El “apoliticismo” no existe, lo que si existe es la indiferencia que es una posición política en sí, por mucho que se pase de la política la política seguirá estando ahí porque en inseparable de la sociedad. La política es la gestión de las relaciones sociales, sin relaciones sociales no sería posible la vida en comunidad. Esas posiciones ultraindividualistas de negación de la política son abstracciones teóricas incapaces de materializarse.
La aceptación general que tiene este concepto se debe principalmente a que se confunde política con el parlamentarismo o el electoralismo y estos a su vez con la corrupción, no se tiene la visión social de la política que expliqué anteriormente. Esto es fruto (en el contexto del Estado español) de la dictadura (recordando a Franco y su “Haga como yo, no se meta en política”), de la “transición democrática” que se simplifica a un pacto entre élites y el derecho a participación de los ciudadanos queda reducido a meter un papel en una urna cada cuatro años, y de los años que le siguieron hasta la actualidad donde esa identificación de la política con el ámbito institucional es una constante.
Otra de las causas que explican el rechazo de la gente común a la política es que la ven como algo demasiado complejo y lejos de su alcance, es uno de los argumentos que más se repiten entre quienes declaran su indiferencia, (la política es muy difícil, para entender eso hay que estudiar mucho…). Esto está relacionado con lo anterior ya que al concebir la política como la actividad institucional pues se considera la dificultad de la gestión pública burocrática, pero aún así es un argumento muy cuestionable vista la manifiesta incompetencia de gran parte de los que nos gobiernan.
Aunque cada vez más gente parece haberse dado cuenta de que si no haces política te la hacen y además en contra de tus intereses en la mayoría de los casos, aunque todavía sigue existiendo una mayoría silenciosa como se ha demostrado en las últimas movilizaciones a raíz de la abdicación del Rey, una gran masa popular salió a la calle a exigir que se respete su derecho a decidir y una ridícula minoría reaccionaria salió a defender un régimen caduco, pero el grueso de la población se quedó en casa, indiferente aunque probablemente se declaren a sí mismos como “apolíticos”.
La “apolítica” vende, solo hay que mirar el interés que suscita cualquier iniciativa que se declare así. Los que manejan ese discurso no lo hacen de forma inocente ni por ignorancia, su intención es seguir manteniendo esa identificación y alejar a la política de su carácter social y potencial real de cambio.
Como conclusión, detrás del apoliticismo o la “antipolítica” se encuentra el elitismo, la negación en sí de la democracia. Perdamos el miedo a hacer política y a reivindicarla, ya sea desde las plazas o desde las instituciones quien pueda, hagamos política en defensa de los nuestros, del bien común, porque si no la hacemos seguirán haciéndola los de siempre y en beneficio de la minoría responsable del saqueo a gran escala al que estamos sometidos.
Y no seamos indiferentes (vista la imposibilidad de ser apolítico), como bien dijo Gramsci: la indiferencia es el peso muerto de la historia.