Nos movemos en la más absoluta vacuidad,
aun cuando pretendamos lo divino,
y ansiemos rozar lo eterno,
somos poros de la realidad vacía;
despojos que pululan cabizbajos,
languideciendo entre el frío asfalto,
soñando permanecer impertérritos,
mientras la vida todo lo asfixia;
vida que se deslíe en muerte,
que deviene en engranaje maquinal
de acero, óxido, lágrima
y latido usurpado.
El poder todo lo aflige,
todo lo contamina,
todo lo turbia…
Tenemos existencias aherrojadas
al vil querer del poseído,
que torna irrebatible
[lo desconocemos]
en querer del desposeído,
al que le ha sido arrebatada toda luz,
toda gracia y toda humanidad,
al que hemos tomado por nuestra
oscuridad y coronado con nuestra indeferencia…,
es a ése al que nos debemos,
al que brilla más hondo que nosotros mismos,
pero todo lo ve negro,
como exánime viviente;
como una orquídea diurna…,
al que la burla cercaría si pudiere,
[y puede]
al que la savia le ha sido negada,
pero que guarda,
en cerca recóndita,
alguna ignota pasión…,
ése que no posee reflejo en la mirada
mientras la fija en la infinita viscosidad
de un procesador mental,
de una máquina martilleante
o de un ruido mercantil…,
a ése nos debemos,
[somos hermanos]
pues en lo putrefacto de su carne,
perenne,
se encuentra la pureza
del gesto revolucionario.