El otro día me encontraba yo debatiendo con unes compañeres unos temas más bien abstractos: que si esto nos hacía más felices, que si nuestra percepción de la felicidad era imperativamente subjetiva, que si hay maneras para medir la felicidad… Y a todo esto, me acordé de un ensayo cortito de Bertrand Russell en el que, desde una perspectiva moral o ética, defendía la jornada laboral de 4 horas.
El ensayo se titula “Elogio de la ociosidad” (click para leer en castellano o el original en inglés aquí), y básicamente viene a defender lo que muches anarquistas defendemos: que el trabajo en las sociedades capitalistas nos mata; no el trabajo per se, sino más bien la forma en la que organizamos las dinámicas productivas. Y nos mata no solamente físicamente, sino mentalmente también, anulando el potencial que todo ser humano dispone desde su nacimiento por el mero hecho de formar parte de esta especie animal.
Si nos paramos a pensar, la vida de un humano adulto en sociedad capitalista está fragmentada en 3 tercios que son: trabajo, ocio, y descanso. El último tercio se suele descuidar mucho más que el resto, puesto que el trabajo es obligatorio—si no te despiden—, y el ocio es algo tan básico para el disfrute de la vida que siempre—o casi siempre—toma importancia sobre el descanso. Si a esto le sumamos que en las sociedades capitalistas gran parte de la población empleada trabaja en términos reales más de 8 horas diarias de media—ya sea por horas extras, porque le tienen que dedicar horas en casa al trabajo, o por lo que sea—entonces nos encontramos con que no vivimos nuestra vida humana como nos gustaría hacer. Y no lo hacemos por decisión propia—estrictamente hablando—sino porque el sistema económico en el que nos ha tocado vivir así lo dispone. Total, que nos están jodiendo la vida.
Pero no estoy re-inventando la rueda con este texto. No he escrito nada nuevo ni he aportado nada que no se supiera. Aquí es donde Bertrand Russell nos proporciona una conceptualización interesante del trabajo. Teniendo en cuenta que Russell era un tipo especial—ni sumamente liberal, ni sumamente marxista—, su ensayo tiene tintes revolucionarios en cuanto que pretende cambiar el estado de cosas materiales de una forma radical. En el ensayo ya mencionado, el filósofo británico aboga por la jornada de 4 horas sobre una base simple y sencilla: el trabajo no nos hace felices. Trabajar 8 horas—o más—para otra persona no nos hace felices. Ganar el suficiente dinero para sobrevivir mes a mes no nos hace felices. Y lo más importante para él: el trabajo en la sociedad capitalista nos quita horas de ocio, que es una parte fundamental de la naturaleza humana.
Si el ocio es tan fundamental para Russell es porque identifica el potencial creativo humano con el ocio. En nuestras horas de ocio podemos decidir, libremente—sin un jefe que nos obligue a hacer lo que sea—lo que queremos hacer: leer, pintar, esculpir, pasear, filosofar, ver a les amigues… De la mera acción de elegir libremente y dedicar tiempo a nuestra persona nace la felicidad, la cual es síntoma de un sistema ética superior—o si nos ponemos universalistas como Chomsky, sería el único sistema válido puesto que es el que nos aplicaríamos a nosotres mismes y por ende al resto de humanos.
Pero Russell va más allá y hace una fuerte crítica a los valores de la sociedad capitalista—recordemos el contexto histórico: años treinta—ya con la gran crisis económica presente—y viniendo de la aristocracia inglesa. Para él las sociedades dan más valor a unos trabajos, de tal forma que el médico es más valorado que el barrendero. También, dice Russell, nos enseñan que trabajar es lo que define al ser humano, que el trabajo es lo que dignifica y nos da honor y virtud. Y finalmente, recordándonos a las tesis marxistas, Russell afirma que hay únicamente dos tipos de trabajo. En resumen:
- El trabajo que se encarga de recolectar y modificar la materia del planeta.
- El trabajo que se encarga de supervisar que el anterior se haga.
Total, que tenemos a lxs trabajadores y a lxs burgueses definidos en otros términos. A esto Russell añada que la segunda categoría puede estar jerarquizada y anidada, de tal forma que tenemos supervisores de supervisores que, a su vez, podrían tener otros supervisores. Sea como sea, Russell identifica claramente a explotades y explotadores. Lo que me parece original e interesante a tener en cuenta es la argumentación moral para criticar a este sistema: el trabajo simplemente no nos hace felices; y dado que la felicidad es un componente básico del ser humano negar esta felicidad es algo a evitar. Si tuviéramos jornadas de 4 horas, dice Russell, primero no tendríamos desempleo, y segundo la calidad de vida humana sería digna y verdaderamente humana. La pintura se beneficiaría, la música también, la filosofía… todo se beneficiaría puesto que las personas perseguirían sus intereses existenciales, es decir, aquello que les hace felices. ¡Es más! Para Russell no habría ni guerras porque la gente asociaría el esfuerzo militar como “trabajo”—como una carga impuesta—por lo que no sucederían—además que en una sociedad feliz la tensión y nervios, como él dice, quedarían reducidos al mínimo.