La magnitud proporcional de la plusvalía producida por un trabajador en un día de trabajo es la proporción entre la magnitud absoluta de plusvalía producida y el capital invertido para la compra de la fuerza de trabajo. Esta magnitud proporcional es lo que llamamos tipo de la plusvalía. Si el salario de un día de trabajo se fija en cuatro euros y la plusvalía absoluta obtenida en ese día por ese trabajador también es de cuatro euros, el tipo de la plusvalía es de un 100%. Esta relación expresa el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital.
Trabajo necesario y sobretrabajo
Durante una parte de la jornada, el obrero reproduce el valor diario de su fuerza de trabajo (el valor de las subsistencias necesarias para su mantenimiento). No produce su subsistencia directamente, sino en la forma de mercancía particular cuyo valor equivale al de sus medios de subsistencia. A esta parte de la jornada en que la producción es mera reproducción la llamamos tiempo de trabajo necesario.
La parte de la jornada que traspasa los límites del trabajo necesario no implica ningún valor para el trabajador, solo constituye la plusvalía para el capitalista. Llamamos tiempo extra a esa parte de la jornada y sobretrabajo al trabajo realizado en ese tiempo. La plusvalía es la materialización de este trabajo. Las distintas formas económicas de la sociedad se distinguen por la forma de imponer y usurpar ese sobretrabajo.
Producto líquido
Llamamos producto líquido a la parte del producto que representa la plusvalía. El total del producto líquido se determina no por su relación con el producto entero, sino con la parte que representa el trabajo necesario. La magnitud relativa del producto líquido es la que mide el grado de elevación de la riqueza.
Límites de la jornada de trabajo
La jornada de trabajo varía entre los límites que imponen la sociedad y la naturaleza. Hay un mínimo, el tiempo de trabajo necesario, el tiempo en el que el obrero trabaja para su propia conservación. Puesto que el sistema capitalista descansa sobre la formación de plusvalía, nuestra organización social no consiente descender hasta ese punto. También hay un máximo marcado por los límites físicos de la fuerza de trabajo.
Cada comprador trata de sacar del empleo de la mercancía comprada el mayor partido posible. Así, el capitalista que compra fuerza de trabajo tiene como objetivo absorber todo el sobretrabajo posible. Asímismo el trabajador aspira a no gastar su fuerza de trabajo sino en ciertos límites, solo quisiera gastar cada día la fuerza que puede rehacer gracias a su salario.
Hay, pues, derecho contra derecho, ambos sustentados en la regulación del intercambio de mercancías. ¿Quién decide entre dos derechos iguales? La fuerza. He ahí por qué la reglamentación de la jornada de trabajo se presenta en la historia de la producción capitalista como una lucha entre la clase capitalista y la obrera.
Explotación del trabajador libre
El capitalista no ha inventado el sobretrabajo. Desde el momento en que una parte de la sociedad posee el monopolio de los medios de producción, el trabajador está obligado a añadir al tiempo de trabajo necesario un exceso destinado a suministrar las subsistencias al poseedor de los medios de producción (sea esclavista, señor feudal o capitalista).
Mientras una sociedad considere la utilidad por encima del valor cambiable (el valor de uso por encima del valor de cambio) el sobretrabajo encontrará un límite en la satisfacción de necesidades determinadas. Sin embargo, si en el sistema económico pasa a dominar el valor de cambio, se generalizará el hacer trabajar todo lo posible, sin límites marcados por la utilidad del trabajo. No se tratará entonces de obtener cierta cantidad de productos útiles, sino de obtener más y más plusvalía. A partir de ahí el capital monopoliza el tiempo, reduce el dedicado a las comidas y al descanso hasta el mínimo según el cual el organismo deja de funcionar.
Parece que el interés del capital debería impulsarle a economizar una fuerza que le es indispensable, pero lo cierto es que a cada momento hay exceso de población con relación a la necesidades del capital. Es evidente cómo la producción capitalista explota al medio y a las personas hasta la extenuación. En todo período de especulación cada cual sabe que un día ocurrirá el estallido, pero uno espera librarse del mismo después de haber obtenido los beneficios. El lema de todo capitalista es ¡Después de mí, el desastre!
La lucha por la limitación de la jornada de trabajo
El fin real de la producción capitalista es la producción de plusvalía o sustracción del trabajo extra. Los trabajadores salen del dominio de la producción de distinto modo a como entraron en ella. Se había presentado en el mercado como poseedor de la mercancía “fuerza de trabajo”. El contrato a merced del cual vendía su mercancía parecía resultar de un acuerdo entre dos voluntades libres. Concretado el negocio, se descubre que el trabajador no era libre, que el tiempo en que puede vender su fuerza de trabajo es el tiempo por el que está obligado a venderla. Para defenderse contra esa explotación es preciso que los obreros se organicen para que, mediante un esfuerzo colectivo (una presión de clase), se decida socialmente cuándo termina el tiempo que vende el trabajador y cuándo comienza el tiempo que le pertenece.