Muchas veces hemos oído hablar que usar tal o cual término causa confusión, que éste u otro movimiento social es reformista y cómo tendrían que ser para dejar de serlo, que si es incoherente tal acción o táctica por contradecir una serie de principios, que si supone rebajar el discurso y caer en el “todo vale”, etc, que todo ello parece llegar a conformar una suerte de ortodoxia, una burbuja aislada de la realidad social que se desentiende de los movimientos sociales y sus luchas, quedándose anquilosada e incapaz de responder ante la realidad cambiante. Esta es la suerte de ciertos grupos e individualidades sobreideologizadas que miran por encima del hombro al resto de mortales, posiconándose así como una élite con posesión de las verdades revolucionarias, las cuales se deben aplicar a rajatabla si realmente deseamos la revolución. Incluso hay quienes parecen pensar que la revolución estará a la vuelta de la esquina, anteponiendo por encima de todo, la coherencia ideológica a la necesidad de participar en frentes de masas. Craso error, pues la revolución está muy lejos ahora mismo y que no podemos realizar ninguna revolución social si nos desentendemos de la realidad que nos rodea y nos ceñimos en la coherencia.
Si bien es cierto que existía cierto movimiento anarquista después de su fallido intento de resurgimiento a finales de los ’70, cuando estalló la crisis del 2008, el anarquismo no respondió con contundencia y en mayo del 2011 nos sorprendió el 15M, en el cual, la gente salió espontáneamente a las calles ocupando las plazas de numerosas ciudades en el Estado español. Pese a su contenido ciudadanista y sus muchos peros, hemos de reconocer que el 15M supuso un punto de inflexión que abrió la posibilidad de hacer política en las calles, algo prácticamente impensable en una España con una clase trabajadora dócil. Al igual que con el 15M, están las mismas críticas hacia el resto de movimientos sociales como las mareas de todos los colores y la PAH, sin posicionarnos a favor de su fortalecimiento y radicalización ni plantear alternativas inmediatas desde un prisma libertario en las que poder avanzar. Sin embargo, lejos de tratar de entender los procesos, nos hemos dedicado a criticarles desde nuestras casas su pacifismo dogmático, sus reivindicaciones ciudadanistas y reformistas y miles de “peros”, sin entender que el 15M nació con una estructura horizontal y asamblearia, que supuso así una ruptura con el pasotismo generalizado en política. Nadie se hace revolucionaria de la noche a la mañana y aquellas personas no poseían una buena formación política, pero sí comenzaron a cuestionarse el sistema y se han abierto espacios para hacer política desde las calles y los barrios.
Las proclamas maximalistas y el proselitismo en algunos mensajes anarquistas, que parecen encriptados para el resto de la sociedad y solo dentro de los círculos anarquistas entendemos, nos ha alejado del escenario político anticapitalista. Se repiten los típicos argumentos de siempre, que pese a que algunos puedan llevar razón, hay algunos que no atienden al contexto, como los hay críticas destructivas que no aportan nada más allá de la negación. Por eso, en ocasiones, en vez de aprovechar espacios abiertos de lucha, algunos y algunas priorizan el corpus ideológico frente a la necesidad inmediata de frenar los atropellos del neoliberalismo desde las bases, de conseguir victorias a corto plazo para ir extendiendo la lucha de clases.
Si el anarquismo carece de dogmas, significa que requiere una constante reflexión y análisis, a la vez que nos posicionamos y participamos en las luchas. Claro, supondría cargar con ciertas contradicciones, pero guste o no, son inevitables mientras sigamos viviendo en el sistema capitalista. Por tanto, hay que asumirlas e ir superándolas poco a poco, replantearse las consignas y repensar algunos términos. Entonces, si reclamamos lo público reclamamos lo que nos pertenece, que no pase a manos de los mercados y sean de gestión popular; si utilizamos un lenguaje más sencillo no implica rebajar el discurso, sino utilizar un discurso divulgativo intentando transmitir nuestras posiciones al resto de la clase obrera; si participamos en los movimientos sociales es porque tenemos mucho que aportar en ellos, al margen de si tiene o no una orientación política clara ya que dicha política ha de forjare en el día a día. No es ninguna renuncia a nuestros principios cuando luchamos por arrancar pequeñas victorias en la vida cotidiana, en las contradicciones del capital-trabajo y colaborar con colectivos afines, pues demostrar que los y las anarquistas también nos involucramos en todos los frentes de lucha es más que necesario. Recordemos que no somos ajenos y ajenas a los cambios que se dan en estos momentos, que no vivimos del cuento y que formamos parte de la clase obrera. Recordemos que no llegaremos a ningún lado yendo por nuestra cuenta, desorganizados y dados al espontaneísmo, o en la comodidad de nuestros grupos de afinidad y colectivos.
Que se disuelvan las élites que dictan cómo hemos de luchar y qué luchas son válidas midiéndolas con la vara de la coherencia ideológica y con la Biblia de los principios anarquistas en la mano. Aunque nos cueste, debemos ir saliendo de nuestras posiciones de comodidad, analizar los procesos sociales y entenderlos para poder incidir y aportar en la lucha social. A la vez, para salir de la marginalidad urge adoptar estrategias y acciones que sumen fuerzas y creen tejido social anticapitalista y horizontal, valorar las luchas en base a qué es lo que nos ayuda a crecer como movimiento social y políticamente, en definitiva, a empoderarnos y a inclinar la balanza de las relaciones de poder en favor de las clases explotadas. Menos altanería y más humildad, esto es lo que hace falta a ciertas personas que se declaran revolucionarias.