Estoy horrorizado por los vídeos y fotos de la brutal represión policial de ayer 25 de septiembre. Violencia, violencia, y más violencia. Es lo único con lo que sabe contestar el Estado cuando se le cuestiona. Y no solamente entonces, también nos oprimen cada día de nuestras vidas: violencia simbólica se llama.
Pero el tema de hoy no es la violencia simbólica, sino la brutal y visible violencia de un grupo terrorista pagado con nuestros propios impuestos. Una panda de brutos a sueldo que reproducen el sistema de clases mientras ejercen la violencia “legítima” que les otorga el sistema imperante. Y nosotres lo aceptamos; nosotres nos sentamos pacíficamente en el suelo, cantamos nuestros eslóganes, y recibimos las tortas. Las vemos caer y ahí nos quedamos.
¿Qué nos impide levantarnos y arrasar con el cordón policial? ¿Qué nos impide devolver el golpe? Son preguntas que rondan con frecuencia mi cabeza, y seguramente os pase lo mismo a vosotres. La respuesta que yo os puedo dar desde la sociología tiene que ver con la internalización de normas y valores culturales, es decir: con el aprendizaje profundo, casi indeleble, de las estructuras del sistema capitalista y sus verdades.
El filósofo francés Michel Foucault nos proporcionó un concepto muy acertado: la auto-vigilancia. La vigilancia de une misme por une misme es resultado de la deriva cultural del capitalismo occidental, el cual ejerce sobre todes nosotres el mayor control social de la historia de la humanidad. Y este control social no se ejerce externamente: no son cámaras, no son policías, sino que se ejerce desde el interior: lo ejercemos nosotres mismes.
Vivimos en una sociedad en la que nos han enseñado a querer consumir, a querer ser mandades, a querer obedecer sin casi rechistar. A través de los procesos de socialización hemos internalizado que ciertas cosas son malas, muy malas: la violencia es mala, el radicalismo es malo, lo que no es occidental (léase capitalista) es malo, y así una larga lista de etcéteras. Como hemos internalizado todas estas cosas, y nos las hemos creído del todo, el sistema reposa sobre nuestros hombros gran parte del control social que tiene que ejercer para sustentar las estructuras y relaciones de poder.
De esta manera, somos nosotres mismes quienes recriminamos a alguien por ser “demasiado radical”. Somos nosotres mismes quienes nos oponemos a todo tipo de violencia. ¡Somos nosotres mismes quienes terminamos reproduciendo el sistema social que tanto nos oprime! Y la mayoría de gente lo hace sin cuestionarse el asunto, pues la ideología de la clase dominante, la misma ideología que controla las instituciones sociales, torna “natural” y “objetiva” en nuestras mentes adoctrinadas.
Y de la misma forma no nos cuestionamos que violencia y resistencia son cosas muy diferentes. No nos planteamos que la violencia de les que resisten está justificada en términos de defensa personal y dignidad. Pero tampoco vemos que una tasa de desempleo del 25% es violencia ejercida contra nosotres; que las más de 50.000 toneladas de comida fresca tiradas al año a la basura es violencia; que los miles de desahucios en el Estado español es violencia. ¿Y acaso todo esto les quita el sueño a les que viven en un ático en el centro y veranean en un yate? ¿Acaso les reconcome, aunque sea un poquito, por dentro? La respuesta es no; y es no porque elles también han sido socializades en esta sociedad.
Espero que ahora se entienda un poco mejor por qué cuando nos dan un porrazo, o dos, no nos encaramos enfurecides hacia el policía opresor y le damos de su propia medicina. De nuestro lado tenemos los números: les superamos con creces. De querer se podría, pero no se quiere. He ahí el problema. Nos han enseñado a no querer ir en contra del sistema y sus valores.
Pero el tema es mucho más complejo, porque sí que es cierto que nos dan un margen de libertad, pero un margen tan pequeño que no se puede llamar libertad. En los confines de este estrechísimo margen, nos creemos libres porque podemos salir a la calle con pancartas; porque podemos escribir en Internet; porque podemos votar cada cuatro años. Pero lo que la sociología nos enseña es que esta libertad es una falsa ilusión que sirve de trampa ideológica, porque cuando la gente se cree libre es cuando ejerce con más ahínco el control social del que yo hablaba antes. ¿Empieza a cuadrar todo?
Nos compran con libertad de expresión (limitada), con una jornada laboral humana (limitada), con sanidad y educación pública (limitadas). Nos hacen creer que vivimos en la mejor de las sociedades, y claro, cuando llega una persona que dice que el desempleo es violencia sistémica, o que los desahucios es violencia ejercida desde arriba, se la tacha de “radical” y “violenta”, de “poco democrática” y se la termina marginando en el mejor de los casos. De esta forma, la “libertad” que nos conceden se convierte en nuestro verdugo de facto, porque como somos “libres”, todas las personas que cuestionan eso mismo que nos proporciona “nuestra libertad” son radicales e indeseables. Y esto va en dos sentidos: se reprime y margina a las personas “radicales” (seguramente todes los que leemos esto caeríamos en ese saco), y las propias personas se reprimen a sí mismas porque la ideología socializada les impide oponerse al sistema.
Este texto no pretende ser una apología de la violencia, sino de la resistencia. Porque violencia y resistencia no son la misma cosa; porque la violencia que viene de arriba con el objetivo de oprimir y controlar no se puede equiparar a la violencia que proviene de abajo como respuesta lógica ante una agresión. Y como clase social, como personas, somos agredidas todos y cada uno de los días de nuestras vidas capitalistas. Ya va siendo hora de enseñar un poco más los dientes. No digo que salgamos mañana a la calle e incendiemos la comisaría del barrio. Ni mucho menos. Lo que pretendo con este escrito es despertar la dignidad de cada une de vosotres, esa dignididad que nos niegan el capitalismo y sus marionetas.
La próxima vez que estéis protestando en la calle y os den de porrazos hasta en el carné de identidad, apretad los puños y los dientes, y pensad: “algún día esto acabará.” Mientras tanto, sigamos acumulando justa rabia, sigamos acumulando energía para seguir construyendo tejido social, okupando centros, formándonos teóricamente. Sigamos empezando webzines y blogs libertarios. Sigamos difundiendo ideales de libertad y solidaridad mientras apretamos los dientes y acumulamos la rabia.
Sigamos resistiendo hasta que llegue el día en el que con sólo mirarnos a los ojos sepamos que ha llegado el momento. No dejes de indignarte, porque ésa es la única manera de mantenerse con cordura en este mundo lleno de locura.