Los llamamientos a las jornadas de lucha por la dignidad del 24 al 29 de este mes nos hablan de la dignidad secuestrada para los trabajadores, nos muestran una situación de emergencia social marcada por el paro, el hambre, la exclusión, la corrupción… y menciona especialmente el TTIP, el tratado de libre comercio cuya amenaza silenciosa es precarizar aún más nuestras condiciones de vida. En definitiva, los llamamientos apuntan (y hacen bien) a la catástrofe social y ecológica hacia la que nos dirige el capitalismo.
El manifiesto acaba con un recordatorio de la capacidad de movilización masiva de la convocatoria del 22M, esperanzadora para cientos de miles de personas, y llama a volver a tomar las calles este 29N. Con todo, echo en falta lo más importante, un mensaje positivo que dónde podemos encontrar esa dignidad perdida y, sobre todo, cómo podemos recuperarla.
De sobra sabemos ya que no hay dignidad en el Estado del bienestar que precedió a esta crisis, porque el reverso del bienestar capitalista del que algunos disfrutaron era y será siempre la explotación (del medio y de las personas) y la crisis. La estrategia del consumo y el crecimiento ilimitado para reducir las tensiones sociales siempre acaba dando con sus límites naturales y, cuando eso ocurre, son siempre los engañados (con sus mecanismos de defensa y oposición destruidos) los que se ven obligados a pagar la factura. Si esa es la situación de hoy, no es más que una consecuencia de la de ayer.
El bienestar real es el que toma en cuenta la sostenibilidad con el medio y el desarrollo pleno de todas las personas y pueblos. Dicho bienestar solo puede encontrarse sobre la base de una sociedad libre, solidaria, a escala humana, que devuelva la economía a la política y la política a las plazas, a todas las personas. Porque la dignidad se conquista día a día, con la participación diaria de todos en los asuntos comunes. Las marchas son un faro en la niebla, un ejemplo que nos demuestra que hay un puerto tras años de mar y de tormentas, pero para llegar a caminar sobre tierra firme hacen falta planes de amarre.
¿Tomar las instituciones?
Buscando esa ilusión por el cambio es evidente que buena parte de las esperanzas de los movimientos sociales se han volcado hacia proyectos electorales. Dichos proyectos (esencialmente Podemos y los distintos Ganemos) se promocionan como partidos políticos democráticos, con gran capacidad de decisión en las bases. La realidad de los mismos es variable, pero muchas veces difiere de esta imagen promocional.
Lejos de intentar realizar aquí un análisis de los mismos, sí me gustaría apuntar que en tiempos de desembarco institucional es esencial tener algunas nociones muy claras. No hay transformación posible sin la implicación constante de las personas en la sociedad. Sin organización social autónoma que presione a las instituciones y que, llegado el momento, pueda sustituirlas. El papel de estas organizaciones no puede ser, en ningún caso, ejercer de correa de transmisión de los partidos en las instituciones. Los círculos de militantes de esos partidos políticos que hablan de nuevas formas de hacer política democrática deben ser conscientes de que la dinámica institucional, en su ilusión por alcanzar cumbres más elevadas, tiende a olvidarse de la importancia de los que malvivimos al pie de la montaña. No hay que mirar al futuro, al contrario, es algo que ya está ocurriendo con la estructuración de Podemos.
La lección más importante es que la organización social no debe en ningún caso ponerse al servicio de las tendencias políticas, menos aún de aquellas en el poder. Flaco favor hacen a la democracia y a cualquier causa transformadora los militantes que se entregan de manera ciega a la cúpula directiva de los partidos, defendiéndoles acríticamente.
Más allá de los grupos ciudadanos, son las agrupaciones de trabajadores las que cumplen un papel esencial en la infraestructura autónoma que debe modelar el cambio social. El anarcosindicalismo y las redes de solidaridad deben combinar su acción de manera coordinada para influir en la presión a la patronal y al gobierno. También las asambleas de barrio o centro de estudio tienen que tener su papel: La formación, la organización de aspectos económicos (difusión y apoyo de cooperativas socialistas o grupos de consumo) y la extensión de la resistencia autoorganizada. Por supuesto las cooperativas socialistas, organizadas en redes solidarias de autogestión que minimicen el lucro y atiendan a las necesidades de los usuarios. Es necesario también contar con las organizaciones feministas y ecologistas en la difusión de una conciencia que debe atravesar de manera transversal todos los aspectos de la lucha. Resulta prioritario, en el caso de las primeras, su trabajo en la consecución de una conciencia feminista en la mayoría social, que permita por ejemplo valorizar el trabajo doméstico y de cuidados, así como romper el sesgo de género en su realización. En el caso de las segundas, su oposición a las políticas que nos llevan al colapso ecológico es fundamental para mantener las condiciones materiales de una vida que vaya más allá de la supervivencia.
Espacio Libertario
Es responsabilidad de los libertarios, como revolucionarios, ser un actor más en la movilización anticapitalista. Como parte de la izquierda compartimos la lucha por la dignidad de los oprimidos y, por ello, me alegro de la convocatoria que realiza Espacio Libertario en Madrid. Esta coordinadora de grupos anarquistas madrileños muestra en su comunicado una apuesta decidida por la presión popular desde la organización autónoma, por fuera de las instituciones. Considero acertada su postura, pues ese es el espacio político de los anarquistas: la organización social frente al poder, la construcción de la política del día a día de manera horizontal y federalista.
Necesitamos un proyecto político que no se limite a la deriva voluntarista
Con todo, es también muestra la convocatoria de la debilidad organizativa anarquista. Echo en falta un proyecto político más concreto, más estructurado (que vaya más allá de la mera coordinación de grupos) y con un programa claro para los anarquistas de hoy. Necesitamos un proyecto político que no se limite a la deriva voluntarista de los últimos tiempos, dedicada en el mejor de los casos a secundar regularmente las campañas de otros. Una organización federal, libertaria, cuyas prácticas y objetivos a corto y medio plazo enganche con la voluntad popular de transformación. Con un programa que contemple, por ejemplo, la necesidad de impulsar y coordinar esos espacios de organización social autónoma de los que hablaba en el punto anterior (cooperativas, sindicatos, redes de apoyo…).
Los anarquistas hemos debatido mucho en los últimos años, pero hemos construido muy poco.