Por una revolución cultural dentro y fuera del sindicalismo.
Por David García Arístegui
“Hay sindicatos de pilotos de avión, de médicos, de policías, de funcionarios de prisiones y de conductores de metro. Pero quienes realmente necesitarían una organización que vele por sus derechos, como las personas sin papeles, trabajadoras domésticas, todo el universo del sector servicios… no tienen organizaciones específicas ni de referencia. Y tenemos unos sindicatos de clase que, en el mejor de los caos, ignoran los sectores donde no pueden sacar delegados sindicales, y por tanto, horas sindicales y subvenciones estatales. Los sindicatos hace décadas que abandonaron a los sectores más fragmentados (donde es muy raro el que se puedan impulsar elecciones sindicales) y a las personas sin empleo remunerado. Y así les va”.
La cosa está muy mal (una introducción)
El momento en el que escribo este artículo es bastante peculiar en mi vida. No me pagan desde hace meses en mi trabajo, precisamente en un período de mi vida en el que por primera vez desde que acabé la carrera no estoy en un sindicato. Justo cuando más necesitaría una organización especializada en la defensa de los intereses de las y los trabajadores, me encuentro partiendo casi de cero con otros compañeros y compañeras, impulsando asambleas y redes de apoyo mutuo, por desgracia desde fuera de las distintas organizaciones y facciones enfrentadas que revindican ser las herederas de la Confederación Nacional del Trabajo – CNT.
La acuciante falta de dinero y la angustia que provoca el no saber que va a ser de tu vida a corto y medio plazo hace que se observe todo lo relacionado con la política y el 15M bajo un prisma distinto. Después de la Acampada de Sol, de la articulación del movimiento en los barrios y de las distintas Mareas queda la impresión de que el discurso y las formas del 15M no parecen calar en la realidad laboral de este país. Hablamos de una realidad cada vez más y más precaria, con la impensable cifra hace sólo unos años de más de seis millones de personas sin ningún empleo remunerado.
¿Qué nos pasa?
Pero la situación tan grave que vivimos no hace que se busquen formas colectivas de lucha en todo lo relacionado con lo laboral, más bien al contrario. En su capítulo para el libro colectivo ¿Y ahora qué? Impactos y resitencia social frente a la embestida ultraliberal Paloma Monleón nos recordaba que “en los sectores más precarizados, las formas colectivas de negociación han alcanzado su práctica desaparición, sustituidas por procesos individuales de pseudo-pacto entre las dos partes. (…) Estos cambios se reflejan en la conciencia de las personas. (…) Se configura una conciencia de individualidad, opuesta a los referentes colectivos tales como la noción de clase social”. Esta nula conciencia colectiva podría explicar la fiebre dentro de la clase media sociológica por las iniciativas de auto-empleo y en emprendizaje, pero no nos vamos a extender más en este punto.
Volviendo a las luchas colectivas, siempre me ha fascinado el que las críticas más ácidas y más duras a los sindicatos suelen provenir de gente que jamás ha estado en uno de ellos y, por tanto, son realizadas desde un desconocimiento total. Recientemente Pablo Iglesias, un académico sin filiación o actividad sindical conocida, elaboraba un listado de empleos y situaciones vitales supuestamente atípicas (de teleoperadores a sin papeles, de falsos autónomos a prostitutas) para llegar a la conclusión que “esos son los de abajo y sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los sindicatos (ojalá pudieran). Muchos de ellos ni siquiera pueden ejercer su derecho a la huelga”.
A la clase media no le gustan los sindicatos
Pablo Iglesias no es el único que ha realizado críticas poco rigurosas al sindicalismo desde el ámbito del 99% o los de abajo -no nos atrevemos a calificarles ya simplemente como “izquierda”-. En el texto ¿Son las Mareas un nuevo Sindicalismo? se planteaba que “se da la paradoja de que cuanto más estructurada y potentes son las estructuras sindicales tradicionales en los servicios públicos, más difícil es que estas dinámicas de las Mareas se desarrollen por completo”. Pero la realidad es muy tozuda y ha desmentido esa peculiar caraterización de la realidad sindical de las Mareas: la huelga que convocó CGT al margen de CCOO y UGT en el sector de la Educación se suponía que iba a ser la oportunidad de la Marea Verde para demostrar su fuerza. Pero por desgracia el resultado de la huelga fue un fracaso absoluto, produciéndose una huelga testimonial y sin ninguna repercusión. Y si hablamos de la Marea Blanca (Sanidad) quien ha convocado las huelgas y ha marcado los tiempos de estas ha sido una nueva organización, AFEM, que aunque sea la Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid es en realidad… un sindicato. Precisamente por ser una organización sindical (corportativista eso sí) es por lo que puede convocar huelgas.
Para hablar de las organizaciones sindicales puede ser muy útil leer un poco de historia. Y además para ello no es necesario irse muy lejos, de hecho, basta con un ejemplo muy cercano, que es recuperar la historia de la antes aludida CNT. Es totalmente recomendable la lectura del libro de Chris Ealham “La lucha por Barcelona – Clase, cultura y conflicto 1898-1937” (hay un buen resumen en Diagonal). En sus páginas Ealham nos recuerda como la CNT controlaba las bolsas de trabajo para las personas en paro. La CNT, con un 40% de paro entre su afiliación, intentaba en los sectores donde tenía poder el forzar a los patronos la contratación de parados de sus bolsas de trabajo, o bien remuneraba con una paga diaria de un obrero manual semi-cualificado actividades como la pegada de carteles o la participación en piquetes. Estas actividades suponían toda una escuela de activismo, con las que la CNT ganaba enorme influencia en los barrios y conseguía que los parados no hicieran de esquiroles durante las huelgas.
Además, la propia CNT amparaba e impulsaba la incautación o robo (según se mire) de frutas, verduras y pan para las personas sin recursos. Estas incautaciones podían hacerse de manera más o menos pactada a plena luz del día o bien se organizaban asaltos a almacenes y depósitos del puerto. Por último, la CNT creó un Sindicato de Inquilinos dentro de la organización y apoyó diversas huelgas y movilizaciones relacionadas con la vivienda, siendo la más grande la huelga de inquilinos de 1931 en la que participaron más de 100.000 personas (tengamos presente la demografía de la época). ¿Era más o menos difícil afiliarse a un sindicato como la CNT y hacer huelgas en los años 20 y 30 o hacerlo ahora?
Fuego amigo
César Rendueles planteaba hace años que “una de las respuestas más frecuentes a las que uno se enfrenta al abogar por la propiedad colectiva de los medios de producción viene a recordar lo desagradable que resulta compartir el cepillo de dientes o vivir en comunas. Curiosamente, nunca tarda en aparecer un compañero de viaje terriblemente contracultural que proclama la absoluta necesidad de compartir el cepillo de dientes y vivir en comunas”. Algo parecido pasa cuando se quiere defender a los sindicatos y explicar que son herramientas de lucha colectiva. En seguida aparecerá en prensa alguna actuación incomprensible de CCOO y UGT, para acto seguido saltar a los medios contrainformativos y redes sociales el enésimo comunicado de alguna organización anarcosindicalista, criticando esas actuaciones desde la irrelevancia política e impotencia sindical. Pero si es “difícil” el afiliarse a sindicatos o hacer huelgas no es sólo por los graves errores de estos sindicatos, todo esto también sucede porque la batalla de los sindicatos se perdió en la esfera cultural hace mucho.
Owen Jones ha escrito un magnífico libro sobre la demonización de la clase obrera, y en esa demonización la caricaturización y la deformación de la actividad de los sindicatos ha sido constante e implacable. De la PSV al escándalo de los EREs en Andalucía los sindicatos llamados mayoritarios han dado razones de sobra para su descrédito (el anarcosindicalismo a menor nivel también, como con el Patrimonio Sindical acumulado), pero la labor de zapa contra las organizaciones sindicales con el apoyo entusiasta de la izquierda posmoderna ha sido brutal. Hay estimaciones recientes que atribuyen un 71% del fraude fiscal a grandes patrimonios y empresas, pero los sindicatos en este país tienen la misma mala imagen que la CEOE. Y recibiendo “fuego amigo”, ya saben, textos como el de Madrilonia o discursos como el de Pablo Iglesias, que plantean que los sindicatos no pueden agrupar y ayudar a organizar a gente con problemas tan dispares como funcionarios, trabajadores del sector servicios, personas en paro o falsos autónomos. La clase media en los sectors sin sindicatos corporativistas y por desgracia gran parte de la clase trabajadora fragmentada y precaria desprecian a los sindicatos. De acuerdo, entonces… ¿donde hay que practicar el apoyo mutuo y la solidaridad, si no es en algo parecido a organizaciones sindicales?
Creo que hay que apostar por espacios por fuera de los sindicatos al uso no porque considere que las organizaciones de trabajadores/as no sirvan, si no porque constato con horror que, al haber perdido la batalla cultural y ser depreciados incluso por la clase trabajadora, se han apropiado de los sindicatos quienes no debían. Hay sindicatos de pilotos de avión, de médicos, de policías, de funcionarios de prisiones y de conductores de metro. Pero quienes realmente necesitarían una organización que vele por sus derechos no son las y los trabajadores cualificados si no las personas sin papeles, trabajadoras domésticas, todo el universo del sector servicios… esas personas no tienen organizaciones específicas ni de referencia. Y tenemos unos sindicatos de clase que, en el mejor de los casos, ignoran los sectores donde no pueden sacar delegados sindicales, (que implican las preciadas horas sindicales y aún más preciadas subvenciones estatales).
Los sindicatos hace décadas que abandonaron a los sectores más fragmentados (donde es muy raro el que se puedan impulsar elecciones sindicales) y a las personas sin empleo remunerado. Y así les va. Queda lejísimo la clarividencia de la CNT barcelonesa, que tenía muy claro que el amparar y organizar a los sectores más castigados de la sociedad la impulsaba como la organización hegemónica de la clase trabajadora, tanto en lo laboral como en lo cultura. Su prestigio y capacidad de movilización eran incuestionables, todo lo contrario a lo que sucede ahora con esas churreras de delegados sindicales a los que todavía llamamos “sindicatos”. Ahora la CNT se autoexcluye de las elecciones sindicales y renuncia a las prebendas estatales de horas sindicales y subvenciones. Pero sigue atravesando una travesía en el desierto a nivel sindical y organizativo que parece no tener fin, al quedarse como un sindicato en tierra de nadie.
La revolución no es divertida
El cambio no parece que vaya a surgir desde las organizaciones sindicales al menos a corto plazo. Mientras sigan intentando que la realidad se adapte a sus decimonónicos estatutos (y no al revés, que sería lo más razonable) su autismo y e inercias imposibilitan de momento cualquier tipo de cambio de largo alcance. La evolución y reubicación de los sindicatos como verdaderas herramientas de lucha debería surgir de la onda expansiva de la explosión de lo que fue la Acampada de Sol y el 15M. Una vez que se ha vuelto a los barrios y que se ha articulado la solidaridad en temas como el de vivienda y el drama de los desahucios, es el momento de impulsar organizaciones de apoyo mutuo y solidaridad en los centros de trabajo y en las sedes del INEM.
Pero para ello también tiene que haber un cambio cultural, y en estos momentos la situación no parece muy buena. El historiador de derechas Stanley Payne ha realizado unas declaraciones hablando de que en España “la expresión del nuevo radicalismo occidental es de tipo cultural. Al contrario de los antiguos revolucionarios políticos, estos nuevos revolucionarios culturales no pretenden cambiar las estructuras políticas, sino la identidad individual”. Y hay ideólogos que en sus textos confirman los argumentos de Payne, con ideas como “la política no es en primer lugar un asunto de denuncia y concienciación, porque no hay gota que colme el vaso y lo malo se puede tolerar indefinidamente, sino una especie de cambio de piel por el cual nos hacemos sensibles a esto o alérgicos a aquello. No pasa por convencer (discurso) o seducir (marketing) sino más bien por abrir todo tipo de espacios donde hacer una experiencia de otra forma de vida, de otra definición de la realidad, de otra visión del mundo”.
Ejemplos como estos al hilo de las voces más hiperactivas en internet y redes sociales son inumerables. Cuando entrevistan al autor de “La revolución divertida” Ramón González-Férriz este plantea que las últimas movilizaciones “no son verdaderos actos revolucionarios, sino “revoluciones divertidas”, actos destinados más a aparecer en los medios masivos que a cambiar la política. Como en los sesenta, aunque ahora internet tenga el mismo o más peso que la televisión”. En blogs de activistas y personas relacionadas con el 15M encontramos afirmaciones como “y me quiero divertir. Me quiero divertir dentro de mi enojo, que es una brasa interna con la que no me va a hacer falta llevar carbón (para la barbacoa); (…) Pero cuando hacemos cosas juntas, y nos divertimos, es cuando se nos apetecerá de cierto volver y reunirnos con esas personas, en otros espacios, en otros colectivos, en el barrio o en el stop desahucios”.
Propuestas
Tanto si se está dentro o fuera de un sindicato el pegar carteles, ayudar a comprender un convenio, gestionar una bolsa de trabajo o participar en un piquete no son actividades divertidas ni “cool”. O por lo menos, son mucho menos divertidas y “cool” que conseguir un Trending Topic en Twitter, escribir artículos en blogs y medios digitales, asistir a encuentros tipo #15MP2P o participar en concentraciones ilegales o escraches. Pero las acciones vinculadas al mundo de lo laboral y las personas en paro son acciones y prácticas abolutamente imprescindibles si nos tomamos el cambio social mínimamente en serio. Tanto como el recoger firmas para una ILP -algo extremadamente tedioso y para lo que hay que armarse de paciencia- como poner el cuerpo para parar un desahucio, exponiéndose uno a agresiones por parte de la policía e incluso detenciones.
Quiero ser muy claro en esta parte para que no haya malos entendidos: no revindico ni el martirologio para el activismo ni una militancia aburrida, plana y gris. Pero también es algo algo muy poco divertido que en acciones relacionadas con el 15M la policía te golpee o te detenga. Hay que conseguir que la gente no sólo se movilice cuando la desahucian o que se plantee lo laboral cuando ya la han despedido, es decir, cuando le afecte algo directamente. Pero además no practicar un activismo a la carta: hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero, así es prácticamente imposible articular cualquier tipo de lucha colectiva. La PAH y las asambleas de vivienda han conseguido que los desahucios, que se vivían como un problema estrictamente personal, ahora ser perciban cada vez más como probleamas sociales, colectivos. Hay que ir dando pasos para que suceda lo mismo con los despidos, la desaparición de los convenios colectivos, las empresas con expedientes de regulación de empleo, con las y los parados de larga duración… En definitiva, el incidir en lo laboral es ir a la raíz de problemas como los desahucios, que es efecto de causas relacionadas con que las personas tengan que vender su fuerza de trabajo.
Como se decía en un texto muy lúcido, que no suceda más que “si a un camarero le cuesta identificarse con la clase obrera no es porque ésta no pueda representarle (pudo hacerlo en el pasado y lo hará en el futuro) sino porque una legión de teóricos le dice que no debe identificarse con ella”. Situaciones al menos tan complejas como la actual ya fueron superadas con apoyo mutuo, imaginación, compromiso y solidaridad. Es el momento de que el 15M empiece a implicarse directamente en las luchas relacionadas con lo laboral.
Finalizaremos con un homenaje, recordando lo que decía aquella mítica pancarta de unos piqueteros en la convulsa Argentina del 2001, con una situación muy similar a la nuestra: bienvenida a la lucha, clase media. Si en necesario un sindicalismo para los sectores más precarios, sin papeles y gente en paro hay que tender también la mano a la clase media, y esperando que no caigan en la tentación del sindicalismo corporativista. Las gentes de la clase media también venden su fuerza de trabajo y por lo menos desde el 2008 están comprobando que también se quedan en paro y que, por supuesto, también los desahucian.