Sobre la renovación, reformulación y recomposición del anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario
por Octavio Alberola
A pesar de ser el capitalismo “un sistema tan injusto, irracional y amenazador” para la especie humana, la inmensa mayoría de los humanos lo sigue considerado “como el más eficiente sistema económico para conseguir el bienestar de la humanidad”. Por ello, en un texto reciente [1], tras reflexionar sobre tan extraña e inquietante paradoja me pronuncié por la necesidad de “cuestionar todo lo que en la teoría y en la práctica del marxismo y del anarquismo ha contribuido a la perennidad del capitalismo e impedido la eclosión de la utopía implícita en el paradigma emancipador común a estas dos ideologías”. No sería, pues, consecuente considerarlo necesario y no intentar hacerlo en lo concerniente al anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario. No sólo porque es lógico dejar a los marxistas el cuestionamiento del marxismo sino también porque en mi análisis de la “crisis del paradigma emancipador” intentaba ya aportar elementos de reflexión al debate abierto por los compañeros Tomás Ibáñez [2] y Antonio Carretero [3], sobre la “reformulación y revitalización del anarcosindicalismo”, y por las reflexiones del compañero José Luís Carretero [4], sobre la necesidad de “recomposición de la insurgencia libertaria que empieza ya a anunciarse un poco por todas partes”, y de otros, sobre “ser revolucionario hoy”.
Anarquismo, anarcosindicalismo y movimiento libertario
Aunque este debate parecía, al principio, limitado al anarcosindicalismo, en realidad es una reflexión sobre las ideas anarquistas y los proyectos de utopía que estas ideas inspiran en cuantos y cuantas se reclaman hoy de ellas. De ahí la necesidad de recordar que el anarcosindicalismo, a pesar de ser considerado como una rama del anarquismo vinculada al movimiento obrero, es un sindicalismo en el que las ideas anarquistas tienen primacía en la acción sindical de cuantos se proclaman anarcosindicalistas e intentan poner fin a la explotación del hombre por el hombre a través de sindicatos autónomos y asamblearios. Esta simbiosis ideológica hace que, de más en más, anarquismo, anarcosindicalismo y movimiento libertario sean considerados y utilizados como sinónimos; pues en los tres casos se designa a un conjunto de hombres y mujeres que luchan por la anarquía. De ahí que la renovación, reformulación o recomposición del anarcosindicalismo lo sea también del anarquismo y del movimiento libertario, e in fine de las ideas anarquistas. Ese ideario y esa praxis comunes a cuantos y cuantas -se proclamen anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios- tratan de subvertir el entramado social y político de la explotación y la dominación para hacer posible una sociedad de igualdad social, equidad económica y libertad.
Es pues obvio que esta tarea, se la llame renovación, reformulación o recomposición, concierne por igual a anarquistas, anarcosindicalistas y libertarios. No sólo por tener la misma voluntad de subversión del orden social imperante y la misma pasión por abrir paso a la utopía emancipadora sino también porque deben hacer frente a la misma realidad económica, política y social, como a la misma violencia de los sectores regresivos de la sociedad. Una voluntad subversiva y una pasión emancipadora que no surgen de la adhesión a una ideología, a una doctrina o a una teoría social, sino de la conciencia de llegar a la plenitud de nuestra humanidad a través de la libertad y el respeto y apoyo mutuos. Principios que, como lo han probado en la historia y lo siguen probando en las luchas actuales, anarquistas, anarcosindicalistas y libertarios no han abandonado nunca; pese a que no siempre les ha sido posible ser consecuentes con ellos en la práctica. De ahí la necesidad de saber si la renovación, reformulación o recomposición puede concernir también a los principios o sólo concierne a las viejas formas de luchar frente a las nuevas formas de la dominación-explotación capitalista (sea privada o de Estado).
Necesidad de un debate abierto
El debate sobre la renovación, reformulación o recomposición de las ideas anarquistas no es nuevo. En el libro Anarquismo y política. El ‘programa mínimo’ de los libertarios del Tercer Milenio, editado al comienzo de 2012, su autor, Stéfano d’Errico, nos recuerda que Camilo Berneri planteó ya, en el primer tercio del pasado siglo, la necesidad de “afrontar el complicado mecanismo de la sociedad actual sin anteojos doctrinales y sin excesivos apegos a la integridad de su fe” (anárquica) para poder así “conservar aquel conjunto de principios generales que constituyen la base de su pensamiento y el alimento personal de su acción”.
Esta necesidad de reflexionar, para adecuar la lucha por el ideal a cada contexto histórico, no es pues nueva, se ha manifestado permanentemente en el seno del movimiento libertario. Y ello a pesar de las tendencias inmovilistas que siempre han existido en su seno y que en todo momento se han opuesto a que tal adecuación pudiera partir de una crítica, suficientemente libre, que no dejara fuera de ella ninguna temática, por comprometedora que pudiera ser, o que intentara cuestionar la manera dogmática en que algunos interpretan los postulados éticos del anarquismo.
Sea lo que sea, la verdad es que esta reflexión ha quedado reducida muy frecuentemente a declaraciones de buenas intenciones y propuestas demasiado formalistas. Esto es lo que parece haber sucedido en el reciente Encuentro Internacional anarquista celebrado en Saint Imier, pese a que René Barthier, de la Federación Anarquista Francesa, manifestara, en el discurso de apertura, su deseo de que ese encuentro sirviera para “una renovación y fortalecimiento de las ideas anarquistas” allí representadas a través de “la diversidad de las corrientes del movimiento anarquista“.
Esta reflexión sigue siendo pues necesaria, y quizás más aún hoy que lo pudo ser ayer. La continua transformación de la sociedad y las nuevas formas en que la conflictividad social y acción política se manifiestan nos obligan a ello, y también la evolución del conocimiento científico sobre esta realidad. Esta reflexión es, pues, necesaria para ser más eficaces en nuestra acción y para no caer en una forma más o menos voluntaria de colaboracionismo con el sistema en aras de la sacrosanta practicidad. Una eficacia que no nos haga perder de vista el objetivo: fortalecer nuestra respuesta, individual y colectiva, a la realidad actual del mundo capitalista y estatista y, al mismo tiempo, avanzar hacia la sociedad de justicia y libertad que anhelamos.
Un debate responsable
Ahora bien, es una obviedad decir que no basta con pensar y hablar para que la realidad del mundo cambie. De ahí que sea necesario salir de la retórica y ser capaces de poner en causa no sólo nuestras certidumbres sino también nuestras propias conductas. Tener presente que esta reflexión requiere una gran dosis de sinceridad y honestidad: tanto para no conformarse con una crítica demagógica como para no injertar verdades nuevas en el tronco de las verdades viejas. Es decir: ser capaces de pensar un anarquismo y un anarcosindicalismo críticos, heterodoxos, que se nieguen a ser reducidos a ideología o doctrina, a verdades reveladas y, a final de cuentas, a dogmas y fe. Pero también un anarquismo y un anarcosindicalismo que podamos asumir, al alcance de nuestra verdadera voluntad y disposición de lucha.
¿De qué serviría llegar a propuestas muy radicales si no somos capaces de llevarlas adelante? ¡Tan negativo es el conservar a toda costa como el innovar si no hay razones para hacerlo o condiciones que lo permitan!
Si el ideal libertario es la anarquía y ésta es la aspiración de vida en libertad, el anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario son o deberían ser medios de potenciar el ejercicio de la libertad para todos y todas en cada circunstancia que nos encontremos. Pues es obvio que los y las anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios no debemos encerrar la libertad en fórmulas simplistas ni aceptar complicadas teorizaciones para hacer de ella lo contrario de lo que ella es o debe ser para nosotros. Es decir: el derecho de cada ser humano, de todos los seres humanos a decidir por sí mismos, conscientes de que mi libertad sólo termina allí donde comienza la de los demás y que por ello ésta debe complementarse con una indómita voluntad de concertación y solidaridad. De ahí que no sea posible concebir una reflexión y un debate entre anarquistas anarcosindicalistas o libertarios sin partir de la libertad de cada uno para aportar argumentos, confrontarlos fraternalmente y tratar de encontrar respuestas en común a las cuestiones que han motivado tal reflexión y debate. Y aún más cuando el objetivo es saber si es o no necesaria la renovación, reformulación o recomposición del anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario.
Para evitar infundadas suspicacias, preciso que ya en el título de este texto he puesto renovación, reformulación o recomposición entre comillas [cursiva; N.d.E]; pues para mí, estos términos no deberían significar “sustituir una cosa por otra” sino “dar nueva energía a algo“. Es, pues, obvio que en vez de estos términos yo habría utilizado otros que me parecen más apropiados, como adecuación, reforzamiento, revitalización e inclusive actualización. Con ello quiero decir que, aunque para mi renovar, reformular y recomponer sean términos equívocos, los seguiré utilizando para cuestionar todo lo que, en la exposición y en la práctica de las ideas anarquistas, ha podido contribuir a la perennidad del capitalismo y a lentificar la marcha hacia la utopía libertaria.
¿Renovar, reformular o recomponer el ideal?
Me parece que es más bien al declive del Occidente (capitalista) que estamos asistiendo que a la occidentalización (capitalista) del mundo, a la uniformización de la identidad cultural (modo de vida) del mundo. Y eso pese a que exista aún, en la mayor parte del planeta, una gran diversidad de valores específicos de orden religioso, ideológico o filosófico que se manifiestan a través de estructuras comunitarias. Un fenómeno que la llegada de Internet y de sus redes sociales ha acelerado, facilitando la constitución de comunidades de elección y debilitando las identidades nacionales. Pero lo más grave es el debilitamiento de la identidad internacionalista del proletariado. Al extremo de que ya no tiene sentido alguno referirse a él; pues, a lo sumo, sólo existen trabajadores… Trabajadores más divididos que nunca por sus identidades comunitarias, religiosas, políticas y culturales, aunque más semejantes que antes por el culto del consumo capitalista y la resignación ante el actual statu quo capitalista y estatista.
Ante una tal situación, es obvio que no sea suficiente con llamar a la resistencia o a romper las cadenas de la explotación y la dominación. No, no lo es, y demasiado sabemos el por qué no lo es. Basta con ver la actitud de los capitalistas y los políticos frente a la crisis y el poco eco de los llamados a la movilización general para impedir las actuales políticas antisociales y defender las conquistas sociales (que tanto costó conseguir), para comprender el por qué el discurso emancipador es hoy inoperante.
Esto no significa, evidentemente, que debamos renunciar a la lucha por un mundo mejor, por una sociedad sin explotación y dominación. Al contrario, esa lucha es hoy más necesaria que nunca. No sólo porque la injusticia continúa y la irracionalidad del sistema capitalista amenaza con destruir el planeta, sino también porque hoy existen las condiciones materiales y técnicas necesarias para organizar una sociedad en la que todos los seres humanos puedan satisfacer sus necesidades vitales y vivir libres y en paz. Y, además, porque la conciencia de la negatividad del capitalismo desborda -y mucho- las filas libertarias.
Me parece pues obvio que la renovación, reformulación o recomposición no pasa por el cuestionamiento de la necesidad de luchar, y aún menos por la de cuestionar el objetivo emancipador del ideal libertario: poner fin a toda forma de explotación y dominación. No, no son pues el ideal ni la necesidad de luchar por alcanzarlo que se deben cuestionar. ¿Qué sentido tendría cuestionarlo y seguir pensándonos y proclamándonos anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios? Salvo si llamárselo es sólo una cuestión de pose o de conveniencia. Y si no es así, y si no es el ideal ni la necesidad de luchar por él que se deben renovar, ¿qué es pues lo que, en el actual contexto, se debe cuestionar?
¿Renovar, reformular o recomponer la práctica?
Se sea anarquista, anarcosindicalista o libertario, en los tres casos se es víctima de la explotación y la dominación y se debe luchar contra ellas. Podría ser diferente la manera de hacerlo; pero ¿no es la misma? ¿Es realmente diferente? Sea cual sea el frente de lucha, la forma de luchar, sus armas, ¿no son la asamblea y la acción directa, la organización sin dirigentes ni poder ejecutivo? Además, ¿es posible, para un anarcosindicalista, acantonarse en la lucha sindical y no participar en las demás luchas sociales? ¿La anarquía no es la autonomía y la autogestión de la vida social, laboral y lúdica? Y ¿no es la anarquía la que debe dar sentido y estructurar la sociedad a la que aspiran anarquistas, anarconsindicalistas y libertarios? ¿En qué sentido pues se debería renovar, reformular y recomponer la práctica?
La respuesta me parece obvia, incuestionable, puesto que todos somos conscientes de que no sostendría la explotación y la dominación sin la sumisión de los explotados y dominados. Es pues esta sumisión, nuestra sumisión, en tanto que explotados y dominados, que se debe cuestionar.
Es pues evidente que, si de verdad queremos luchar hoy más eficazmente contra el sistema de explotación y dominación capitalista actualmente hegemónico en el mundo, no se conseguirá renovando, reformulando y recomponiendo nuestra práctica sino haciendo que ella sea más consecuente con el ideal ycon lo que exige hoy la lucha por él. Y no sólo en la práctica de los anarcosindicalistas sino también en la de los anarquistas o libertarios; porque, como es el caso de la inmensa mayoría de los explotados y dominados, también para nosotros el talón de Aquiles de nuestra práctica es la sumisión-integración al sistema económico capitalista y a su ideología consumerista.
Por ello, e independientemente de si la “hibridación socio-laboral” propuesta por Tomás Ibáñez pueda quedar “un tanto coja o un tanto escasa” sin adjetivarla con el calificativo de “comprometida” como propone Antonio Carretero para que ella lo sea “con la transformación social“, no creo que esto pueda entenderse como renovación, reformulación o recomposición del anarcosindicalismo. ¿Acaso no es o debería ser consustancial con el anarcosindicalismo la hibridación socio-laboral? ¿Es posible concebir un anarcosindicalismo que no se mezcle “con las variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha…“? ¿No es o debería ser lo propio del anarcosindicalismo el “imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes de lucha…”? La lucha anarcosindicalista contra el capital ¿no trasciende o debería trascender “el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión“? Tendría algún sentido un anarcosindicalismo que no quisiera “avanzar hacia una auténtica hibridación donde una misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis“? ¿No se ha dicho siempre que el modo de funcionamiento y de organizarse del anarcosindicalismo prefiguran y son las bases de la sociedad comunista-libertaria del futuro? ¿No es todo eso también lo propio del anarquismo y el movimiento libertario?
Ser consecuentes para ser revolucionarios
Por supuesto no seré yo quien reproche a Tomás Ibáñez y a Antonio Carretero el que defiendan un anarcosindicalismo de hibridación socio-laboral más comprometido. Al contrario, pues quizás sea necesario hoy insistir en ello. De ahí que considere sus reflexiones, como también las de José Luís Carretero, muy enriquecedoras como aportes analíticos al debate, y pertinentes para incitarnos (a todos: anarcosindicalistas, anarquistas y libertarios) a luchar más eficazmente por la emancipación humana. Mi única queja es que hayan obviado abordar la importancia decisiva del compromiso (consecuencia entre palabras y actos) para hacer posible la transformación social.
De ahí que, descartadas la renovación, reformulación o recomposición del ideal y de su práctica horizontal-asamblearia, sea necesario considerar la negatividad de nuestra sumisión-integración (al sistema económico capitalista y a su ideología consumerista) como rémora en la potenciación de la lucha emancipadora; pues sólo siendo conscientes de ello se puede enfrentar objetivamente el problema de la eficacia y comprender por qué ser consecuentes con el ideal libertario es la manera más eficaz de luchar por él. Entendiendo por consecuencia la correspondencia entre la conducta y los principios éticos que pretendemos deben guiarla, y por ideal libertario los principios de libertad y de respeto-apoyo mutuo que permiten la supresión completa de todas las manifestaciones de la autoridad y el pacto social entre iguales.
Ser, pues, consecuentes con el ideal libertario en todo momento y circunstancia; porque es siéndolo que se es revolucionario y se contribuye más eficazmente a cambiar el mundo autoritario. Pero, evidentemente, no serlo sólo de palabra sino en la praxis de cada día y en la medida que las circunstancias lo exijan y lo posibiliten. Entendiendo por consecuencia libertaria el rechazo del autoritarismo en todas sus formas y tanto si viene de otros como si viene de nosotros mismos; pero también dando el ejemplo de tal rechazo con actos que demuestren nuestra verdadera voluntad de insumisión al orden establecido. Demasiado hemos visto a dónde nos ha llevado la inconsecuencia a lo largo de la historia, y cómo el capital y el Estado se han hecho fuertes de nuestra adaptación-sumisión-integración al orden imperante, pese a pretender lo contrario. Ser, pues, consecuentes y, si no somos capaces de serlo, ser honestos y reconocerlo. No pretender dar lecciones de radicalidad a los demás si no somos capaces de asumirla. Entendiendo por radicalidad no la violencia verbal o física (son las circunstancias las que la determinan) sino el nivel de resistencia frente al sistema y de ruptura con él. Es decir: ser a la vez consecuentes y audaces para intentar llevar –lo más lejos posible y sin sectarismo ni afanes protagonistas- esa resistencia-ruptura a través de cuantas acciones de protesta surjan hoy; pues ya se ha visto cómo esas acciones, al igual que los cambios microevolutivos graduales, pueden provocar cambios e innovaciones decisivas en el fenotipo social.
En resumen: Soy plenamente consciente de no haber dicho nada nuevo y de que todos los demás lo son más o menos. No obstante, considero necesario no olvidar que, como dijo Einstein, “no se puede resolver un problema manteniendo lo que lo crea”. Dicho crudamente: si la explotación y la dominación existen por nuestra sumisión, no se podrá ponerles fin manteniéndonos en ella. Claro que decir esto no es nada nuevo ni resuelve el problema; pero me parece ser necesario recordarlo de tanto en tanto y, hacerlo, quizás contribuya a resolverlo.
[3]http://kaosenlared.net/component/k2/item/31227-apuntes-de-hibridación-libertaria.html