Vivimos en una sociedad donde las hambrunas ya no son causadas por las malas cosechas, sino por la miseria que genera el sistema capitalista al priorizar el beneficio privado incluso sobre las necesidades básicas. Así es como se tiran miles de toneladas de comida mientras muchos millones de personas se mueren de hambre. Desde el triunfo de las revoluciones burguesas y la sustitución del feudalismo por el capitalismo, la obtención del pan de cada día ha cambiado desde entonces. Actualmente, ya no es porque sea escaso sino porque, pese al aumento de la producción, el pan tiene un precio por el que hay que pagar y para la mayoría de la gente, la principal fuente de ingresos es el trabajo asalariado. Ahora con la crisis y la reestructuración capitalista, cada vez más personas se ven con mayores dificultades a la hora de conseguir saciar el hambre y, es necesario preguntarnos en estos momentos si nuestras propuestas revolucionarias serán capaces de satisfacer las necesidades más básicas, tanto actualmente como durante una situación revolucionaria y postrevolucionaria. Incluso ya no es solo el pan de cada día, sino también los problemas del acceso a la vivienda, a la energía, al agua, a la sanidad o a la educación.
Las circunstancias materiales son un condicionante muy grande en nuestras vidas y hace que muchas veces nos lleve a contradecirnos con nuestras ideas. Pero sean cual sean las ideas que tengamos, necesitamos alimentarnos, beber agua, vestirnos y cobijarnos para seguir vivas. Esto directamente nos obligaría a jugar nuestro papel en la sociedad para poder sobrevivir y cubrir dichas necesidades. Sí, también tenemos que pelear por nuestro pan día a día, sobre todo cuando nos vemos obligadas a trabajar porque existen muy pocas alternativas al trabajo asalariado, a no ser que sea emprendiendo un negocio y teniendo asalariadas o trabajar en una cooperativa integral. La realidad material no es ajena a nosotras, estamos dentro de ella y si queremos cambiarla, antes tenemos que mantenernos con vida.
Lo inmediato también es un campo de batalla donde podemos encontrar enemigos y amigos. Por tener ideas no significa que seamos inmortales. También enfermaremos o tendremos accidentes, algunos y algunas tendrán descendencia y tendrán que meterlos en la escuela, seguramente tendremos que ganarnos la vida trabajando por cuenta ajena o autoexplotadas siendo trabajadoras por cuenta propia, nos veremos obligadas a desplazarnos en la ciudad o a otro lugar, necesitaremos cobijo, ingresos, etc… Estos aspectos cotidianos pueden llegar a ser verdaderos problemas cuando hay en juego intereses mercantiles que choquen con nuestros intereses. Si lo que hacemos es criticar lo reformistas que son las luchas inmediatas y nos desentendemos de las mismas, estaremos sirviendo en bandeja a las ofensivas neoliberales que pretenden mercantilizar aún más nuestras vidas.
Pero todos estos problemas no se solucionan a base de ideología, de hecho, las ideas no llenan estómagos, al contrario, son los estómagos llenos, la dificultad que requiere y la conciencia sobre ello, los que alimentan los ideales. No estoy hablando de lujos, sino de las necesidades básicas satisfechas. Se está muy cómodo sentado en el sofá disfrutando del privilegio de tenerlo todo hecho diciendo qué lucha es reformista y qué no. Y es así como algunas personas que se declaran revolucionarias menosprecian, por ejemplo, las luchas en defensa de la Sanidad pública, que al parecer, les importan bien poco que se despida personal sanitario, se precaricen sus condiciones, se externalicen algunos servicios, aumenten las listas de espera, cierren quirófanos, camas y plantas, que mueran personas a causa de enfermedades curables… y todo ello para que la Sanidad privada haga negocio donde quienes puedan pagársela no tienen listas de espera ni ningún tipo de incidencias. Tampoco nos olvidamos de la defensa de la Educación, el cual estamos viendo que nos suben tasas, que las aulas se masifican, que las empresas cada vez estén metiendo más la mano… para poner la Educación al servicio de los mercados y reservada a los hijos e hijas de la burguesía mientras los hijos e hijas de clase trabajadora tendrán trabas económicas a la hora de acceder a una educación mejor. Y no solo esto, también sufriremos el paro y la precariedad laboral fruto de los atropellos de las sucesivas reformas laborales con la complicidad de los sindicatos del régimen. Podría seguir alargando la lista, como la defensa del transporte público, el agua, los barrios, etc… pero el denominador común de todos los problemas cotidianos sigue siendo el capitalismo y el Estado. No obstante, las revoluciones no se producen por arte de magia ni surgen por espontáneos que se aventuraron hacia las montañas a montar sus propias comunas, sino por la continuidad en los conflictos de clase, en mantener una tensión constante contra el sistema dominante articulando siempre respuestas populares. En otras palabras, creando alternativas de confrontación que permitan reconstruir el tejido social perdido, uniendo las luchas sectoriales y acentuando la lucha de clases.
Sabemos que desde la caída de Lehman Brothers el capitalismo occidental entró en una fase de reestructuración que consiste en el progresivo desmantelamiento del Estado del bienestar de la postguerra, y que ya no habrá vuelta atrás. Por eso hay que plantear una salida hacia delante por la vía de la escalada de la conflictividad social en todos los ámbitos y poniendo sobre la mesa el componente de clase en las luchas. Ya no estamos como en los ’90, ni en el siglo de oro de las revoluciones obreras y populares. Estamos entrando en una nueva fase del neoliberalismo y tenemos que levantar cabeza para conquistar el pan de hoy y garantizarlo en el mañana.