Nota preliminar:
Antes que nada, voy a dejar claro que este artículo no pretende levantar discusiones ni abrir viejas heridas para crear acaloradas polémicas, sino para la reflexión y cómo afrontar el presente aprendiendo las lecciones del pasado.
Ha llovido mucho desde que la facción bakuninista de la I Internacional fuese expulsada por la facción marxista. Entristece y da mucha rabia cuando leemos la historia del movimiento anarquista en el primer tercio del s. XX ver cómo las revoluciones anarquistas eran aplastadas también por el marxismo-leninismo y cómo los logros realizados por la revolución social hayan sido pisoteados y ninguneados tanto por la historiografía oficial como por ciertos marxistas. Leemos la historia del movimiento makhnovista y la participación del movimiento anarquista durante la revolución rusa, y lo que nos encontramos es que el makhnovismo fue un movimiento principalmente campesino que se levantó en armas contra la antigua aristocracia y luchaba también contra las diferentes burguesías que trataban de conseguir su trozo de pastel. Los y las makhnovistas consiguieron un territorio libre, sin Estado, y un ejército dedicado a defenderlo, pero esta historia bastantes leninistas la desconocen por completo y menos saben que fueron traicionadas por el bolchevismo. Luego viajamos al Estado español plena guerra civil y ya nos suenan los sucesos de mayo del ’37, la persecución de militantes libertarios en Catalunya y la destrucción de las colectividades aragonesas (Camilo Berneri también sería asesinado en esos tiempos). La contrarrevolución fue orquestada por agentes stalinistas, siendo el PSUC la cabeza visible. Finalmente, lo que me llevó a escribir este artículo fue una breve lectura sobre la Comuna de Shinmin, una desconocida historia llegada del sudeste asiático en la cual se narraba de un movimiento anarquista organizado previo, con núcleos tanto en Corea, Manchuria, Taiwán, Japón, entre otros, lucharon contra la ocupación japonesa a la vez que contra la burguesía local y los nacionalistas, construyendo así un territorio donde el Estado fue sustituido por Consejos federados y estructuras asamblearias en 1929. Tres años después más o menos, fue aniquilada por el régimen de Stalin junto con las fuerzas imperiales japonesas.
A pesar de todo, estamos en el siglo XXI, con la mayoría de movimientos revolucionarios derrotados en los países capitalistas avanzados. Tenemos una coyuntura que está cambiando rápidamente y estamos viviendo una reestructuración capitalista que está destruyendo lo poco que nos queda de derechos sociales. El pasado ya no se puede cambiar, ya no recuperaremos las tierras que liberó Makhno y su Ejército Negro, ni las colectividades de Aragón, ni los territorios que se liberaron en Manchuria… Tenemos que pasar página pero no olvidar, tenemos que salir del estancamiento en el pasado y de las peleas ínútiles y plantear alternativas en el presente. En esta coyuntura, marcada por nuevas formas de movilización social, comienzan a brotar nuevas tendencias dentro del anarquismo. Ya no valen los métodos tradicionales, tenemos delante una nueva situación en el cual las batallas en el terreno social constituyen un factor importante a la hora de fortalecer un movimiento popular. Pero en el camino seguimos encontrando miserias en la misma trinchera (hablando entre anarquistas y marxistas). Entre reyertas por cuestiones del pasado y tirarnos piedras entre las que se supone que somos compañeras, lo único que se consigue es que sigamos en la marginalidad malgastando fuerzas en plantar cara, no al sistema capitalista, sino entre compañeras. Entre el machismo que divide al anarquismo en particular y la izquierda en general, entre la priorización del partido sobre todo lo demás, los sectarismos, los juegos sucios, peleas de egos y demás, son mucha mierda que tenemos que ir limpiando para avanzar mínimamente en algo.
Y de nuevo, las lecciones de la historia: el makhnovismo fue anterior a la llegada de los bolcheviques a Ucrania y fueron una fuerza política capaz de lograr el comunismo libertario sin necesidad de un Estado proletario y a la vez combatir a diferentes fuerzas reaccionarias. Pero llegó la traición, derramaron mucha sangre campesina y el resultado fue la restauración del viejo orden de explotación de los terratenientes. Así también como que en la Revolución social del ’36, el frente antifascista se debilitara por los sucesos de mayo del ’37 y la destrucción de las colectividades, suponiendo así la vuelta de los privilegios de la pequeña burguesía propietaria, generando desabastecimiento y desmoralización en los frentes donde combatían las milicias de la CNT-FAI. Todo aquello terminaría en la derrota de la izquierda misma y la instauración de la dictadura franquista. Y lo mismo podríamos decir de Shinmin; derramamiento de sangre por asesinatos selectivos de militantes libertarios bajo las órdenes de Stalin y posterior barbarie del régimen imperial japonés al ocupar ese territorio y llevar a la burguesía japonesa a explotar los recursos de la zona. Así que, ¿qué ganaríamos la clase trabajadora si nos traicionáramos por cuestiones ideológicas e intereses partidistas? Podemos asegurar que ninguna.
Y la gran pregunta del millón, ¿sería posible una unión entre marxistas y anarquistas? Esta cuestión puramente ideológica realmente no debería ocupar el plano central en estos momentos. Recordemos que todavía queda que los y las anarquistas nos consolidemos como un movimiento inserto en los movimientos sociales y una fuerza política real, con capacidad para oponer el poder popular contra el sistema capitalista. En este aspecto, nos queda mucha tela que cortar y piedras que pulir. ¿Y una posible alianza? Sí. Considerando nuestra propia situación y nuestras capacidades, una alianza táctica —que no necesariamente política— sería una estrategia bastante acertada de cara a articular un movimiento autónomo y de clase, esto es, reconstruir el movimiento obrero a partir de los movimientos sociales y las luchas inmediatas. Por estas razones, no nos interesa crear más hostilidades, ni perder el tiempo con discusiones ideológicas. No se nos hace prioritario la confrontación con marxistas, pues tenemos un enemigo más poderoso que combatir y un movimiento popular y una fuerza política que construir.