Texto extraido de uno de los antiguos blogs de Alasbarricadas.org. En concreto el del Sr. Povondra, también conocido por otros nombres. Vaya el homenaje para él, donde quiera que esté:
Perritos perdidos
Un perro perdido es ese perro sin amo que se va siempre detrás del primero que pasa y que los puedes ahuyentar a pedradas si quieres o hacerles mil putadas. Todos tenemos necesidades afectivas y las relaciones, esporádicas o estables, nos ayudan a satisfacerlas y son buenas para la autoestima cuando son gratificantes. Otra cosa es cuando eso se busca compulsivamente o degrada a las personas que, por lo que sea, están dispuestas a intercambiar sexo por aceptación o un par de palabras amables y después se sienten un trapo.
Los “antisistema” estamos aburridos de advertir (casi siempre en ojo ajeno) sobre el peligro del consumismo compulsivo, el alcoholismo compulsivo, el pastilleo, los porros… La anorexia también la vemos mal, pero se nos queda fuera la sexualidad compulsiva, que es algo que también fomenta la televisión hora sí y hora también y se ha convertido en una forma de relación que todavía se contempla como guay y casi casi necesaria para no sentirte un miserable en esta vida. Y la sexualidad es algo muy delicado que influye en las personas por lo menos tanto como las drogas. ¿Qué pasa, que porque juguemos a detectar la sexualidad subliminal de la publicidad comercial y no compremos coches estamos ya liberados de todas las dinámicas mentales opresoras?
Cuando se habla de promiscuidad se trata de definir una conducta de sexualidad que puede ser libre o meramente desordenada, sin distinguir ni pararse a mirar en lo que mueve a las personas a adoptar esa forma de sexualidad. Desde el machismo tradicional hay muchos nombres para las promiscuas: calentorra, cachonda, ninfómana, puta… Esos nombres sirven para despreciar a las mujeres que no llegan vírgenes al matrimonio –qué escándalo- o no casan con las normas tradicionales, pero también etiquetan a algunas mujeres que realmente son incapaces de controlar su propia sexualidad y se convierten en objeto y presa de quien quiera pasárselas por la piedra.
En nuestra especie, como en todas, la sexualidad marca las relaciones sociales. La ligamos a la afectividad pero, a través del lenguaje, también a la jerarquía. El lenguaje de la sexualidad puede dividir nuestro mundo en jodidos y jodedores: las personas jodidas, machos o hembras, son rebajadas, valen menos. Esa ambigüedad en el lenguaje no es casual. A todos nos ha puesto el gato el culo en pompa para reconocer su sumisión y la sodomía también es una forma de establecer jerarquías entre animales gregarios. Hasta hace bien poco era normal entre las personas elegir una mujer y ligarla a ti por medio de la violación, que es lo habitual en el resto del reino animal y no deja de ocurrir entre personas. Violentar la voluntad ajena a través del sexo sigue siendo una forma de obtener sumisión.
De acuerdo con que hemos sido capaces de civilizarnos más allá de esos esquemas de manada de mandriles y sabemos que la sexualidad también se puede vivir de una manera más libre, pero también puedo visitar páginas porno y ver lo que esperan muchos hombres de las chicas que se abren de piernas ante la cámara: junto con toda la colección de mujeres de otras razas, sexo con animales y demás podemos encontrar: lolitas, cachondas, borrachas… y me temo que los ojos de algunas “sucias adolescentes rusas” mirando a la cámara los he visto fuera de las fotos, en la “vida real”. El gran negocio del porno suele reproducir el esquema del sexo como acto de dominación. Las miradas de muchas de esas mujeres son terribles.
Igual que existe la figura del tonto del pueblo existe otra menos publicitada: la puta del pueblo. A la “puta” de mi pueblo se la han follado entre varios más de una vez, le han hecho de todo. También he oído contar historias de “putas” de pueblo tiradas desnudas en cunetas, con la memoria bloqueada, folladas entre varios sobre una mesa de billar, penetradas con animales, objetos… igual que sabemos que se viola en grupo a muchas inmigrantes para quebrar su voluntad y poder prostituirlas más cómodamente. A eso se le llama esclavitud sexual y no sólo lo practican los rumanos malosos, sino también Fuenteovejuna. Igual que el virgo sigue garantizando en más de medio mundo que quien lo rompa poseerá a la desvirgada para siempre. El lenguaje del sexo y la posesión vuelve a entrelazarse. No siempre hay violencia en estos actos, a menudo es mera cuestión de costumbre. A veces la función de los chulos se diluye en el colectivo pero sigue funcionando.
Hay veces que la “puta” tiene una necesidad compulsiva de cariño o aceptación (que aumenta con cada nueva humillación) y se deja arrastrar a donde sea. Piensa que a través de su sexualidad va a poder ejercer poder u obtener respeto y en realidad …(susurro o apunte mental: “esta es una cachonda”). Piensa que obtendrá ese poder y esa autoridad, esa estima que se niega a sí misma, a través de las que tiene quien se la folla. Lo que se llama la erótica del poder, de donde nacen las groupies. Y seguro que hay infinidad de motivos más y que siempre se combinan tantos como el cacao mental de quien los arrastra. También hay mujeres que, efectivamente, ejercen y obtienen poder a través del sexo, pero ahora no estamos hablando de ellas.
No sé cómo habrán roto o abusado de la curiosidad sexual infantil de aquellas mujeres que sólo saben relacionarse afectivamente abriéndose de piernas, no sé qué hostias puede haberle pasado a cada una de ellas. Ahora no estamos hablando del subidón de ¡qué tía estás hecha!, sino de las mujeres que se entregan para escapar del bajón de ‘no valgo nada’. No son conquistas sino rendiciones, no son vencedoras sino carnaza. Mucha gente no consigue escapar de su papel de víctima, incluso se recrea en él. ¿debemos por ello aprovecharnos de la situación los demás? En la tele se hartan de decirnos que hay que follar mucho (risas enlatadas).
¿Miseria sexual? ¿Quién, nosotros? ¿Nosotras? ¡Pero si llevamos camisetas políticas y vamos a centros sociales! ¡No ponemos etiquetas machistas! ¡No existe algo así como la puta del centro social!
Cada fin de semana por lo menos un rollo, a ser posible, entre gente que se pone hasta el culo de todo y olvida que no se debe utilizar a los demás para satisfacer las propias necesidades y sálvese quien pueda y quien no, que se joda. A lo mejor estamos siguiendo conductas compulsivas, dañinas en muchos aspectos, mientras mantenemos la ficción del buen rollo, de creernos todos libres (¡nosotros: la vanguardia de las libertades venideras!) y curados de espanto. Al no empezar a plantearnos a partir de qué grado de borrachera te estás aprovechando de la situación. Al no reflexionar (es muy complicado todo) si puede haber daño sin violencia. Porque casi todos y casi todas podríamos llegar a sentirnos mal en un momento dado y es mejor correr un tupido velo que enfrentarse a las propias miserias. Y por eso la conciencia de la miseria sexual no se da ni en el ámbito privado, la única miseria sexual parece ser que no se folle, ¡como para abordar abiertamente el tema si mucha gente no conoce o no se plantea la mierda que le rodea!
Los machistas de toda la vida han condenado a mujeres con una labilidad que puede ser pasajera (un error o una mala racha) o simplemente entienden la sexualidad de otra manera a ser eternamente putas, cachondas, ninfómanas porque esa etiqueta da patente de corso a los triunfadores, que suelen ser ellos mismos una panda de borrachos frustrados de la vida. Sin embargo, sin ser puta oficial de ningún colectivo especialmente machista, también hay mujeres que van dando tumbos de grupo en grupo hasta que, se cansan de ellas, las rechazan o pasan a otro ambiente donde no las conocen todavía ni se les ocurre pensar que lo suyo es un problema. ¿Nadie ha conocido a nadie así? Tampoco ayuda lo contrario: pensar que esas personas que van dando tumbos de asiento trasero en asiento trasero, váter en váter y cama en cama son triunfadoras admirables.
Si ya es duro reconocer que se está deprimido o se tiene un desorden alimenticio, qué duro debe de ser vivir con un problema con implicaciones tan directas con nuestra afectividad y nuestro lugar en el grupo, qué duro ver que te has dejado utilizar, recuperar la autoestima y afrontar lo que viene después de la resaca con la cabeza alta y la mente despejada. No es raro que las personas huyamos hacia delante.