Si Rusia es singular, Kazajistán es puro misterio. Cabalga, como Rusia, entre Asia y Europa y su historia tiene muchos puntos en común con la superpotencia energética. Ya en el siglo XIX, prácticamente todo su territorio formaba parte del Imperio ruso (pese a la resistencia de los kazajos nómadas) y, ya constituida como República Socialista Soviética, durante años formó parte de la Federación Rusa.
Pero la geografía de Kazajistán no se modifica, sino que se oculta a los ojos occidentales, incapaces de situar con seguridad en el mapa al noveno país del mundo en extensión. No está aquí o allí. Para la mayoría, simplemente no está. Por ello, no es de extrañar que las protestas en este país ignorado no adquieran la misma notoriedad que en el vecino, a pesar de que los abusos sean parejos.
En concreto, una huelga de trabajadores del petróleo en diciembre del pasado año, que exigía un aumento de los salarios y mejores condiciones laborales, se saldó con 16 muertos, 64 heridos y una docena de encarcelados. La sentencia para estos últimos había sido recurrida, basándose en que los procesados no tenían antecedentes penales, que la culpa de algunos no había sido probada y que la mayoría eran el sostén de su familia, algunas con hijos menores. Finalmente, las apelaciones contra las sentencias de prisión (que iban de dos a seis años) han sido rechazadas.
Desde aquí animo a apoyar la protesta online, puesta en marcha por la Confederación del Trabajo de Rusia, la Confederación de Sindicatos Libres de Kazajistán y el sitio web LabourStart, para exigir la revisión de las sentencias. También a escribir al gobierno kazajo exigiendo la liberación de los trabajadores encarcelados y la investigación de las denuncias de tortura, remitiendo una copia a la Fundación Open Dialog que está supervisando los acontecimientos en Zhanaozen e instando al apoyo internacional.
En la línea de lo que comentábamos en la primera parte de este artículo, denunciar a Putin como figura autoritaria y antidemocrática es sencillo. Putin ha maltratado a las empresas energéticas occidentales, oponiéndose a los intereses de los países europeos e incluso ha encarcelado oligarcas como Mikhail Khodorkovsky. Pero los abusos de Nazarbayev en Kazajistán no son preocupantes, quizá se sobrepase con los trabajadores y pisotee sus derechos, pero ha abierto las puertas a la inversión y a “nuestras” empresas petroleras.
Efectivamente, Occidente no tiene necesidad alguna de criticar la democracia kazaja, su represión no exalta los ánimos liberales porque su Gobierno no ataca las reglas del negocio. Por eso, las muestras de apoyo en los medios languidecen al compararse con las recibidas por el grupo de punk ruso. Alguna noticia suelta puede aparecer aquí o allá, pero no veremos a Madonna o McCartney solidarizándose por unos trabajadores masacrados y encarcelados. La gravedad, en este caso, no tiene importancia, solo la política exterior y la imagen.
Pero la relación con el caso de las Pussy Riot no es solo la relación entre los dos países que han dado lugar a la represión. Los revuelta reprimida de los conejitos y la huelga reprimida de los trabajadores establece la relación entre explotados.
Es más, si la apropiación de códigos anticapitalistas y contraculturales por las rusas (desde el ¡No pasarán!, a las menciones a Zizek, Judith Butler, el Oi! y las Riot Grrrls incluidas) no lleva detrás un compromiso firme por la lucha de clases, su recuperación será inmediata. Si se reclaman parte del anticapitalismo, tal como declaraban en su entrevista, entonces también lo son de las luchas de los obreros en todo el mundo. Esas que, sin ser retransmitidas, tienen la capacidad para llevar adelante una transformación radical del mundo.
Más información sobre los trabajadores del petroleo en Zhanaozen en su página web.