El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción, que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes.
Sylvain Timsit. Las 10 estrategias de manipulación mediática.
Estoy atónito ante el tácito silencio y la parca información que los medios de comunicación españoles, sobre todo televisivos, pero también digitales y escritos, han procurado a un acontecimiento nada irrelevante para con nuestro futuro o el de nuestros hijos e incluso nietos. Y es que el parlamento alemán (el conocido y todopoderoso Bundestag), tras elevar la edad de jubilación hasta los 67 años, ha introducido recientemente un nuevo componente para la discusión: la permisión por parte del Estado para que los trabajadores puedan retirarse libremente, esto es, cuando quieran, pudiendo alcanzar su voluntad, en principio, hasta los 80 años. La propuesta ha sido realizada nada más y nada menos que por la izquierda gubernamental alemana, concretamente ha sido el socialdemócrata Wolfgang Clement, otrora ministro alemán de Economía, el que ha promulgado las bondades que esta medida tendría para la competitividad alemana. Y diréis: ”Bueno, mientras sea una opción a elegir por la persona, ¿cuál es el problema?”. Os responderé con otra grotesca declaración del mismo individuo: ”Deberíamos lanzar señales que estimulen la continuidad laboral más allá de los 70 años”, y continúa: ”Tenemos que enfrentarnos al hecho de que es necesario que los alemanes trabajemos durante más años. Es la consecuencia lógica del cambio demográfico. Con jubilarnos a los 67 no alcanzamos. Quien quiera y pueda debe seguir trabajando hasta los 75 e incluso hasta los 80”. Es decir, en primer lugar se ha de machacar a la persona, a ser posible desde niño, con que no es malo trabajar hasta edades octogenarias, que el trabajo siempre dignifica a la persona, que es necesario para la nación, etcétera., para después, y para más burla a la intelectualidad humana, decir que será una decisión ”libre”; aun cuando, y creo que será así, se imponga tarde o temprano en forma de ley o norma.
Dejando a un lado las típicas incoherencias institucionales, sería conveniente analizar el porqué de este debate, a qué condiciones sociales presentes o futuras se atiene para ser planteado tan a la ligera, o qué consecuencias tendría tanto para el individuo como para la sociedad si realmente se lleva a cabo. Analizando cada uno de estos aspectos, así como otros, de una forma lacónica, pero no por ello imprecisa, espero que queden al descubierto, aunque sea mínimamente, los intereses político-económicos a corto, medio y largo plazo, al menos en lo referente a esta cuestión.
Siempre es importante conocer el plano temporal en el que se desarrollan ciertos debates para contextualizarlos debidamente; y éste en especial tiene un contexto muy marcado: una crisis demográfica cada vez más incipiente en los países occidentales y, como consecuencia de la primera, una caída de la competitividad industrial, la cual es sólo uno de tantos componentes que han dado lugar a la actual crisis económica. Éstas son las dos principales causas que están potenciando el brote de discusiones tan esperpénticas como la subida de la edad de jubilación. Y es que, según las estadísticas más conservadoras, las de la propia UE, el número de europeos en edad de trabajar disminuirá de aquí a 2050 en casi 50 millones de personas [1], las cuales además deberán recibir sus respectivas pagas de dependencia, jubilación, etcétera. Las consecuencias de este estrangulamiento demográfico son claras y nada alentadoras para el mercado y el Estado capitalistas: menos competitividad exterior y una reducción drástica del recaudamiento de impuestos y del consumo. También arguyen, y esto es lo más grave, que la subida de la edad de jubilación es una consecuencia lógica del aumento de vida constante que estamos viviendo en los países occidentales de aquí a unos años. Hasta tal punto ha llegado la demencia económica, que la persona es cosificada y transformada en una ecuación mercantil digna de los mejores contables.
Asimismo, y derivado de la avanzada industria técnica occidental, no valdrá ya con la inmigración convencional, pues se necesitará de una especialización avanzada, sino que hará falta que esa misma población autóctona previamente instruida y especializada dilate su experiencia laboral hasta el límite de su propia vida. Por tanto, si no se mantiene lo que hay detrás de la técnica, de lo puramente mecánico, esto es, lo humano, los países europeos quedarían desnudos ante sus nacientes competidores, y, como ya se ha dicho, famélicos de consumo e impuestos. Esto es inconcebible si se quiere mantener la desigualdad social y económica vigente; al fin y al cabo, ¿qué es el Estado sin sus gravámenes? ¿Y el mercado sin el consumo? La respuesta es clara y obvia: nada.
La finalidad que sigue esta medida, en conjunción con otras muchas que están siendo impuestas día tras día a la población, también es evidente: mantener el sistema socio-económico vigente el máximo tiempo que sea posible. Todo sistema procura perdurar a sus propias trabas; busca trascenderse a sí mismo en el tiempo y en el espacio y, aun cuando lleguen momentos en que los obstáculos parezcan ya insalvables, éste, ávido de crecer, de expandirse, de no menguar jamás, sabrá sobreponerse apoyándose en lo que para él carece de relevancia: el ser humano. A pesar de todo, estamos viendo que el capitalismo, con todo lo que conlleva, está llegando a sus confines, ya no puede succionar más vitalidad, más fuerza, más trabajo, en definitiva, del individuo, de la población. Su declive, por mucho que intenten apuntalarlo y enmendarlo, es definitivo.
En cualquier caso, fruto de esta decadencia y resquebrajamiento de los pilares del sistema estato-capitalista o parlamentario-capitalista llegan estos aires de Alemania, y es que ya dice el dicho que ante situaciones desesperadas hay que tomar medidas desesperadas. De este modo, nos vemos abocados sin remedio, a menos que haya un cambio radical del sistema social, industrial, tecnológico, etcétera, a una vida de cadenas salariales que se extenderán desde nuestra tierna juventud hasta nuestra apocada vejez. Una vez más, la vida deja de ser vida para transformarse en mercancía.
[1] Consecuencia directa del ínfimo índice de natalidad europeo y del envejecimiento constante de la población. http://europa.eu/legislation_summaries/employment_and_social_policy/situation_in_europe/c10160_es.htm