Primaveras árabes, ¿herederos de quién?
Los recientes acontecimientos que se han sucedido en cadena desde 2010 en los países del extremo norte de África y que han provocado el cambio de los regímenes totalitarios por gobiernos representativos han sido considerados “revoluciones pacíficas”, en tanto que sus agentes principales fueron los miembros de la sociedad civil. Sentó precedente la protesta en el Sáhara Occidental, y le siguieron con grandes resultados Túnez, Argelia, Egipto y Libia, entre otros. Aunque los cambios gubernamentales obtenidos no hayan sido en todos los casos estructurales sí es cierto que se desató una oleada de protestas que removió todo el mundo árabe, llegando a los países de Oriente Medio. El declive del radicalismo ladenista en favor del pacifismo que caracterizó a lo que se ha dado en llamar Primaveras Árabes es un campo que merece un extensísimo análisis. Conformándonos con algunos apuntes, se deben matizar algunos puntos acerca de la situación precedente que fue su caldo de cultivo.
Dentro del salafismo literalista que emergió con fuerza en la década de los setenta del siglo pasado se forman grupos violentos, entre ellos al-Qaeda; pero no se debe olvidar que no cuentan siempre con el beneplácito del grueso de la sociedad musulmana. La eterna lucha contra el sionismo, muy arraigada entre la Umma, ve en el yihadismo que se escora hacia su vertiente más extremista un punto de disrrupción en el seno de la comunidad, una potencial fragmentación de la fuerza colectiva y algo que, lejos ya de servir a sus propósitos unificadores, impide la lucha unida contra el estado de Israel.
La mayoría de la población árabe se mostraba en los sondeos favorable a la reintroducción de la Sharia y a la expulsión de las potencias occidentales que seguían, de una forma u otra, manteniéndose como mediador en los gobiernos de la zona; al igual que deseosa de ganar derechos y libertades. Sin embargo, no lo era tanto a la solución terrorista ni a la figura de bin Laden en concreto, una vez codificada como más perjudicial que aliada tras los atentados del 11S. Un comunicado póstumo del número uno de al-Qaeda mostró el apoyo que desde el yihadismo más radical se brindaba a estas rebeliones, ya civiles –quizá, y teniendo en cuenta la aversión de este sector hacia la instauración de cualquier legislación secular, un mero acto de solidaridad como intercambio por la respuesta favorable que ellos mismos tuvieron–; no obstante se trataba de una muestra superficial de hermanamiento y no consta que desde la organización se pretendiera un impulso táctico o logístico a los movimientos. Quizá el método operativo de la Yihad violenta y masiva se había revelado ya en un declive imparable o quizá, habida cuenta de los avances ganados –el repliegue del enemigo occidental– mediante la acción pacífica, dejó de considerarse necesario el uso de la violencia.
Como en toda intifada que se ha pretendido maquillar de incruenta, esta violencia estuvo y está presente en los países que protagonizan la nueva oleada democratizadora. ¿Fue la inmolación del joven tunecino Mohammed Bouazizi, detonante definitivo de la revolución, pacífica? La hipócrita moral que campa a sus anchas y sin ser objeto de crítica por la mentalidad occidental impide ver la el daño individual como un factor a tener en consideración para la clasificación de la revuelta como violenta. Mientras las granadas no lleguen a sus cascos y no se pueda declarar oficialmente la afrenta bélica que ello supone no se reconocerá la morbidez de las acciones; menos aún cuando el responsable es un sujeto colectivo civil y no armado cuyos miembros participan de unas mismas aspiraciones y fuertemente cohesionado en torno a un ideal de libertad. Ellos son inofensivos. Entre tanto, los islamistas afrontan la muerte de Bouazizi como un nuevo martirio.
J.