sufrimiento ni cambiar su situación. No obstante, estas primeras respuestas quedarían incompletas si no tenemos en cuenta el predominio del individualismo burgués, y por consiguiente, la atomización, en esta sociedad. A ello le podemos sumar que frente a la problemática social y estructural, desde la clase dominante nos propongan soluciones individuales culpando a los individuos de ser culpables de su propia miseria, y por tanto, “que cada cual se busque la vida”. En la práctica, esto se traduciría en un “sálvese quien pueda” en que la mayoría perece en el camino y muy poca gente, a base de pisotear al resto, consiga escalar puestos en esta sociedad de clases, perpetuando así el status quo.
Si continuamos indagando, daríamos con las claves determinantes que responderían más acertadamente a las preguntas serían: la destrucción del tejido social en la mayoría de los barrios obreros, la descomposición de los campos y, por consiguiente, la atomización e individualización de la sociedad. No nos olvidemos de la neutralización de los grandes sindicatos de la era industrial provocada por la tercialización de la economía en los países capitalistas avanzados que supuso una serie de reestructuraciones y reconversiones ocasionando las deslocalizaciones, la entrada de las ETT y el trabajo cada vez más temporal y precario en el sector servicios. Por otro lado, la implantación del Estado del bienestar y el asistencialismo terminaron por destruir prácticamente cualquier atisbo de organización obrera y revolucionaria. La mayoría de los sindicatos quedaron domesticados y convertidos en gestoras de conflictos laborales, así como muchas las asociaciones vecinales dejaron de ser herramientas para la reivindicación política en los barrios. De igual manera, el reformismo socialdemócrata y socioliberal tampoco deja de ser un sedante contra las ideas revolucionarias.
Pero no todo está perdido. Hay sectores de la población que se están dando cuenta de que sí hay posibilidades de cambio y comienzan a organizarse y luchar. Ante la crisis estructural del capitalismo, la sociedad comienza a polarizarse y ello implica un aumento de la conciencia política y la necesidad de articular respuestas de manera colectiva, superando el individualismo burgués y llevando a la práctica valores como el apoyo mutuo, la solidaridad y las estructuras asamblearias. Esto es algo positivo, aunque ideológicamente no se adscriban al anarquismo. Paralelamente, no podemos olvidar que también el anarquismo comienza tímidamente a salir de la marginalidad.
Pese al aumento de la protesta social, si no vemos en ella una manera de incidir en ella para radicalizarla, lo más probable es que dicha protesta derive en el reformismo estéril y asimilable por el sistema. Los y las revolucionarias y concretamente los anarquistas, deberíamos haber estado y estando en primera línea a pie de calle, organizándonos, creando o fortaleciendo estructuras asamblearias para la lucha de clases, etc. Ante este panorama, no sería muy acertado ir dando palos de ciego lanzándonos al espontaneísmo y la destrucción por la destrucción. Como en todos los acontecimientos históricos y sociales, todo tiene antecedentes, procesos y dinámicas sociales en medio que juegan un papel importante y que debemos comprender para poder caminar hacia una transformación social radical. Aun así, solo el crecimiento cuantitativo no ocasionaría un estallido social. Por supuesto, la creación de tejido social es esencial y necesario, como un primer paso para construir un movimiento revolucionario, pero falta la orientación política para permitir el avance en las luchas y que esas luchas tengan continuidad.
Aun con todo lo mencionado, queda una laguna por resolver. Ya han habido estallidos sociales durante la historia reciente. Cabe mencionar algunos como los disturbios en Francia en el 2005 por la muerte de unos menores de edad al escapar de la policía, el diciembre del 2008 en Grecia por el asesinado de Alexis Grigoropoulos a manos de la policía, Londres en 2012 por el asesinato policial de Mark Duggan, Gamonal en enero de este año o los disturbios por la demolición de Can Vies. ¿Fueron realmente espontáneas y sin haber un tejido social detrás? No expresamente. En todos esos acontecimientos hubo detrás una serie de antecedentes que ocasionaron el descontento generalizado, sea la marginación social, el racismo, la brutalidad policial, la miseria, el acoso del Estado, etc que junto con un sentimiento colectivo que unan a esas personas que sufren estos problemas, conformaron un caldo de cultivo inflamable, el cual, bastaba solo una chispa para que todo estalle. No obstante, algunos de estos estallidos sociales no han derivado en una situación de alta crispación social porque falta la articulación de una clara orientación política que lleven esos estallidos a ser puntos de partida para seguir una lucha continuada contra el capitalismo.