En 1844, un jovencísimo Karl Marx escribía a Arnold Ruge una carta con un título muy interesante: “por una crítica despiadada de todo lo existente.” En ella, Marx se refería a los obstáculos dogmáticos que impedían el cambio social en un mundo que, a pesar de los avances materiales, iba cada vez a peor. Para Marx existían demasiados obstáculos externos, pero lo interesante de esta carta es que también tenía en cuenta los “obstáculos internos” que nos impiden crear un mundo mejor. En palabras de Marx, tal vez sea imposible prefigurar de antemano un mundo futuro mejor, pero es nuestro deber empezar a construirlo hoy mismo. ¿Cómo? Criticando sin piedad todo aquello que conforma el mundo que tanto nos oprime.
Tal como hizo Marx en 1844, a mí me gustaría llamar la atención de les lectores y sacar a la palestra uno de los obstáculos que, si no es el mayor de todos, es al menos uno de los más influyentes en nuestro fracaso continuo como clase social oprimida. Con obstáculo me refiero a la indefensión aprendida que nos mantiene encadenados a las tiránicas dinámicas del capital y que, sin darnos cuenta, nos oculta el verdadero rostro del opresor.
Por indefensión aprendida nos referimos en psicología y sociología a las pautas de comportamiento pasivas que un sujeto aprende a través de la experiencia. Es un estado anímico pasivo que impide la acción hacia la mejora de una situación negativa; los individuos conciben que sus situaciones nefastas no tienen solución porque son elementos externos; lejos del alcance de la mano; algo sobre lo que no se tiene control.
Dejando de lado la depresión clínica y demás elementos psicologicistas, me gustaría dejar claro que la pasividad que nos han inculcado en este mundo capitalista no nos convierte en enfermes mentales. Desde un punto de vista sociológico, esta indefensión aprendida tiene mucho más que ver con elementos culturales y de dominación ideológica que nos hacen concebir ciertas situaciones sociales negativas como inevitables: el capitalismo es inevitable, el hambre en África en inevitable, que haya ricos y ricas es inevitable, que tengamos que trabajar diez horas (¡o más!) al día es inevitable… Que tengamos una existencia tan penosa es inevitable. O eso nos dicen. Mejor dicho: eso nos enseñan a creer.
Pero el problema es mucho más complejo. No solamente nos enseñan a tener miedo al cambio, también nos enseñan a pensar que la vida que nos dan es inmejorable. Pareciera que las metas de la existencia humana fueran comprarse un coche, una casa, y retirarse con una pensión maja. A esto nos van sumando, poco a poco, más elementos que hacen “más apetecible” la vida capitalista: nos dan iPhones, ordenadores, viajes low-cost… El sistema imperante enseña a las personas a decir ¡qué dicen esos socialistas, si hoy en día se vive mejor que antes! Y nosotres nos lo creemos.
Reformas sociales, mejoras laborales, incremento de derechos civiles… caramelos vistosos con los que la clase burguesa nos compra a diario. Una clase opresora que cambia todo para que nada cambie, y se dicen entre elles: vamos a darles una jornada laboral de ocho horas para que no nos expropien las fábricas; vamos a darles sanidad pública para que no salgan a la calle y nos apresen. Vamos a darles todo tipo de bienes materiales para que no piensen más allá de lo visible. Es más, también vamos a darles la oportunidad de protestar, pero protestar de una forma controlada: démosles la MTV para que grupos punk nos vendan camisetas; vamos a darles tiendas de comida orgánica para poder subir los precios con la excusa de la calidad (pero nosotres seguiremos explotando a les trabajadores). Vamos a crear un ambiente social en el que se permita ser crítico con el capitalismo, pero precisamente para que la crítica no llegue a buen puerto. En definitiva, vamos a darles todo un aparato de posibilidades ideológicas y materiales que oculten la despótica tiranía del capitalismo, no vaya a ser que se nos acabe el chollo de explotar a la gente y dejemos de enriquecernos a su costa.
Y no os penséis que es tontería, todo esto tiene sus frutos, es eficaz. Gente que para aliviar su conciencia se pone una palestina al cuello pero luego te tacha de radical si defiendes la intifada; gente que para sentirse mejor compra alimentos orgánicos en tiendas capitalistas que siguen explotando a sus dependientes; gente que se cree anti-sistema por montar en monopatín y escuchar la MTV; hombres que se creen libres por poder ponerse pendientes; mujeres que se creen independientes por raparse el pelo. ¡Viva la estética! ¡Viva el consumo responsable! Qué importa si mi dinero se usa para crear más capital si yo puedo tomarme un café fairtrade de Colombia. Cuánta pena me dan les niñes que mueren en las guerras del Tercer Mundo, espera, que voy a twittear mi pesar desde mi Mac, ¿me pasas mi termo de Starbucks?
Todes conocemos gente así; todes estamos rodeades de este tipo de gente. Todes somos hasta cierto punto esta gente, no vamos a engañarnos. Desde pequeñes nos enseñan a pensar de esa manera: anuncios de televisión, campañas de Navidad, escaparates en las calles… Hasta eso que llamamos cultura también es capitalista (por mucho que digan les gafapastas). Como dijo Mao, eso del “arte por el arte” es una tontería; el arte, como la cultura, atiende a elementos ideológicos de clase. Libros, música, cuadros… prácticamente todo reproduce el sistema capitalista, ya sea de manera consciente o inconsciente. Así pues, Disney tal vez sea el mejor ejemplo: algo que a priori puede parecer tan inofensivo, en realidad, reproduce la dominación racial, sexual, religiosa y clasista.
Lo peor de todo es que desde pequeñes internalizamos todos estos elementos y los concebimos como naturales, como inevitables. ¿Que la gente se muere de hambre en el hemisferio sur? ¡Eso siempre ha sido así! ¿Que hay familias pobres en nuestra sociedad? ¡Será porque son disfuncionales, no será por falta de oportunidades! La dominación capitalista no solamente nos enseña a pensar en el sistema capitalista como el mejor, único, y definitivo, sino que también nos impide rebelarnos cognitivamente contra él, y a las personas que lo hacen se las castiga con cárcel, marginación, desprestigio social, e incluso la muerte.
Uno de los elementos que más se empeñan en inculcarnos son los valores pacifistas. Ironías de la vida: precisamente ese “paficismo” que nos enseñan desde pequeñes es el causante de que la mayoría de seres humanos vivan en la miseria y la guerra. Indefensión aprendida; seamos pacífiques, que eso es propio de “gente de bien.” Indefensión aprendida; qué le voy a hacer, así es la vida, al menos vivimos mejor que antes. Indefensión aprendida; salgamos a la calle a protestar, pero vamos en bici, que así no contaminamos… Y nos quedamos tan contentes en nuestro pequeño “mundo revolucionario”; nos vamos a la cama con la conciencia tranquila porque hemos visto un documental sobre la lucha palestina. Eso sí, ¡no me digas que mi bici ha sido fabricada en China por una niña que ha cobrado un par de céntimos por ello! ¡No me digas que mi café fairtrade lo vende una tienda que está haciendo rico a un hombre “con conciencia social”! ¡No me digas que soy una pieza más del puzzle capitalista porque yo veo cine independiente y leo a Chomsky!
Como ya he dicho antes, todes somos en cierta medida “piezas del puzzle capitalista,” pero sí que existe una diferencia entre unes y otres: aunque a todes nos obliguen a tener que comprar en supermercados explotadores, aunque a todes nos obliguen a pagar a compañías de telecomunicaciones capitalistas para acceder a Internet, tenemos la posibilidad de desmarcarnos de la mayoría y empezar a construir ese mundo mejor que buscaba el joven Marx de 1844. Tenemos el poder de la razón, un gran poder que nos permite superar las barreras ideológicas que nos imponen. Tenemos la posibilidad de estudiar el sistema y comprender que vivimos en un mundo profundamente injusto, y precisamente porque tenemos la capacidad de comprender también tenemos la capacidad de actuar. Predicad con el ejemplo, decía Malatesta. Sed consecuentes, decían les componentes de la RAF. Cambiad el mundo, no lo contempléis, decía Marx.
Pues ya va siendo hora de ir tomándose en serio todo esto; va siendo hora de perder amistades por el camino si hace falta. Que nos tachen de radicales si quieren; que nos miren mal por decir las cosas como son. Nosotres no nos callaremos. Si algo nos diferencia a les socialistas (de la rama que sea) del resto de personas es la conceptualización ética de la injusticia social: no es que el capitalismo no sea el mejor modo de organizar la vida de los seres humanos, es que es malvado. No es que la explotación “del hombre por el hombre” sea una preferencia cultural, es que es absoluta y universalmente perversa. Recae en nuestros hombros cambiar lo que es malo por algo que sea justo y bueno en términos éticos.
Un buen primer paso sería criticar absolutamente todo aquello que nos rodea: las relaciones familiares, la relaciones de pareja, las relaciones económicas con el panadero, las relaciones académicas en la universidad, etcétera. Expandir y transmitir el mensaje socialista sería otro paso vital para romper con esta indefensión aprendida. Nos tenemos que poner pesades con la gente de nuestro entorno, les tenemos que decir que el capitalismo mata, y si no lo quieren comprender se lo tenemos que explicar hasta que lo acepten. Porque no hay otra respuesta posible, no es una cuestión de relativismos o ideologías: el capitalismo, en tanto que opresor de la especie humana, es malo. Nadie tiene derecho a privar de la vida a otro ser humano, y hoy por hoy estamos privando a más de la mitad del planeta de esa única vida que la naturaleza nos da. Quien calla otorga; no nos callemos entonces.
La acción directa también torna de suma importancia; hacer ver a les indecises que hay gente dispuesta a luchar por lo que es justo. Nuestro ejemplo desinteresado ha de ser un espejo en el que el resto de personas se puedan reflejar. Les zapatistas de Chiapas saben de esto, por eso llevan pasamontañas: porque más allá de colores de piel y otros rasgos físicos, los ojos son reflejo de nuestra humanidad, lo que nos caracteriza a todes nosotres. Pongámonos un pasamontañas tejido con ideas de justicia social e igualdad humana y luchemos desde hoy mismo contra el sistema que nos impide vivir con dignidad y libertad. Pero no os penséis que luchar es solamente coger las armas y salir a la calle, porque para empezar no tenemos ni armas. Luchar también es debatir, escribir, transmitir… Luchar también es leer, porque la primera batalla ha de librase en nuestras propias cabezas. Y como en toda lucha, en ésta también se pierden y ganan cosas. Se pueden perder amistades (nos pueden dejar de lado por ponernos pesades, por ser “radicales”); se puede perder el aprecio de aquellas personas que no nos comprendan porque están tan ciegas de capitalismo que no pueden ver el mal que hacen al callar. Pero se puede ganar todo un mundo nuevo, y eso es lo único que nos tendría que hacer falta saber para comenzar a tomarse las cosas en serio.
Cuando nos damos cuenta de la lógica perversa del mundo en el que vivimos, cuando comprendemos realmente y se nos empequeñece el corazón al ver que nuestro maravilloso Primer Mundo mantiene al hemisferio sur en guerra para lucrarse de la venta de armas (por mencionar un ejemplo), deviene imperativo categórico luchar contra aquello que no es justo. La oposición al capitalismo es una obligación moral que todos los seres humanos tenemos, pero que solamente unas pocas personas tienen el valor de llevar a cabo. Y son estas personas las únicas verdaderamente humanas, pues es mediante la coherencia de buscar la libertad de todo el planeta lo que les permite vivir con dignidad. Como seres humanos. Como seres imprescindibles.