He prometido dar una respuesta a la altura de las circunstancias y espero dar la talla en este aspecto. Este artículo es una respuesta a las críticas al anarquismo social del compañero La Colectividad en este artículo y en éste otro, y aprovecho para dejar claro que este artículo no representa al anarquismo social en general, sino mi concepción del mismo apoyado en otras lecturas. Encuentro un cierto paralelismo en este debate con el que se dio hace un siglo aproximadamente, cuando sobre la mesa se planteaba la inserción del anarquismo en el sindicalismo. Al respecto, Malatesta ya en los años ’20 del siglo XX ya defendía la idea de que los y las anarquistas en todo momento no deberíamos separarnos del pueblo, y aunque tales movimientos no sean expresamente antiautoritarios, nuestro papel debería ser el de tratar de que sí lo sean demostrándolo mediante el ejemplo, o al menos hacer de las luchas lo más antiautoritarias posibles. Desde esta premisa parte el anarquismo social.
Orígenes y definición
El anarquismo social se desarrolló en América Latina por parte de la FAU (Federación Anarquista de Uruguay), la FARJ (Federación Anarquista Río de Janeiro), la FEL-Chile, entre otras, hace unos años y fue de reciente importación al Estado español. Entre algunos autores influyentes podemos destacar a Murray Bookchin, Felipe Correa, Frank Mintz y Wayne Price, teniendo influencias también de personajes históricos como Nestor Makhno, Rudolf Rocker, Malatesta, entre otros. El anarquismo social se podría definir como una corriente que pretende ser una vía política que incida en la realidad social, material y política a través de los movimientos populares, y a partir de allí, crear nuevas estructuras sociales que se traduciría en la articulación del poder popular y la acentuación de la lucha de clases llevada por la clase trabajadora misma sin necesidad de partidos. El anarquismo social aspira a ser un actor político que no solo ofrece respuestas ante los problemas inmediatos, sino también construir proyectos de futuro, siendo una fuerza política revolucionaria sobre la cual se lleva a cabo la lucha de clases encaminado a la revolución social y la construcción de una sociedad libertaria. Para ello, se fundamenta sobre los pilares de la organización de los y las anarquistas a dos niveles: social (frente de masas e inserción social) y político-ideológico (articulación de organizaciones específicas anarquistas y creación de programas políticos). Por supuesto, desde el anarquismo social defendemos la necesidad de participar en las luchas sociales que se dan en lo inmediato, sea en asambleas de barrio, en asambleas de parados, en el tajo mediante el anarcosindicalismo, en el movimiento estudiantil, en la defensa de los servicios públicos, etc… pero con ello no pretendemos imponer un método, sino aportar las herramientas que permitan mantener las luchas activas, estructuras horizontales, acumular experiencias en el curso de las luchas, conectar con otros sectores en lucha, mantener su autonomía, así como radicalizar los conflictos y definir proyectos de futuro. En definitiva, construir comunidad a partir de las luchas presentes, sabiendo que si no somos capaces de arrancar victorias en el presente, menos podríamos lograr objetivos futuros.
Como he señalado antes, en el Estado español es una corriente bastante reciente, lo cual es falso decir que es la corriente mayoritaria. La que sí es mayoritaria, es el anarcosindicalismo representado en la CNT y la CGT, incluido ciertos aires de romanticismo por la revolución del ’36. Aun así, con el poco tiempo de implantación del anarquismo social aquí, podemos ver reflejado sus características desde una parte el movimiento estudiantil. Tal es el caso del ELS (Estudiantes Libertarios de Sevilla), el CEL (Colectivo Estudiantil Libertario) con presencia en A Coruña, Compostela, Vigo y Ourense, FES (Frente Estudiantil y Social) en Zaragoza, por mencionar las más destacadas, que comenzaron hace pocos años a andar y siguen la estrategia de la inserción social. Ahora mismo, en verano se reunieron en un congreso en Madrid y fundaron la FEL a nivel estatal. Tampoco nos olvidamos del Procés Embat, un proceso para levantar una organización anarco-comunista a nivel de Catalunya como actor político anarquista de cara a la construcción del poder popular.
Social o antisocial. Normal o anormal
Respecto a las críticas al anarquismo “antisocial” desde el anarquismo social, sobra decir que desde el anarquismo social defendemos la libertad individual, pero no una libertad individual como excusa para rehusar de la responsabilidad colectiva y la asunción de compromisos, una suerte de egocentrismo que sirve solo como autocomplaciencia, sino una libertad individual lograda a través de la libertad social. Esto se puede resumir en un párrafo de Piotr Arshinov que dice así: “La teoría anarquista de la libertad personal, lejos de estar aún suficientemente esclarecida, deja un vasto campo a los malentendidos. Evidentemente los hombres [y mujeres] de acción, que poseen una voluntad firme y un instinto revolucionario fuertemente desarrollado, verán en la idea anarquista de la libertad personal ante todo la idea de respeto hacia la personalidad ajena, la idea de la lucha infatigable por la libertad anarquista de las masas. Pero los [y las] que no conocen la pasión de la revolución y los [y las] que piensan en primer lugar en las manifestaciones de su propio ‘yo’ comprenden esa idea a su modo. Cada vez que se discute el problema de la organización práctica, de responsabilidad, dentro de la misma organización se escudan en la teoría anarquista de la libertad personal y fundándose en ella, tratan de sustraerse toda responsabilidad. Cada cual se retira en su oasis y practica su propio anarquismo. Las ideas y los actos de los [y las] anarquistas son pulverizados así en átomos mínimos.” Esta crítica está contextualizada en las experiencias del movimiento makhnovista, claramente marcado por la organización en la disciplina voluntaria, la unidad teórica y de acción.
Ciertamente debo admitir que lo “social” está siendo tan utilizado como “democracia”, en el cual diferentes corrientes políticas han utilizado estos términos para su favor y camuflar populismos bajo el paraguas de lo “social”. Sin embargo, que sea utilizado para esos fines no quiere decir que por ello les demos vía libre. ¿Acaso aceptamos anarquismo como caos, desorden y barullo porque así lo describe la RAE y la mayoría de la gente lo toma así? ¿Vamos a dejar que sigan creyendo que el anarquismo es caos y destrucción? Lo “social” de esta corriente del anarquismo viene por la necesidad de articular, de forma colectiva, un movimiento anarquista organizado como actor político y referente en la lucha de clases y contra todas las opresiones, diferenciándose de las tendencias individualistas que apuntan a la liberación personal en vez de la liberación social, en en el estilo de vida y no en una vía política, en las alternativas de huida (desentenderse de los problemas actuales y marcharse al monte) en vez de las alternativas de confrontación (enfrentarse al sistema dominante y aspirar a derrocarlo construyendo el socialismo libertario). Recuperar el significado de lo “social” como sinónimo de comunidad, lazos de solidaridad y cooperación entre las personas no es para nada descabellado.
Lo “social” aquí no significa tener una visión idealizada de la sociedad, sino en defender la acción colectiva y la autoorganización del pueblo trabajador. Obviamente, pretender abarcar toda la sociedad es, hoy por hoy, idealista, lo cual, sí somos conscientes de la inercia de la mayoría de la gente hacia las posturas revolucionarias y antiautoritarias y que a la mayoría no le interesa la política. Así que en lo que se enfoca el anarquismo social es en los movimientos sociales/populares y conflictos inmediatos que surgen en el día a día, en otras palabras, el anarquismo social pretende ser una herramienta útil para llevar adelante las luchas presentes dando unas respuestas ante los problemas inmediatos. Ya de paso, incluso se nos ha llegado a acusar de idealizar a la clase trabajadora, pero cuando se parte de análisis erróneos se llega a conclusiones erróneas, tal es el caso de partir de la confusión entre conciencia de clase y condición de clase. La condición de clase son las condiciones materiales objetivas de un individuo o grupo social, pero no expresamente va ligada a la conciencia de clase. La conciencia de clase es tener conocimiento de la situación material y la realidad que lo rodea, y saber que dicha realidad puede ser transformada. La conciencia de clase se adquiere de una manera u otra, no se nace con ella, sin embargo, las condiciones de clase, vienen en muchas ocasiones, dada. Las condiciones de clase no determinan la conciencia de clases, aunque puedan ejercer cierta influencia. Por tanto, no creemos que por ser clase trabajadora se es santo o santa. Lo mismo que un obrero puede ser liberal y de derechas, una mujer puede reproducir actitudes machistas o una persona no blanca puede reproducir actitudes supremacistas blancos. Y no, no pretendemos poner a las personas pertenecientes a colectivos socialmente oprimidos como víctimas y santos de devoción con una moral y ética muy cultivadas, sino como personas que por sus condiciones materiales se encuentran desfavorecidos en una estructura social autoritaria, racista, heteropatriarcal y clasista.
En cuanto a los interese de clase, habría que diferenciar entre intereses personales e intereses comunes. Todas tenemos nuestros propios intereses personales independientemente de la clase social a la que pertenecemos, no obstante, podemos compartir intereses comunes con el resto de personas. En particular, los intereses de clase no son inherentes a cada clase, aunque, al igual que la conciencia de clases, las circunstancias materiales influyan en mayor o menor medida. En la misma clase obrera, pueden haber intereses diferentes, como por ejemplo, ganar más dinero, levantar el país, gozar de más derechos o aspirar a realizar una revolución. En ningún momento creemos que por ser clase trabajadora ya aspiren a realizar la revolución, porque si fuese verdad eso, ya estaríamos viviendo en socialismo libertario. La clave aquí es que a través de las luchas, consigamos extender los intereses a realizar una revolución social expropiando y autogestionando los medios de producción, en detrimento de los intereses inculcados por el sistema capitalista.
Pero ni la conciencia de clases ni las ideas anarquistas ni el feminismo ni el antirracismo caen del cielo, se adquieren por influencia externa y no por revelación divina. Preguntémonos cómo hemos llegado a ser lo que somos y hallaremos las respuestas. Es por eso que tenemos que saber comunicar nuestro mensaje demostrando que este mundo lleno de injusticias, explotación y autoritarismos puede cambiarse radicalmente. Por tanto, si el anarquismo se aparta de la sociedad, y más concretamente de las luchas sociales y de clases, el único sitio que le quedaría sería el olvido y el ostracismo, o la más absoluta marginalidad. Otra cosa a tener en cuenta es que incluso siendo anarquista, no se es mágicamente feminista, antirracista o anti-homófoba, lo que quiere decir que no basta solo la conciencia de clases, sino también deconstruirnos. Así que pregunto, ¿dónde ves la idealización?
Hemos sido en el pasado lo que ahora, una vez politizados y politizadas, llamamos “gente normal”. Es idealista pensar que por ser anarquista se es mejor que los y las demás, y por ello, los y las anarquistas estén desligados de las circunstancias materiales. Nada más lejos de la realidad, las circunstancias materiales nos afectan como a cualquier otro mortal. Del mismo modo, de cerca, nadie es normal, aunque socialmente esa normalidad sea lo que tú has descrito: autoritarismos, sexismo, racismo, insolidaridad, e incluso el propio individualismo. Rechazo estos valores como parte de la normalidad, no la normalidad en sí porque ¿y si la normalidad fuese todo lo contrario, que las ideas extendidas sean el feminismo, el antirracismo etc? Claro, para que eso fuese así, tendríamos que construirlo, no solo destruir los valores ya existentes. “Solo se destruye lo que se sustituye”, esto es, extender los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo, la cooperación, etc, para sustituir los vicios de esta sociedad. Sacar a relucir clichés estéticos como que el anarquista es aquella persona que solo rompe cosas, vive del pillaje y la okupación, no se relaciona con la gente considerada normal, no trabaja ni estudia ni se preocupa de los problemas sociales, etc; no es sino buscar la marginalidad en el desesperado intento de creerse especiales siguiendo el “no me gusta, pues cojo y me voy” en vez del “no me gusta y aspiro a cambiarlo y que la gente en mis mismas condiciones materiales trate de comprenderlo”. Hay que destruir estos clichés y no tanto rechazar una normalidad para refugiarnos en estéticas destructivas de rebeldía adolescente. Hay que hacer del anarquismo una ideología política y práctica como herramienta para la emancipación social y no un juego de egos.
Estrategia y acumulación de fuerzas
El anarquismo en gran parte adolece de estrategia política, es por ello que desde el anarquismo social se pretende paliar este problema. La falta de una estrategia política clara nos lleva a actuar como una fuerza marginal, en muchas ocasiones, incluso sin llegar a ser una fuerza. En muchas ocasiones se repite el esquema del “todo o nada”, sin haber antes analizado rigurosamente el entorno que nos rodea. El resultado es que al final terminamos en nada. Nada más idealista el pensar que podemos tomar el todo de un día para otro o en un período de tiempo relativamente corto, de un plumazo y por la acción de unas pocas personas que, declarándose completamente libres, van iluminando el camino mediante la destrucción del espectáculo capitalista, y que por ello se van uniendo cómplices. Sin embargo, la realidad material no es tan simple y todos los acontecimientos sociales son procesos en los cuales entran en juego multitud de factores, tales como: antecedentes (evolución histórica), causas del conflicto, tejido social y actores políticos. Entender estos procesos sociales nos lleva a jugar nuestro papel en el escenario político y social si realmente queremos aspirar a la revolución social y no quedarnos como fuerza marginal.
El compañero La Colectividad ha expuesto en un comentario un ejemplo sobre estrategia con el ajedrez. Bien, pero en el ajedrez no se trata solo de hacerle jaque al rey para luego dar el mate, sino que implica saber desplegar correctamente las piezas, encontrar flancos débiles o crear situaciones para desestabilizar las defensas enemigas, y a la vez, no descuidar las defensas de casa; hasta poder darle el mate. No obstante, una partida de ajedrez puede estar ganada incluso antes de dar el mate: quien haya conseguido una mejor posición respecto al enemigo, tendrá prácticamente la partida en su favor. En este caso, se podría decir que no siempre se gana por el jaque mate, sino también por quién haya obtenido una mejor posición con respecto al enemigo. Pero el ajedrez es insuficiente para explicar este tema porque se parte desde la igualdad de fuerzas, mientras que en la vida real, jugamos en desventaja. Para ello preferiría tomar el ejemplo en un juego de mesa de estrategia militar llamado Risk. En este tablero, cada fuerza política quedaría representada en una facción militar, con su territorio y sus efectivos, en los cuales se disputan el control de todos los territorios, la mayor parte de éstos o neutralizar a las otras facciones. Si partimos de una desventaja, tratar de combatir a un enemigo superior sería un suicidio, o en el mejor de los casos, un enorme desgaste de fuerzas. Esto nos lleva a adoptar otra estrategia. Tendremos que jugar a las alianzas: con quiénes sería más favorable aliarnos, es decir, qué facción o fuerza política es más afín y concuerda más con nuestros intereses inmediatos. Tendremos que ver quiénes son los enemigos potenciales (que serían una amenaza futura), quiénes los reales o inmediatos. Conocer cómo funciona, cuáles son sus movimientos y qué aliados tienen los enemigos. Qué territorios nos serían favorables, en dónde conseguir provisiones o tomar posiciones estratégicas… En definitiva, ganar fuerzas para tener mayores posibilidades para derrocar al enemigo o enemigos. Aquí es de donde parte la estrategia de acumulación de fuerzas.
Analizando la realidad material, nos encontramos en un escenario en el cual actúan múltiples fuerzas dentro de la misma sociedad. Volcando el ejemplo del Risk a la vida real, podemos observar que las fuerzas políticas dominantes buscan su perpetuación a través de la persuasión y la represión física, incluso dentro de las fuerzas políticas dominantes hay disputas entre, por ejemplo, una burguesía más progresista y liberal y otra más conservadora y autoritaria. Mientras, en las fuerzas de oposición están, desde las que buscan una conciliación de clase, hasta las que quieren imponer una dictadura fascista o “del proletariado”. En este terreno, el anarquismo busca tanto la destrucción del sistema capitalista como del Estado para construir una nueva sociedad basada en la libertad y la cooperación. Si queremos que nuestras aspiraciones materiales se materialicen, hemos de construirlas en el aquí y ahora, impulsando los conflictos ya existentes y aportar alternativas políticas reales.
No obstante, aquí existe una bifurcación en las estrategias a seguir. Mientras que la propuesta insurreccional es mediante el combate directo con el sistema dominante contra toda autoridad y conquistar la libertad por la destrucción de este sistema mediante la revuelta armada; la propuesta del anarquismo social es la de la acumulación de fuerzas y la inserción social. Pero ¿por qué la estrategia de acumulación de fuerzas? Porque para derrotar a un enemigo superior militarmente que ejerce el poder a través de una estructura material, es inútil tratar de golpearle directamente sin tener una base social que articule las luchas. En este sentido, tratamos de crear esta fuerza necesaria a través de las luchas que se dan actualmente, aportando las herramientas adecuadas para la construcción del poder popular, que sería la fuerza para crear estructuras horizontales y autogestionadas que desafíen al poder burgués. Pero a diferencia del marxismo, entendemos poder popular como capacitación material del pueblo, el cual, a través de la autoorganización se construya un pueblo fuerte que no necesite partidos ni cuadros centralizados que lo guíe. Una estrategia de acumulación de fuerzas se basa en el constante análisis de la coyuntura y saber cómo incidir en la realidad material e impulsar cualquier lucha que nazca en el seno de la clase trabajadora, de manera que sea a través de la acción directa y la organización, el medio para conseguir victorias en lo inmediato. Y la inserción social es la parte de la estrategia de acumulación de fuerzas por la cual insertamos los métodos anarquistas en las luchas sociales, buscando puntos comunes y tratar de que se extienda la autoorganziación. Cada victoria podría ser insignificante, pero ayuda levantar la moral, ofrece experiencias y facilita los medios para que la gente que no esté involucrada en la acción política, pueda participar.
Los números y la orientación política
Nuestra posición no es la de hacer proselitismo y actuar como vanguardia ni actuar aislados de la realidad material preocupándonos solo de nuestra propia liberación, hacer una suerte de política asistencialista o caritativa desde una posición de superioridad moral, sino impulsar las luchas desde abajo “fomentando toda clase de organizaciones populares…” (Malatesta). La inserción social parte de este punto, de analizar la coyuntura teniendo en cuenta factores como el panorama laboral y sindical, el grado de presencia de movimientos sociales y las fuerzas políticas existentes, y actuar en el seno de la clase trabajadora en conjunto con aquellas personas que vean la vía de la lucha como opción de cambio, ofreciendo herramientas tanto para la organización popular como para conseguir victorias a través de ello, a la vez que vemos imprescindible la organización de los y las propias anarquistas y la definición de programas políticos anarquistas. No creemos por ello que la clase obrera sea per se revolucionaria, pero es la única clase social potencialmente revolucionaria —“potencialmente” en sentido aristotélico, es decir, aquello que tiene posibilidad de materializarse, que permanece latente—, ya que el trabajo es la única fuente de valor y es la clase trabajadora la que realmente pone en marcha el sistema productivo y la que sería capz de gestionar la producción y reorganizarla. No obstante, que sea potencialmente revolucionaria no implica que inevitablemente se haga real. Esa potencialidad podría permanecer eternamente allí, a no ser que seamos capaces de impulsar y extender las luchas. Además, lucha de clases no sería completa si en ella no se incluye el feminismo, el antirracismo, el antiautoritarismo y el internacionalismo basado en el reconocimiento de la diversidad cultura de los pueblos, ya que todas las opresiones están relacionadas unas con otras.
Si aspiramos a la revolución social, debemos saber que la revolución no es precisamente un estallido violento surgido de la nada, sino que es el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas a favor de las clases explotadas. Una revolución jamás se hizo porque al primer loco se le ocurrió que el sistema estaba mal y comenzó a atacarlo, jamás se hizo desde grupos clandestinos que practicaban el terrorismo y las guerrillas urbanas. Todas las revoluciones se hicieron, no porque fuese guiada por un grupo reducido de iluminados e iluminadas, sino, básicamente, porque las clases populares en masa se organizaron, crearon nuevas estructuras materiales y se lanzaron contra el sistema. Otra cosa sería el rumbo que tomase y quiénes terminen absorbiendo el descontento popular recuperándolo para sus intereses de clase, realmente opuestos a los de las clases populares. Estudiando la historia podemos ver, desde las insurrecciones campesinas en la Edad Media, la Revolución francesa (aunque fuese burguesa ya que cooptaron las luchas populares, realmente fue el pueblo llano quienes tuvieron un importante papel), la Revolución Rusa (no fue Lenin, sino gran parte del proletariado que se organizó en soviets antes del ascenso de Lenin para dirigir la revolución), la Revolución Makhnovista, la Revolución social del ’36, la Comuna de Shinmin… y la lista sería larga hasta llegar a la Revolución de Rojava o la insurgencia zapatista. El común denominador de todos estos acontecimientos revolucionarios siempre ha sido y es la base social, la comunidad, la organización popular y la presencia de uno o varios actores políticos revolucionarios.
Las luchas inmediatas, pese a sus marcadas limitaciones al ser éstas en su mayoría articulada desde estructuras volátiles, reivindicaciones cortoplacistas y únicamente defensivas en vez de posturas de avance; sí que a través de ellas se gestan los gérmenes que podrían llevar a una escalada del conflicto y articular una fuerza revolucionaria: la construcción de comunidad. La unión y el encuentro entre distintas comunidades en lucha formarían el tejido social y a partir de allí, se crean los movimientos sociales. Tales movimientos sociales no nacen de la conciencia de clases, sino de la puesta en común de los problemas cotidianos y la búsqueda de una solución a ellos mediante la lucha social. Pero ante la ausencia de actores políticos revolucionarios, serán propensos a caer en el reformismo y a ser extensiones de partidos para captar votos. Es por eso que debemos tener en cuenta este factor si queremos que no terminen recuperados y desmovilizados, tendríamos que ver en los movimientos sociales una oportunidad para el encuentro entre anarquistas con otras personas y colectivos en lucha para dar la posibilidad de pasar de la mera defensa de lo que tenemos, a poner sobre la mesa problemas comunes, análisis, posibles soluciones, etc, y perseguir objetivos más ambiciosos a medio plazo, tales como el control obrero o la autogestión de las empresas privadas, la gestión popular de la Sanidad, la Educación, etc, barrios autogestionados…
Se nos critica peyorativamente que sumar es malo, que el preocuparnos por la cantidad es absurdo, cuando en verdad, el número sí cuenta. Lo podemos encontrar en el mundo animal, en aquellas especies gregarias, las cuales son descritas por Kropotkin como las que más éxito en la supervivencia tienen y las cuales pueden defenderse mejor de depredadores más fuertes. En la lucha social sucede lo mismo: desde el simple acto de parar un desahucio o parar un desalojo de una okupa; hasta hacer retroceder a la policía en una manifestación, correr a los fascistas de nuestros espacios, llevar una huelga con éxito, impedir que la policía y los fascistas entren en el barrio, etc… Incluso para superar la represión es necesario tener una amplia red antirrepresiva y de apoyo a los y las presas políticas, que provendría desde las comunidades creadas a través de la lucha social, del tejido y las bases sociales creados. Aunque claro, evidentemente, esto tiene sus limitaciones y si nos obsesionamos por sumar nos podría llevar a perder nuestros objetivos a largo plazo. Por esta razón, es necesaria una orientación política. La orientación política no es más que aportar dentro de las luchas sociales. no solo las herramientas para mantener la autonomía y la creación de estructuras horizontales, sino también para dar la posibilidad de un salto cualitativo, de darle continuidad a las luchas y radicalizar los movimientos. En este sentido, las luchas presentes nos ayudarían a definir programas políticos acordes al contexto en el que se dan los conflictos. Dichos programas serían hojas de ruta no solo para mantener las luchas constantes, sino para que avancen cualitativamente.
La práctica del anarquismo social
“No debemos bajo ningún pretexto, separarnos del pueblo, pues no importa cuán atrasada o limitada puedan ser las personas, son ellas y no el ideólogo, quienes son la fuerza motor indispensable de toda revolución social” Amélée Dunois en una intervención del Congreso Anarquista de Amsterdam en 1907.
Recordemos que el anarquismo social aspira a ser un actor político revolucionario, ¿qué es eso? Ser actor político es ser una fuerza política referente para las luchas sociales y orientarlas hacia una vía revolucionaria, de transformación radical del sistema. A diferencia de la vanguardia leninista construida por un partido central y cuadros militantes satélites, una fuerza política anarquista sería aquella fuerza emanada desde la propia organización popular y de clase con sus múltiples colectivos y asociaciones según su ámbito de lucha: sindicatos de todos los sectores productivos, prensa, asambleas de barrio, ateneos populares, centros sociales okupados o no, organizaciones medioambientales, juveniles… y organizaciones políticas, las cuales serían las que mediante el análisis de coyuntura, definan programas generales y hojas de ruta para coordinar las distintas organizaciones de ámbito más específico. Éstos constituirían una red federativa o confederal desde donde se articularía el poder popular. Este modelo se dio en el Estado español del primer tercio del siglo XX y es el que permitió realizar la revolución social cuando se produjo el golpe de Estado fascista, y también comparte cierta similitud con el confederalismo democrático.
Podría teorizar hasta el infinito la inserción social, así que expondré dos ejemplos prácticos que conozco que resultaron bastante exitosos:
—El primer reconocimiento es para la Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC) por su labor en la lucha por una vivienda digna. Han llevado a cabo con éxito su programa de realojo de familias desahuciadas, así como en parar desahucios, y han permitido la creación de una comunidad de vecinos y vecinas conocida como la Comunidad La Esperanza. Pero lejos de buscar protagonismo, han recalcado que es la gente la que, organizada y a través de la acción directa, pueden lograr victorias. Otro aspecto importante es que han roto los falsos estereotipos dela anarquista que todo lo critica y se desentiende de las luchas sociales, dela anarquista que solo busca el caos y la destrucción.
—Otro merecido reconocimiento sería para el FEL-Chile, que a pesar de la deriva electoralista que tiene, han conseguido ser una fuerza anarquista estudiantil destacada dentro el movimiento estudiantil chileno. Comenzaron a andar hace más de diez años y ahora tiene fuerte presencia en las principales universidades chilenas, constituyéndose a la vez como uno de los referentes en la lucha estudiantil. De igual manera, también podría mencionar a las organizaciones estudiantiles del Estado español mencionadas al principio.
No terminaría sin mostrar casos del cómo mediante la construcción de comunidad y el aumento cuantitativo, se han permitido victorias en las luchas, también tiene su reflejo en la praxis, tanto históricamente como en los conflictos recientes:
—El ejemplo más visible es la defensa de Can Vies. De cómo el barrio de Sants pudo parar el derribo y conseguir que les dejaran en paz no se debe únicamente a la violencia desatada, sino a sus 17 años de presencia y actividades para el barrio. Hay que sumarle a esto que Sants ha tenido desde hace mucho más tiempo un tejido social mayoritariamente obrero.
—Las protestas por el parque Gezi en Turquía hace unos años es otro ejemplo de que la suma de fuerzas unida a la solidaridad y la organización popular, consiguieron defenderlo exitosamente. El mismo reflejo lo tendríamos en Gamonal.
—El conocido barrio anarquista de Atenas Echarxia no sería tal de no ser por la presencia de un tejido social construido muchos años atrás. No todas las que viven en ese barrio son anarquistas, sino gente cualquiera que ve en la autogestión y la cooperación social una solución real y efectiva.
—Las comunidades zapatistas y el movimiento de liberación kurdo del Kurdistán turco y sirio también son ejemplos vivos que tuvieron y tienen como base la construcción de comunidad en torno a una identidad colectiva cultural.
Si los números no cuentan, ¿no se debió el triunfo de Gamonal por la solidaridad que se desplegó en casi todo el Estado español? ¿Cómo se podría haber parado el derribo de Can Vies de no ser por las miles y miles de personas que bloquearon las calles durante el día y se enfrentaron con los mossos al caer la noche? Si el tejido social y la comunidad no son importantes, ¿cómo habrían conseguido los y las zapatistas lograr un territorio autónomo y el autogobierno? ¿Cómo en el barrio de Echarxia podría estar limpio de policías, tener parques autogestionados, numerosas cooperativas y hasta un centro de salud formado por personal sanitario voluntario? Es más, sin comunidad ni tejido social, no existiría en Chile un movimiento estudiantil tan extendido ni sobrevivirían las comunidades mapuche. Sin comunidad ni tejido social, la revolución social de Rojava no hubiese sido posible, ¡siquiera existiría el movimiento de liberación kurdo! De hecho, sin estos factores, no hubiese siquiera existido el movimiento obrero ni llegaríamos a conocer siquiera el anarquismo.
Desde el anarquismo social, pretendemos romper con la marginalidad en que está envuelta el anarquismo y volver a ser una fuerza política en la lucha de clases como lo fue antaño en las revoluciones sociales de la historia. Para ello, creemos necesario la reconstrucción del tejido social perdido en los barrios y las comunidades en lucha, potenciar el sindicalismo de clase en los conflictos laborales así como el movimiento estudiantil de base, etc, para extender los valores de la solidaridad de clase, el apoyo y mutuo y la cooperación, y sobre estas bases, articular un movimiento que no solo responda a las necesidades inmediatas, sino que tenga capacidad para aspirar a objetivos más ambiciosos. Todavía aquí en el Estado español la presencia no es muy grande pero demuestra ser esperanzador pese a los pocos ejemplos que hay. Llevamos desde la “Transición” muchos años sin levantar cabeza y reproduciendo discursos caducos, ya es hora de que volvamos a ser movimiento social y fuerza política.