Debo decir, antes de seguir con esta disertación, que me siento algo decepcionado. Ayer el compañero Dacoal prometió que sacaría un artículo capaz de levantar ampollas entre los guardianes de las esencias, de remover las conciencias de los defensores de la ortodoxia anarquista. Por el contrario, el compañero publica un texto lleno de proclamas mil veces repetidas ya, que nada nuevo aportan al viejo debate entre el cambio desde las instituciones burguesas, la reforma, o desde la transformación económica y social, la revolución.
Ninguna ampolla me levanta este artículo, aunque sí siento la necesidad de responderlo. El compañero ha cometido un error que no suelen cometer los que defienden posturas reformistas desde los tiempos de Berstein: ir a debatir a casa de los radicales. Creo que solo alguien muy mal intencionado podría acusarme a mí de ser un guardián de la ortodoxia, pero hay asuntos que no son cuestión de dogma, sino de estrategia política producto de décadas de análisis.
Me alegra ver que, al menos, tanto el compañero como yo partimos del mismo punto. A ambos nos llena de rabia e impotencia el desalojo del Can Vies, Centro Social Okupado desde hace 17 años desalojado ayer por las fuerzas de la Generalitat. Pero hasta ahí coincidimos.
Nos lanza el compañero la pregunta de si esto habría ocurrido con un ayuntamiento controlado por las Candidaturas de Unidad Popular. Debo aquí recordar, por si se le ha olvidado, que los mossos son la fuerza armada de la Generalitat, no una policía local a las órdenes de un ayuntamiento. El compañero no propone ya la táctica municipalista, pregonada por algunes seguidores de Murray Bookchin, de conquistar los ayuntamientos para sustituirlos al día siguiente por juntas populares, sino entrar a participar en el juego parlamentario como una fuerza más, que es justo lo que proponen las CUP. El Can Vies solo se salva con un pueblo fuerte y un pueblo fuerte no es un pueblo con concejales, sino organizado y dispuesto a defender sus conquistas.
Entonces, ¿tomamos la Generalitat también? El compañero parece haber olvidado que lo político no es desligable del complejo mundo de relaciones económicas y sociales. Controlar el gobierno, expresión política del Estado, no es tener el poder. ¿Cuántos Allendes necesitamos para darnos cuenta de ello? Si la clase dominante pretende algo puede pasar por encima de cualquier ayuntamiento, de cualquier gobierno, o de cualquier legislación. Mientras sea clase dominante, es decir, mientras posea los medios de producción que le aseguran su poder material, podrá hacerlo.
Quienes defienden tesis electoralistas, como los municipalistas de las CUP, no tardan en abandonar su municipalismo de “democracia por lo cercano” para lanzarse a las elecciones autonómicas. Hay quienes, incluso, utilizan el municipalismo como un señuelo para justificar su apoyo a participar en elecciones a instituciones tan “cercanas” como el parlamento europeo.
Rondamos ya los tres siglos de capitalismo. ¿Cuánto tiempo más vamos a necesitar para darnos cuenta que mandar gente a los parlamentos no sirve? El problema es que ya ni siquiera se mantiene el sueño socialdemócrata de mandar obreros a las instituciones. Directamente nos contentamos con poner en ellas a profesores de ciencias políticas, o lo que es lo mismo, tecnócratas. Es una lástima que la única alternativa que algunas personas ven al modelo neoliberal del imperialismo americano y europeo que un modelo inspirado en el “socialismo” bolivariano (lo de socialismo todavía debe demostrarse en países donde la burguesía se sigue enriqueciendo, aunque ahora lo haga un poquito menos) enmarcado en los circuitos comerciales del imperialismo chino y ruso. Es decir, gente para la que la clase trabajadora sigue teniendo el mismo papel: trabajar para enriquecer a la clase dominante.
En lugar de vernos absorbides por estos movimientos, como ya ha hecho el compañero Dacoal, debemos levantar una alternativa política radical. Somos conscientes de que la transformación política de la sociedad solo es posible con su transformación social y económica, y que tal cosa es imposible lograrla desde arriba, siendo necesarias las herramientas de abajo: la organización y la expropiación. Hay que señalar el camino: el socialismo solo puede construirse desde abajo.
No hay aquí ningún dogmatismo y si el análisis producto de siglos de capitalismo y décadas de reacción neoliberal. No es de extrañar que las ideas de la clase dominante, como la de que el Estado es una herramienta neutra que puede ser controlada por cualquiera, se reproduzcan entre nuestras filas. Pero esos dogmas hay que combatirlos. En el periodo histórico al que nos enfrentamos necesitamos, si, de una máxima flexibilidad táctica, pero también de una absoluta firmeza en los principios, en la estrategia.