Cuando abrimos cualquier periódico burgués y miramos en la sección ‘Política’, leemos los discursos de los partidos sobre cuestiones que afecten al país, casos de corrupción en ciertos partidos políticos, y en general, asuntos que traten sobre las decisiones de los partidos políticos, las leyes, las relaciones exteriores y lo que se debata en los parlamentos. Todo ello nos da a pensar que la política es aquello asociado a las instituciones y al Estado, siendo un tema que debe ser tratado por profesionales que han estudiado carrera y que, por ello, tienen legitimidad para representar al pueblo y decidir por éste. No obstante, lejos de esta connotación dada desde los medios de comunicación y los propios políticos, «política» significa realmente la gestión, administración y organización de las sociedades humanas, nada relacionado con la profesionalización de la política y un asunto lejos del alcance de la población.
Sin embargo, la mayoría de la gente todavía desconoce el significado real de la política y, eludiendo responsabilidades, se niega a meterse en política, ya sea porque desde ciertos partidos políticos tratan de persuadirnos de que es malo meter la política en deportes, en la vida personal, en las escuelas, en el trabajo, etc; o porque piensan que la política es un juego sucio y manchado de corrupción. Son aquellos que se declaran apolíticos y -en palabras de Bertolt Bretch- “no sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. Pese a que no toda nuestra vida es política, sí que nuestras condiciones de vida son fruto de las decisiones tomadas por la clase dominante que ostenta el poder político.
Empero, si entendemos la política, no como una profesión, sino como lo descrito en la introducción, se nos abren muchas puertas y ponemos a nuestro alcance la capacidad para la gestión colectiva y la creación de instituciones propias emanadas de la libre asociación, entendiendo «instituciones» como órganos de gestión -en este caso- no jerárquicos en los cuales sean puntos de encuentro para que el pueblo sea quien tome las decisiones políticas y no una clase parasitaria. Por numerar unos ejemplos: asambleas, sindicatos, comités, federaciones, confederaciones, municipios, etc.
Ya con los conceptos claros, podemos distinguir la política profesional de la política real. La política profesional tiene su origen en los Estados -es decir, en una institución jerárquica y separada del pueblo, constituido para gestionar la vida del pueblo y a la vez utilizada como instrumento de dominación por las clases propietarias- y en nombre de la voluntad general se consolida como un poder legítimo para gobernar al pueblo y “velar por sus intereses”. Pero la realidad es bien diferente a la teoría, y la política como profesión termina siendo prostituida, puesta al servicio de las clases dominantes en contra de los intereses del pueblo. En cambio, la política real es la que surge de las masas populares que, tomando conciencia de su condición de explotados y que la política no solo es cosa de políticos, se organizan en base a principios como el asamblearismo, la ayuda mutua, la solidaridad de clase, la cooperación… Es la política que se crea en las calles, en los tajos, en las escuelas y en todos los lados donde existan desigualdades sociales y sujetos activos dispuestos a transformar esa realidad.