“Estamos esperando para irnos a nuestra casa. Estamos cansados de caminar. ¡Cansados de caminar! […] ¡Con los cojones hinchados de caminar!” – Ejemplar ciudadano expresándose el 22 de marzo de 2014 en Madrid tras/durante los disturbios acontecidos en la capital del Estado español [click aquí para ver el vídeo. La cita está sacada de los últimos segundos del mismo].
Tener “los cojones hinchados de caminar” es, ciertamente, muy duro. Horas y horas de caminata bajo el sol, sobre el duro y rugoso asfalto que atraviesa los campos, machacándote los pies y la espalda, mientras cantas una y otra vez los mismos eslóganes que alguien diseñó. También hay que sumar el peso de la mochila, del agua, de la comida, la banderita de turno, y la pancarta si te toca echar una mano en la cabecera. Kilómetro tras kilómetro se hacen los mismos chistes, se escuchan las mismas quejas, los mismos chascarrillos… Y en el horizonte la meta todavía no se vislumbra. Tiempo después (mucho tiempo después), llegas a la capital del glorioso Estado español, ya no tan glorioso porque la Casta lo ha arruinado.[1] ¿Qué habrá sido del bienestar de antaño? ¿Por qué la Casta tiene que envenenar todo lo que toca? Esa panda corrupta que usa el dinero público para forrarse nos está haciendo la vida imposible. Por eso caminamos. ¡Por eso marchamos! Y por fin la meta está en el horizonte. Por fin llegaremos a Madrid a confluir con el resto de marchas. Seremos miles. ¡Decenas de millares! Colapsaremos las calles con nuestros cánticos, nuestras banderitas, y nuestras pancartas. Al fin la voz de la gente parada, de la gente explotada, de la gente humillada y esclavizada, tendrá una oportunidad de rugir en el mismísimo centro geográfico de los problemas. ¡Al fin!
Luego llegaron esos niñatos. Salieron de la nada, ¡yo no los vi mientras caminábamos! Se les podía ver por todas partes, corriendo, gritando, armando jaleo. Las fuerzas de seguridad del Estado molían a palos a la gente, intimidaban con su presencia amenazante desde las esquinas: escudos en alto, formación de a dos. Los niñatos se pusieron la capucha y empezaron a tirar piedras, botellas, sillas, petardos… Los agentes de policía tuvieron que retroceder en varias ocasiones, incluso varias furgonetas se vieron completamente rodeadas y atacadas sin compasión. Salvajes. Son unos salvajes estos jóvenes radicales. Nosotros tuvimos que correr (todavía más) cuando los agentes empezaron a disparar con las escopetas de bolas. Rebotaban por todas partes, podías ver a la gente caerse al suelo de dolor. ¡Ay qué dolor! (Tanto o más que el de mis molidos pies). Luego vinieron las porras, cayendo con dureza sobre las cabezas de esos radicales salvajes, que no contentos con tirar cosas empezaron a montar barricadas para cortar el tráfico. Los salvajes estos se motivaron tanto que hasta cargaron contra un grupo de agentes anti-disturbios. Ahí es cuando llegó el gas lacrimógeno, y entonces tuvimos que correr más (todavía).
Estos jóvenes, que no todos, son unos descerebrados radicales. Son tan malos, o peor, que los de la Casta. Destrozan inmobiliario de la vía pública, escaparates, bancos, vitrinas, tiran objetos a la policía… No cantan, no llevan banderitas, no portan pancartas… Seguro que no han atendido a ninguna de las asambleas ciudadanas. ¡Seguro que no saben ni leer estos perroflautas! Porque estos sí que son perroflautas, son hooligans que sus padres no saben lo que hacen, porque si lo supieran más de uno estaría intimando con el cinturón paterno. Radicales… Si ya lo decían en La Sexta: los radicales de extrema izquierda han aumentado en número este año. A ver si el Évole hace un Salvados sobre esta gentuza, a ver si así se destapa toda la mierda que hay detrás y nos los quitamos de encima. Lo que no entiendo es como en El Intermedio todavía no han hecho ninguna parodia.
Pero da igual. Yo ya he cumplido. Yo ya he mostrado toda mi rabia contra el sistema corrupto de la casta. He venido hasta Madrid, caminando, he gritado unos eslóganes, y ahora me marcho para casa, que me esperan para cenar. España cambiará si la gente honrada sale a las calles. ¡Tenemos que movilizar a las masas de gente honrada! Esto tiene que cambiar, porque con tanto paro y con tanta miseria la gente ya no tiene ni un duro para poner algo sobre la mesa. Esta mafia de políticos hay que cambiarla, ¡ya! Que hable el pueblo. ¡Que hable el pueblo soberano en las urnas! Mientras tanto caminaremos, marcharemos, gritaremos en las calles para mostrar nuestro malestar. No importa el calor, el frío, la lluvia o la nieve. No importan los kilómetros. Nosotros marcharemos hasta ver justicia en este país de corruptos. No pararemos hasta ver entre rejas a todos esos mafiosos. ¡Defensa! ¡Defensa popular! El pueblo debe estar unido en tiempos de crisis. El pueblo debe permanecer unido cuando el enemigo nos ataca. ¡Movilización! ¡Marcha ciudadana! ¡A rodear el Congreso!
¡Eh, eh! ¡Tú, niñato de las narices! ¡Qué haces tirando piedras! ¿No ves que ellos cumplen órdenes? Escucha a esta señora, ellos también son trabajadores. Hay que hacerles entrar en razón, el problema es que todavía no saben la de mierda que la gente tiene que aguantar hoy en día. Eres un violento, un radical violento. ¡Violencia es lo que haces! ¿Cómo? ¿Que estaban pegando de hostias a la gente? ¡Mira, mira! Vete a liarla a otro lado que yo tengo los cojones hinchados de luchar caminar.
Notas
[1] Se dice “Casta” aunque el término todavía no estaba popularizado, como lo está hoy, por aquel entonces. No obstante, conviene usarlo dado que si el término se ha hecho tan popular es porque ha encontrado arraigo entre amplios sectores de la sociedad, lo que también viene a sugerir que ya existía una concepción (mejor o peor articulada) de la idea que va detrás de “Casta.”