El otro día publicaba la traducción de una entrevista que realizaron a Chomsky en Boston. Como pudisteis leer en ella, el famoso profesor y activista defendía que comenzar hay un conflicto armado carece de sentido. Con mucho acierto decía que “si lo que quieres es que te maten en cinco minutos, entonces es una idea estupenda.” Razón no le falta: el Estado controla el monopolio de las armas y, más importante, el monopolio de la gente que las sabe manejar.
No obstante, tras las palabras de Chomsky hay una idea muy diferente sobre la violencia revolucionaria. A lo largo de la entrevista se puede entrever esta idea que no expresa abiertamente, ya sea por despiste, porque no le dio la gana, o porque pensó que se sobreentendía. Cuando dice que la violencia contra un gobierno es legítima en casos muy concretos, Chomsky nos cuenta algo que no nos sorprende: que la violencia contra un gobierno es legítima cuando el gobierno oprime y reprime a la gente. De esta manera, él justifica los atentados contra Hitler por ser el régimen del dictador alemán un claro ejemplo de opresión y represión. Sin embargo, no parece que la democracia burguesa que impera hoy en día en Occidente se le antoje tan opresora ni tan represiva. Pero, ¿acaso no lo es?
Usando la lógica que el mismo Chomsky emplea en la entrevista, vamos a diferencia aquí también entre “seminario de filosofía”—donde los debates sobre cosas no-inmediatas es posible—y “mundo real.” En el seminario de filosofía podemos debatir las formas con las que el Estado burgués controla, unilateralmente, las vidas de las personas que viven dentro de sus fronteras. El Estado hace las leyes, y las leyes dicen qué se puede hacer, qué no se puede hacer, y cómo se debe de haber lo que se puede hacer. A la ecuación sumamos un sistema político que bebe y nutre al mismo al Estado. Y para más inri, también sumamos un sistema económico que sustenta, y de alguna forma dio origen, al Estado burgués.
Así pues, tenemos que millones de personas están paradas en el Estado español. Más de un cuarto de la población, dicen. Las cifras aumentas si solamente tenemos en cuenta a les jóvenes. Las familias que se quedan sin hogar van en aumento. Les niñes que están malnutridos también aumentan. Pero no todo es cosa de la crisis, también hay atrocidades sistémicas. Que les hijes de las familias más adineradas consigan, generación tras generación, un buen puesto en el mercado laboral no es fortuito. Que muches de les hijes de les obreres no lleguen a la universidad tampoco es fortuito. Que la brecha entre riques y pobres aumente decenio tras decenio tampoco es cosa del azar. Total, que tal y como está diseñada la sociedad occidental parece que unes viven bien, y otres muches—muches más—viven mal.
Así que, en teoría y dentro de nuestro seminario de filosofía, tenemos que el sistema funciona de tal manera que la mayor parte de la población está oprimida; condenada a vivir con seiscientos euros al mes; obligada a mantener familias sin un sueldo para comprar comida y refugio. Y es más, cuando esta gente sale a la calle gritando las miserias de les suyes, pidiendo así justicia y dignidad, el Estado saca a desfilar a sus perros guardianes que tan bien saben golpear, disparar, y encarcelar.
¡Anda! Pero si lo pensamos dos veces esto no es meramente un seminario de filosofía. Esto sucede en el Estado español. Esto sucede en el Estado griego, chileno, colombiano, mejicano, estadounidense… Esto sucede allí donde hay Estado. Tenemos los datos del “mundo real.” Tenemos las cifras que las estadística nos da. Tenemos las imágenes de las manifestaciones. Tenemos los testimonios de les reprimides. Tenemos datos empíricos para regalar. Así que lo que funcionaba en la teoría del seminario de filosofía, también ha de funcionar en el mundo real, pues resulta que hay una coincidencia entre hechos y principios.
Así que no nos equivoquemos, por mucho que una persona tan inteligente como Chomsky nos pueda confundir. El Estado alemán bajo el régimen de Hitler era opresor; el Estado burgués de hoy en día también lo es. Y no es cuestión de magnificar. Es cuestión de identificar un binomio bien sencillo: opresor, no-opresor. La moral no debiera aplicarse en términos de magnitud: una violación es igual de grave sean una o dos las personas que cometen la violación. Si decimos que tenemos el derecho de sublevarnos ante una injusticia, entonces no podemos usar distintas varas de medir para aplicar el principio.
Lo que me temo que pasa es que el crecimiento de la clase media en las democracias burguesas ha hecho que pensemos que la opresión y la dominación de clase se haya esfumado por arte de magia. Como el binomio burguesía-proletariado ya no está tan claro—si es que alguna vez lo fue—tendemos a pensar que las cosas son “aceptables.” Pero ni todo lo que reluce es oro, ni toda mejora social conlleva un cambio justo en el sistema en su conjunto.
Con esto no quiero decir que tomemos mañana las armas, ésta es otra cuestión que ha de tratarse de manera diferente. Con este texto apelo a la coherencia de los sistemas morales. Si elementos inadmisibles se pueden encontrar en las sociedades de Louis-Philippe, Hitler, Franco, o quien sea, y decimos que ante esos elementos la gente tiene el derecho de sublevarse, entonces tenemos que mantener la coherencia y aplicar la misma lógica a otras sociedades en las que las formas pueden haber cambiado, pero no los principios de dominación y explotación que subyacen.
Claro, que siempre queda pensar que más de une se contenta con tener un ordenador y un coche para ir al trabajo, y que por ello no piensan cambiar las cosas. Pero ésta también es otra historia.