Casi a diario podemos leer algo en la prensa sobre eso que llamamos “globalización.” Desde finales de los años ochenta, y a lo largo de la década de los noventa, el término se popularizó tanto que una vez entramos en el nuevo milenio ya tomábamos la realidad de la globalidad como verdadera. Sin embargo, muchos son los datos que apuntan a otra realidad muy distinta.
Para empezar a estudiar un fenómeno tan complejo como el de la globalización, primero hemos de tener una definición operativa que nos permita aprehender la realidad a estudiar. No obstante, dicha definición no existe puesto que cada escuela de pensamiento define la globalización en base a diferentes términos y datos socioeconómicos. En lo que sí podemos ponernos de acuerdo es que la globalización es un proceso que se viene gestando desde hace tiempo, aunque algunes sitúan el inicio de ese proceso con el nacimiento del Homo Sapiens Sapiens, y otros lo emplazan en el llamado “largo siglo dieciséis” (como lo hace el sociólogo Immanuel Wallerstein en su teoría del sistema-mundo).
La globalización se nos presenta, normalmente, exclusivamente en términos económicos: corporaciones transnacionales, inversión extranjera en países no-capitalistas, mercados financieros integrados, etcétera. Otres han dedicado grandes esfuerzos a contrarrestar esta visión, y han dirigido la atención de sus investigaciones hacia otros campos como el cultural o el político (por ejemplo Saskia Sassen). ¿La conclusión? Que el mundo está caminando hacia la creación de un único sistema mundial que integra todas las esferas de interacción humana. Un ejemplo de esto es el trabajo de Michael Hardt y Antonio Negri en Imperio.
Pero lo cierto y verdad es que la globalización no está creando un mundo tan integrado como muches piensan, mucho menos unitario. Les pensadores conservadores, agrupados en la escuela realista, tienen razón al afirmar que los Estados-nación siguen siendo actores principales en las dinámicas internacionales, lo que dificulta enormemente el poder hablar sobre globalización.
En una línea muy parecida, Paul Hirst y Grahame Thompson aseguran que la globalización es un mito que sirve a los intereses del proyecto neoliberal, el cual ha de ser legitimado de alguna manera. Así pues, no solamente la globalización económica no se está produciendo, sino que además estamos siendo testigos del nacimiento de “nuevos” nacionalismos y regionalismos. En lo que respecta a la economía internacional basta decir que más de tres cuartos del comercio mundial se produce entre (y dentro) de tres regiones económicas que acumulan la inmensa mayoría de capital mundial. Estas regiones son Europa occidental, Norteamérica, y Japón. En lo que respecta al comercio e inversión internacional tampoco observamos mucha globalización: tenemos los ejemplos de NAFTA (por sus siglas en inglés) y de la Unión Europea.
Pero, entonces, ¿qué nos debe preocupar a les anarquistas de todo esto? Que el sistema de producción capitalista sigue vivo y muy vigente es una realidad tan objetiva como que mañana saldrá el sol en el horizonte. Que el capitalismo sigue explotando en ambos hemisferios también es una realidad material. Éstas son realidades que ya conocíamos y, que en alguna medida, hemos internalizado como inevitables en el corto-medio plazo (no incluyo el largo plazo por creer honestamente en el advenimiento de la revolución social).
Entonces, una vez más, ¿qué nos debe ocupar la mente a les anarquistas? Pues ni más ni menos que la afirmación y reproducción de la idea de que existe un contrato social, que no solamente es necesario según la ideología imperante, sino también inevitable y lógico.
Dejando de lado el debate de si la globalización está creando un mundo integrado a todos los niveles, lo que no podemos obviar es que para sustentar un sistema internacional de gobernanza de la actividad humana el modelo de Estado-nación es más que necesario. Argumentar que el mundo está dirigido por el FMI y por la OMC es un despropósito que solamente le hace el juego al proyecto neoliberal. Sí, las instituciones multilaterales internacionales están creciendo y tienen un papel decisivo en las dinámicas del mundo, pero esto es solamente posible si existe el Estado-nación (a lo que se debería oponer tode anarquista que se precie). Precisamente porque la globalización es un proceso integrador, éste requiere de legitimidad constitucional que aporte un “imperio de la ley” acorde a los tiempos. ¿Cómo se consigue esto? Reforzando la legitimidad del Estado-nación.
Si bien es cierto que la soberanía del Estado-nación está en declive, solamente lo hace en términos contrapuestos a la vieja conceptualización de soberanía. Recordemos que el Estado moderno nace como respuesta al feudalismo en Europa occidental, y lo hace para monopolizar las dinámicas humanas dentro de un territorio definido. Lo que parece obviarse muy a menudo es que para que sea posible que un Estado-nación exista el resto de Estados han de reconocer la existencia de los demás (y respetarla). Al suceder esto se crea un sistema internacional (que debería llamarse interestatal) que legitima en términos judiciales y éticos el monopolio de la vida humana.
La clave para comprender lo que está sucediendo con la globalización es pensar en ella en términos comparativos: si el Estado moderno nace en un contexto de fragmentación feudal (de fragmentación provincial si se quiere), la globalización no es sino un intento de gobernar “la anarquía” que existe entre Estados a un nivel mundial. Pensemos en los Estados-nación como las provincias de un Estado, y en la globalización como el Estado mismo. Para que las provincias de un territorio queden unificadas bajo un mismo marco común se requiere de un proceso legitimador que permita la aparición de un aparato estatal integrador. ¿Se ve el siguiente paso? Exacto. Para que exista un sistema global integrado se requiere de un proceso legitimador que integre a los diferentes Estados-nación (a las “provincias” del mundo).
De esta manera, la soberanía de los Estados de hoy en día no se ve mermada, sino que se ve desplazada. Para que el FMI pueda dictaminar medidas económicas en Grecia se requiere, previamente, de la legitimidad estatal de los Estados del mundo, y esto no hace más que reproducir la idea de contrato social y Estado, el cual actúa como una bisagra entre lo “local” y lo “global.” Lejos de presenciar la creación de un Imperio mundial unitario como afirman Hardt y Negri, lo que estamos experimentando es un desplazamiento y una redefinición de la soberanía estatal. Y lo crucial al respecto es que para que dicho desplazamiento tenga lugar se necesita la reafirmación del proyecto estatal.
Es por ello que luchar contra la globalización capitalista no ha de ser visto como una lucha contra un Nuevo Orden Mundial (como muchas personas dadas a la teoría de la conspiración piensan). Luchar contra la globalización tiene que ser, para nosotres les anarquistas, la lucha contra la existencia del Estado-nación. Después de todo la postmodernidad no ha llegado: seguimos viviendo en el mismo “viejo” mundo capitalista-estatal que nos esclaviza de maneras más dinámicas y fluidas.