Hay a quienes hoy en día la idea de un nuevo resurgimiento del fascismo les pareciere una idea ridícula. Lo vencimos, lo erradicamos. Perseguimos a las tropas alemanas hasta el Nido de Águilas, Hitler se suicidó y Mussolini fue colgado por partisanos italianos. Lo vencimos. Entonces vino la democracia, la libertad, los derechos civiles, la derrota del bloque soviético, el fin de la historia, en palabras de Fukuyama, líder espiritual de los neocon.
Nuestro país, más que ningún otro, debería conocer la mentira que todo ello supone. Durante treinta años se mantuvo aquí un régimen de base fascista sin que eso supusiera conflicto alguno con los regímenes demoliberales de su entorno. La relación entre fascismo y Gran Capital ya ha sido de sobras demostrada, nombres tan conocidos como Hugo Boss, Volkswagen, Fiat o Banesto aparecen completamente asociados durante el dominio de los fascismos. Todos ellos son líderes en sus respectivos sectores económicos.
¿Cuál es exactamente esta relación? La historiografía burguesa, es decir, la historiografía de los Estados demoliberales que ganaron la segunda guerra mundial, a menudo explica el fascismo, o su variante nacional-socialista, como producto del empoderamiento de un psicópata. Todos hemos oído esa historia: Hitler, un loco con carisma obsesionado con la supremacía aria, logra engañar al pueblo alemán y hacerse con el poder, tras lo cual desarrolla sus planes de supervillano de la edad de oro del cómic norteamericano.
No afirmo, y menos aún teniendo en cuenta su autobiografía, que Hitler fuera lo que entendemos por una persona libre de traumas psicológicos. Sin embargo, su llegada y, sobre todo, su permanencia en el poder no se explican si no se tienen en cuenta el sostén que supuso para su partido la gran burguesía alemana a partir de los años treinta. La cuestión de cómo este sector social acabó dando su apoyo al fascismo, cosa que no solo hizo en Alemania, sino también en Italia y España, se explica con facilidad.
Todos los países en los que el fascismo triunfa tienen varios elementos en común: la descomposición del orden capitalista, especialmente de sus relaciones productivas y de mantenimiento del Estado, la agudización de la lucha de clases y el inevitable fracaso de otras salidas. Es decir, estos países se encontraban en una situación que posibilitaba el triunfo la revolución social de la clase trabajadora. La alta burguesía, atemorizada, cierra filas en torno a los movimientos fascistas con el objetivo de fortalecer hasta el máximo el Estado burgués, unificar a la clase capitalista y liquidar el movimiento obrero revolucionario.
Volviendo al ejemplo de Alemania. Tras la primera guerra mundial Alemania se sume en una crisis producto del endeudamiento que supone la guerra y el debilitamiento tanto del Estado como del ejército. Ante esta crisis la burguesía acaba por partirse y el movimiento obrero se torna revolucionario, protagonizando la formación de consejos y levantamientos populares. Es aquí cuando aparece la socialdemocracia como salida, como pacto de clase entre la clase obrera y la burguesía. Desde el punto de vista de los socialdemócratas, una retirada pactada de la burguesía que dará paso, gradualmente, al socialismo, a la república de los trabajadores. El fracaso de la socialdemocracia alemana de solucionar la crisis del capitalismo, al ser ésta una crisis solo salvable por la revolución de la clase trabajadora, fue lo que aupó al poder al Partido Nacional Socialista. Se ha hablado mucho de la matanza de seis millones de judíos pero muy poco de la persecución que sufrieron los elementos revolucionarios del pueblo trabajador. No digo con esto que lo primero no sea relevante, pues el señalar un mítico enemigo es el recurso del fascismo para crear un pensamiento único que le permita unir y, en definitiva, subordinar al pueblo al Estado corporativista.
Sin embargo, la destrucción del movimiento obrero es su principal raison d´etre. Solo tras ello pudieron refundarse, tras la segunda guerra mundial, los regímenes demoliberales en Europa occidental. Volviendo a la cuestión introducida más arriba. ¿Es posible en la actualidad el resurgimiento del fascismo? Lo cierto es que nos encontramos en una crisis que recuerda en cierta medida a la crisis del período de entreguerras. La situación de España o Grecia, endeudadas ante el imperialismo europeo no está muy alejada de aquella República de Weimar, igualmente endeudada ante Francia y Reino Unido. Con todo, las fricciones sociales y la agudización de la lucha de clases aún no ha llegado, menos todavía en España, al nivel de entonces. Mientras esto sea así lo que vamos a ver es la imposición de las salidas pactadas. Aquí distinguimos dos posibles salidas. Por un lado, puede darse (y, de hecho, se está dando) la formación de un Estado autoritario al estilo de la dictadura Primorriverista o del Estado Novo portugués. Las instituciones del régimen demoliberal se tambalean, se forma entonces un gobierno de concentración, se resta importancia al parlamento y se refuerza el aparato represor del Estado, mientras se pretende buscar el pacto con ciertos sectores del movimiento popular (no olvidemos aquí el pacto que se da entre Primo de
Rivera y la UGT o el apoyo del Partido Socialista a la monarquía Italiana). Todos estos elementos los estamos presenciando actualmente en Grecia, España o Italia.
Ocurre, sin embargo, que la salida del Estado autoritario puede no llegar a solucionar las tensiones sociales generadas por el capitalismo en crisis. Aquí es cuando puede producirse la segunda salida, producto de la división de la burguesía y del pacto entre los sectores progresistas-liberales de la burguesía y el movimiento obrero. Es la salida que proponen Syriza en Grecia o Izquierda Unida en España, la configuración de una socialdemocracia. Cuando, repito: inevitablemente, la socialdemocracia Alemana fracasa, cuando fracasa la república de la izquierda burguesa en España, en sus proyectos de alianza de clase es el momento en que, temiendo la revolución obrera
(única salida posible a la crisis del capital) la alta burguesía pasa a dar su apoyo a los fascismos.
Debemos entonces estar advertidos. Ningún pacto de clase es solución a la crisis, ésta solo puede lograrse mediante el triunfo total de la clase obrera, la eliminación del Estado burgués y la imposición de un nuevo orden económico, social y político basado en la libre organización del pueblo trabajador, en la descentralización de la economía y, en definitiva, en el avance del socialismo. Quienes defienden cualquier forma de pacto de clase están defendiendo no la solución al problema del capitalismo, si acaso su prolongación, que solo facilita la posibilidad del resurgimiento del fenómeno social que es el fascismo. Un triunfo de Syriza en los próximos años podría significar, no mucho después, un triunfo de Amanecer Dorado, ya fuera electoral, mediante una tranquila “marcha sobre Roma” (la socialdemocracia tiende a desarmar a la clase trabajadora) o bien mediante un levantamiento violento. A no ser, claro está, que esto sea impedido por el pueblo griego. Paralelo sería el caso de España, si el bipartidismo se descompone y triunfa Izquierda Unida, ¿cuánto tardaría la burguesía en apoyar a un movimiento de carácter fascista? La revolución es la única salida posible. Trabajemos pues, los revolucionarios, en facilitarla y, para ello, necesitamos construir un pueblo fuerte. Solo así es posible el definitivo triunfo ante los haces de lictor.
Fran.