Un día cualquiera me encontré con una pregunta de una servidora de Madrid bastante curiosa. No era de matemáticas, sino de política y en concreto son cuestiones acerca de las las limitaciones ideológico-políticas del anarquismo. Más específicamente, haciendo un balance de las distintas aportaciones teóricas a la actual coyuntura y sus limitaciones. Por un lado, estas cuestiones exigen mucho seso, pero por otro, me sabría mal dejarla plantada, dejando además, muchas cosas clave en el tintero. He aquí que me haya decidido responder, y el título precisamente es una parábola a dichos interrogantes.
Para contextualizarnos mejor, nos remontamos a los tiempos convulsos de la reestructuración del régimen franquista, llamado comúnmente como “Transición a la democracia”, allá por los años ’77 del siglo XX. En esa época, comenzó a resurgir la CNT una vez ya en la legalidad y poco a poco comenzó a asmoar la cabeza otra vez el movimiento obrero y junto a éste, el movimiento libertario. Sin embargo, no estaban exentos de divisiones internas y pronto las excisiones y el caso Scala terminó por desmoronar el movimiento. Represión, cárcel, terrorismo de Estado y torturas, eso fue la cara oculta de la historia reciente de este país que no sale en los libros. Tras haber neutralizado el movimiento obrero, la historia desde finales de los ’80 hasta hoy ha sido la historia de los partidos políticos. El pueblo había dejado de ser protagonista. En ese período el anarquismo continuó como movimiento marginal, con aires nostálgicos de aquel pasado glorioso del ’36. En los años ’90, comenzó a aparecer tendencias insurreccionalistas que pretendían romper con el inmovilismo de entonces, aunque a falta de hojas de ruta y estrategia política, acabaron desentendiéndose del resto de las luchas y terminando por caer en mera literatura incendiaria. La crisis del anarquismo se hizo patente en ese momento, y se notó cuando estalló la crisis allá por el 2008 por una ausencia casi total de respuestas sociales desde el anarquismo.
Pero llegó el 15M y de allí, el punto de inflexión Si bien el 15M no supuso un impulso real al movimiento libertario, sí que preparó el terreno para la escalada de la movilización social y a la vez, en ese momento se visibilizó la inoperancia del anarquismo en general en el Estado español. Una de las mayores limitaciones dentro del movimiento libertario fue la incapacidad para transmitir nuestros mensajes al resto de la sociedad, concretamente, a gran parte de la clase trabajadora. Junto a ello, la falta de proyectos políticos y económicos claros unido al hermetismo del propio movimiento que llevamos arrastrando desde que se desmoronó tras el Caso Scala, hace del anarquismo algo opaco al resto de la sociedad, una suerte de utopía para soñadores incansables. Estos factores pueden tener raíz en la propia esencia del anarquismo: la diversidad. El anarquismo tiene multitud de interpretaciones, y hay ocasiones en que la diversidad degenera en atomización, que es la fragmentación de las ideas anarquistas en átomos en los cuales cada individuo se forja su propia concepción y se cierra en su burbuja. Por otro lado, la diversidad puede ser un punto fuerte. Para que fuese así, esta diversidad debería ser dialéctica y dinámica, que supere los viejos esquemas siguiendo el método científico y se adapte a las coyunturas donde se dan; una diversidad que admita la unidad teórica entre la diversidad de opiniones y se construya socialmente.
De la diversidad surgieron también diversas corrientes o tendencias dentro del mismo anarquismo. Así pues, podemos distinguir aquellas relativas a la finalidad: anarquismo individualista, mutualismo, colectivismo y comunismo libertario. De las cuales, han bebido las corrientes relativas a la forma organizativa o medios empleados: insurreccionalismo/anarconihilismo, anarcosindicalismo, anarquismo social, etc. Como tratar de detallar cada tendencia daría para escribir muchos artículos, voy a centrarme en aquellos relativos a la praxis inmediata que están más de actualidad y más determinante para los tiempos que corren. Aquí no trataré sobre las corrientes finalistas.
Comenzando con el insurreccionalismo, hemos de señalar que no es una tendencia exclusiva del anarquismo, sino que también puede ser del marxismo revolucionario. El insurreccionalismo no es más que un método que pretende transformar la realidad presente a través de la revuelta y con un claro discurso que apunta a la realización de un fin revolucionario en lo inmediato. Obviamente, esto tiene una gran limitación y viene dado por la omisión de dos importantes factores que determinan la posibilidad de creación y avance de un movimiento revolucionario: las comunidades en lucha y la acumulación de fuerzas. Si bien el insurreccionalismo podría ser una salida al estancamiento, si se desentiende de las problemáticas sociales y de sus procesos de movilización perdiendo así unas posibles bases que amplíen al movimiento, estará abocado al fracaso. Así lo demuestra, por ejemplo, la diferencia entre el anarquismo insurreccionalista griego y el ibérico, por mencionar las más destacadas. Resulta irónico que ciertos insurreccionalistas critiquen la idea de comunidad y de acción colectiva, cuando realmente, las tendencias insurreccionalistas que podrían tener posibilidades de ser actor revolucionario de cambio, son las que han sabido conectar con los problemas sociales inmediatos y crear comunidades. Exarchia, conocido barrio ateniense tomado por anarquistas, no está formado única y exclusivamente por anarquistas, sino también por numerosas personas que ven la autoorganización y la autogestión como alternativas factibles al sistema capitalista. Incluso la pequeña victoria arrancada por Nikos Romanós al ponerse en huelga de hambre, ha sido también gracias a las redes de apoyo y a la solidaridad del tejido social creado en Atenas (y también del resto del mundo), cosa que sin ella, no habría podido llegar hasta este punto y poder aspirar a victorias mayores. En resumen, el insurreccionalismo no tendrá éxito si no es capaz de conectar con la problemática social inmediata ni crear la base social que articule el movimiento. De hecho, es gracias a esa base social la que otorga contenido político y sentido a las luchas.
Hablando del anarcosindicalismo, aunque en el primer tercio del s. XX en el Estado español el anarcosindicalismo haya podido ser una fuerza mayoritaria, hoy no tiene mucha influencia en el panorama laboral, incluso entre el sector de la clase trabajadora sindicada. La principal limitación es su propia naturaleza de ámbito específico: el laboral. El anarcosindicalismo sirve como herramienta para la organización de la clase trabajadora, al margen de su ideología política, en los centros de trabajo en la coyuntura del sistema capitalista. En este sentido, a través del anarcosindicalismo se pretende articular una organización de clase que permita responder a las agresiones de la patronal, y que a su vez, sirva como punto de partida para la concienciación de la clase trabajadora, demostrando además, que mediante la acción directa podemos resolver los conflictos a nuestro favor y defender nuestros intereses inmediatos No obstante, el propio sindicalismo no va más allá de las luchas económicas al ser de ámbito específico y sectorial. Otro problema del anarcosindicalismo, al menos en el Estado español, ha sido la sobreideologización que ha obstaculizado y ha ocasionado que, en algunos casos, ciertos anarcosindicatos (no voy a tratar aquí ninguna sigla en concreto) se conviertan en ghettos y no en herramientas funcionales. Esto puede ser debido, en parte, a la influencia de lo que se podría llamar “anarquismo oficial”, aquella corriente nostálgica con los años ’30 y que no supo conectar con la realidad social debido a la falta de análisis rigurosos y centrado únicamente en la pureza ideológica más que en una visión estratégica y de articulación de movimiento. En resumidas cuentas, el anarcosindicalismo debería, ahora más que nunca, constituir la alternativa real al sindicalismo de concertación y volver a impulsar el movimiento obrero de carácter autónomo.
Por último, no cerraría este artículo sin analizar el anarquismo social, de reciente importación al Estado español. La entrada de esta corriente supuso un soplo de aire fresco y una posibilidad real de salir del estancamiento y del estado languideciente del anarquismo actual en este país, para volver a levantar un movimiento libertario con capacidad para impulsar las luchas sociales a través de la organización popular. Otro punto importante a tener en cuenta es la necesidad de articular un movimiento libertario multisectorial, que conecten todas las luchas, tales como en el ámbito laboral-estudiantil, a nivel de barrio, comunitario y territorial, y a nivel político-ideológico. Posiblemente, la limitación residiría en la falta de tejido social en gran parte de la población de la península, tejido social que se perdió en el franquismo y por la “cultura de la Transición“. Aunque en estos últimos años, la movilización social ha ido in crescendo y, a falta de actores políticos revolucionarios que actúen fuera de las instituciones, podrían acaban como extensiones de partidos como Podemos y terminar vaciando las calles.
En general, al menos actualmente en el Estado español, al anarquismo le faltan proyectos políticos más concretos que apunten a finalidades cercanas nuestro alcance, que permitan el avance de las luchas inmediatas fortaleciendo la organización popular en vez de apuntar a la vía institucional y crear alternativas las cuales sean el propio pueblo trabajador y las clases oprimidas quienes sean los y las protagonistas. Una de las limitaciones son las pocas herramientas de análisis de coyuntura que tenemos, cosa que sí tiene el marxismo de los cuales nos podemos inspirar, y que nos permita conocer rigurosamente las distintas fuerzas políticas y sociales en el escenario político y determinar las estrategias adecuadas para impulsar la transformación radical de la sociedad. A pesar de todo, las experiencias históricas en las cuales se pudo materializar el anarquismo, así como las experiencias en Rojava, demuestran que es la única vía para la emancipación social y superar el sistema capitalista.