Suena el despertador. Otro día que empieza. Como cada mañana, en un silencio oscuro, busco en mi mente una razón para levantarme. A veces no la encuentro y es un momento muy duro. Me siento solo. Esperando el bus, la misma gente. Dependiendo del mes es día o noche, pero ahora hace frío y es de noche. Solo las gotas de los días en los que llueve pueden darle a la escena un punto más dramático.
Segundos, minutos, horas, días, mucho tiempo mirando por la ventana, como un espectador de la vida. Veo gente, coches, fábricas, nubes, pero pocas sonrisas. Es normal, ¿A quién le gusta madrugar?
Llego pronto a la escuela, cosas de horarios. Una vez en clase veo a la misma gente de siempre. Unos hablan del partido de ayer, otros de la próxima excursión. Se comparten las notas de los exámenes y se hacen planes de futuro. “A ver si apruebo esta y así…”, “Para el año si cojo estas pues ya
acabo…”… Yo estoy sentado, dejándome llevar por la dinámica de la conversación, pero no estoy allí.
En mi mente recuerdo lo que me costó dormir, lo que me costó levantarme y lo que me cuesta motivarme para memorizar esas cosas que luego te preguntan para saber si tienes que pagar otra vez o si puedes pagar a otras palabras que representan asignaturas. Tengo otras preocupaciones.
La LOMCE, el paro, la ley de protección ciudadana, ¿en qué se está convirtiendo la universidad? ¿Cuál será el futuro dentro de 5 años? ¿A nadie le preocupa nada o quizás no le afecta? Su ropa, sus preocupaciones, sus ganas de que llegue el fin de semana para “salir a reventar”… me siento a años luz de los demás. Me siento solo.
La ley de enjuiciamiento criminal, la EU 2015, la ley esa por la que las bibliotecas tienen que pagar en función del número de usuarios y préstamos, la ley de propiedad intelectual. Miro por la ventana mientras no llega el profesor. A mi lado hay un paragüero para cuando llueve que las goteras no mojen todo el suelo, pero a nadie le parece importar. Veo montañas y molinos. Edificios y casetas. Montes y agua. Un océano y un lago. Torres de corriente, serán de REE supongo. Una ciudad que exhala nubes marrones que se quedan como boinas cubriendo a sus habitantes.
Empieza la clase, hablamos de leyes, normativas, fórmulas… bueno, habla el profesor, yo escucho. Hace algunas preguntas, me sé las respuestas pero me callo, así, entre silencio y silencio puedo pensar en que está pasando. ¿Al que tengo al lado no le importa la reforma laboral o simplemente no sabe lo que es? Lo miro… probablemente su familia tiene una empresa y su aspiración es vivir de rentas o pensar en el pequeño sueño burgués americano.
Recuerdo que este año comenzaba con un BOE diciendo que la iglesia va a recibir algo así como trece millones al mes del estado. Suelto una carcajada, fueron los “socialistas” los que aprobaron ese BOE. La risa se convierte en depresión… ¿Cómo hay “socialistas” que solo quieren volver a los maravillosos años de principio de siglo?
Alguien pregunta cómo va a ser el examen. Sonrío internamente. La misma pregunta de siempre, la misma respuesta de siempre. ¿Aprender? No, aprobar. Recuerdo los últimos exámenes, ese taco de folios en blanco que se abre y que contendrán el poder de decir quién paga más y quien simplemente paga. Cómo sufro cuando los veo. Ya no por el jugártelo todo a una carta, sino porque no son reciclados. Valientes árboles murieron de pie ofreciendo su vida y su cuerpo sin que les preguntaran si querían hacerlo. El plástico que los contenía se tira a la única papelera que hay en la j aula fría e incómoda que tenemos por clase.
Termina la clase, el profesor se va. Hoy no tengo más clase, toca esperar el bus. Veo carteles, veo una chapa del Ché. Aunque no lo pregunté se me dice que esa chapa es para ligar más. Tranquilo, ya lo sabía hace tiempo, tu comportamiento y tus preocupaciones no engañan a nadie, por lo menos a mí. «¡Gana dinero, aplasta a la competencia y fóllate al mayor número de chicas!» Esas son los eslóganes que veo en el día a día entre mis compañeros (por supuesto cuéntalo, sino no sirve).
Hace frio, no viene el bus, aún queda tiempo para pensar más. Sigo pensando en el tío chapa. Lo vi en alguna de las manifestaciones. No, era broma, perdón. En alguno de los paseos que hubo estos pasados cursos en contra de la LOMCE, paseos o desfiles, como os guste más. En el piquete que habíamos hecho no estaba. Bueno, más que un piquete, fue un “paseo en el zoo”. “Las concentraciones son misas y las manifestaciones son procesiones” Cuán anonanado me quedé cuando me dijeron esto: No le falta razón. Pero claro, si vuelcas un contenedor te llaman fascista (fui espectador de esta escena). Ya de vuelta, miro mi reflejo en el cristal. ¿Qué pasó? ¿Cómo puede ser para mí algo normal y totalmente legítimo algo que para otras personas les parece de “locos”? Hablo de organizarse entre iguales, sin tener que pedir permiso a nadie para poder hacer algo. Hablo de reaccionar ante una situación. Yo creo en que hablando se entiende la gente, pero del mismo modo pienso que ante un abuso e imposición con violencia de algo, el hablar no consigue nada. Esto lo aprendí en mis carnes. Pero qué fácil sería optar por considerarme la “vanguardia” de algo o alguien. Que fácil sería justificarme. Que fácil sería dormir… Pero hace tiempo que considero que nadie me debería decir lo que tengo que hacer, y por coherencia, no seré yo quien bajo la etiqueta de un cadáver del principio del SXX le diga a los demás lo que tienen que hacer.
Supongo que lo que toca es compartir mi forma de pensar respecto de cómo nos deberíamos organizar y cómo deberíamos luchar. Si, luchar. Porque luchar es pedir algo, pero pedirlo de corazón y estar dispuesto a sufrir para conseguirlo, que en toda lucha hay pérdidas. ¿Qué puedes perder cuando está todo perdido? ¿La vida? No. Si solo hay una entonces no hay nada que perder. Pero ahora es cuando entra en juego la confianza. ¿Cómo no caer en sectarismos y poder confiar en alguien anónimo que participa contigo en una lucha de “masas”?… (Sí, hay masas y siempre habrá masas, otra cosa que solo se aprende cuando sales de tu habitación. Por cierto, que decepción me llevé). Llego a mi parada, bajo y voy a casa. El resto del día no os lo cuento, no os importa la verdad. Lo único que os confesaré es que esa noche, al igual que la anterior, me costó dormir por las mismas cuestiones de siempre, y como siempre, entre sábanas me sentí solo, y como siempre al día siguiente tocará buscar otra razón para levantarse.
W.