En esta vida hay muchas formas distintas de morir. Te puedes quitar la vida saltando desde la decimotercera planta del rascacielos de oficinas en el que te explotan trabajas. O puedes decidir ahorrar a la gente el trauma de ver un cuerpo aplastado contra el asfalto e irte a un bosque y colgarte de una soga bajo el abrigo de un buen pino. También podrías optar por la manera más peliculera de cortarte las venas mientras te das un baño relajante de espuma. O bien podrías decidir tocar las narices y saltar a la vía del tren justo cuando éste está pasando. Otras personas querrán atiborrarse a pastillas. Y la gente más curiosa tal vez quiera probar algún nuevo tipo de cóctel hecho a base de distintos limpiadores.
Formas de morir hay muchas.
Pero nunca, o casi nunca, se dice que vivir en la sociedad capitalista en la que vivimos es también una forma de morir. Levantarte con la estúpida melodía del despertador para ir al trabajo es morir. Dedicar dos tercios de tu vida a dar el fruto de tu trabajo a otra persona es también morir. Encender la tele y dejarte llevar por la seductora máquina de lavar cerebros es, ciertamente, otra forma de morir. Conducir un coche. Leer revistas de moda. Comprar el último disco anunciado en la radio…
Hay tantas formas distintas de morir.
Algunas personas deciden quitarse la vida cuando ven que ya no pueden continuar muriendo cada día. Cuando ya no pueden más con los despertadores, las oficinas, las aulas, o la aislante atomización que el individualismo capitalista nos impone. Otras, en cambio, deciden quitarse la vida cuando se dan cuenta que ya estaban muertas antes de morir. Y es que debe ser muy difícil aceptar que nunca se vivió. ¿De qué nos sirven dos televisiones de plasma, el último modelo del iPhone, o un coche todo-terreno si luego en el metro vamos enlatados como mercancías camino hacia nuestro matadero? Nos miramos de reojo en el vagón, intentando ver cómo lo lleva el resto. Y cuando por fin cruzamos las miradas hacemos como que nunca pasó. En vez de mirarnos y reconocer a la otra y la explotación que nos une, hacemos como que vamos solas en el tren.
Pero la persona que muere no lo tiene por qué hacer sola.
Si cumplir con las normas de la sociedad capitalista es una forma de morir, rechazar y abandonar nuestras cómodas vidas es un imperativo vital. Reconocer que todas ya estamos muertas en tanto que vivimos en una sociedad capitalista es el primer paso para vivir de una forma verdaderamente digna, porque solamente aquellas que conocen de su miseria pueden levantarse contra aquello que las oprime.
Tenemos en nuestras manos la posibilidad de crear un mundo en el que todas las personas encuentren una razón por la que vivir de forma libre. Solamente aquellas que siguen pensando que la clase que nos oprime controla tanto nuestra vida como nuestra muerte seguirán creyendo que están vivas, que vivir es pasar por la escuela autoritaria, por la universidad programadora, por el trabajo alienador, y por la muerte de cáncer de pulmón. ¡Pero hay tantas otras alternativas!
Reconoce que estás muerta. Mírate al espejo y pregúntate sinceramente si piensas que llevas la vida que te gustaría vivir. Piensa sobre tu felicidad—o tu desdicha—y pregúntate si ésta no responde a estándares pre-concebidos por Hollywood, la MTV, y las revistas de cotilleos.
No tengas miedo a reconocer que todas decidimos morir complacientemente cada vez que pedimos una pizza al Domino’s Pizza. O para el caso cada vez que empezamos nuestro día al son del despertador. No tengas miedo a reconocer que tus vecinas, tus amigas, y la gente que te rodea es, en su mayoría, una masa de muertos vivientes camino a la oficina, la escuela, o la universidad.
¿Qué puedes hacer? ¡Puedes vivir! Puedes romper con aquello que te mata. Puedes gritar a la cara de aquellas personas que te explotan. Puedes empezar a organizarte con el resto de muertos vivientes que te rodean. Si optas por lo último encontrarás que tus intentos se estrellan inútilmente contra la pared en la mayoría de casos. Pero esto no ha de hacerte desistir.
Recuerda que si decides luchar, y luchas, ya habrás ganado. Ya habrás empezado a vivir.
La lucha no es solamente contra los “tres grandes”: el Estado, la policía, y las corporaciones. La lucha es también contra todo lo que nos rodea: nuestros prejuicios, nuestros estereotipos, nuestro despertador, nuestro abono-metro, nuestro consumismo frenético…
Y al final del día, cuando la noche traiga consigo otras formas de morir, pregúntate con honestidad: ¿no rompo con todo lo que me disgusta porque no puedo, porque no quiero, o porque me da miedo?
Tal vez nos dé miedo el mismo hecho de vivir. Y, una vez más, nos volveremos a preguntar:
¿Cuántas formas distintas hay de morir?