Para la tercera entrega de esta serie contra los relojes del capitalismo, he decidido seguir en la vena insurreccionalista estadounidense (que por cierto, poco se lee fuera de estos círculos sobre la explotación que supone el reloj como símbolo del tiempo capitalista). Hoy os presento el texto que introdujo allá por el año 2000 el primer número de uno de los zines estadounidenses más incendiarios: Killing King Abacus (“Matando al rey Ábaco” en castellano). Killing King Abacus, que yo sepa, solamente publicó en 2000 y 2001 dos zines cargados de teoría insurreccionalista, análisis de la situación capitalista, y llamamientos a la acción directa. Se editaba en Santa Cruz, California, pero se distribuía ampliamente en Europa. Sin más, os dejo con el texto, el cual añade al problema temporal el problema espacial en nuestras vidas.
Matando al rey Ábaco [Killing King Abacus]
Traducción del inglés al castellano por La Colectividad
Matar al rey Ábaco es crear relaciones sin medida. Si pretendemos destruir el capitalismo no podemos reproducir su lógica necrofílica, la cual reduce las relaciones a meros números. Matar al rey Ábaco es destruir la red social que privilegia las transacciones e imágenes mediadas sobre las relaciones directas. Dado que el dinero es un equivalente universal y, por lo tanto, casi no tiene límites en sus usos, [el dinero] conquista otros significantes de valor; el capitalismo convierte a otros sistemas de valores en capitalismo. Matar al rey Ábaco es perturbar este proceso de cuantificación. Puede que el dinero sea la puta más indiscriminada, pero el capitalismo no es el único sistema que mide valor. La justicia, la moral, la ley, y la cultura también son sistemas de valores que sopesan, juzgan, y canalizan la acción humana. Nosotros queremos crear relaciones que desafíen tales ecuaciones. Nosotros, por lo tanto, no necesitamos modelos estandardizados dentro de nuestras luchas. En la ausencia de sistemas de valores nuestro deseo dispara en nuevas direcciones. La insurrección es deseo rebelándose contra el valor.
En la Antigua Inglaterra, las partes del cuerpo del rey eran la unidad de medida. El pie del rey era “un pie.” La longitud de la mano del rey era “un palmo.” A medida que el Estado devino más estandardizado e impersonal, la medición también lo hizo. De esta manera, hoy en día estamos gobernados por un impersonal rey Ábaco, quien no tiene pasión pero está siempre calculando.
Los primeros relojes fueron construidos para regular los rezos islámicos y así poder rezar cinco veces al día en intervalos regulares. Durante la era colonial las misiones eran simultáneamente usadas tato para convertir a las gentes indígenas como para imponer el trabajo diario y semanal. Las campanas de las misiones regulaban ambas cosas: el rezo y el trabajo. El reloj fue un instrumento indispensable para la estandardización de la jornada laboral. La racionalización del tiempo nos ha arrojado a una espiral de apuros en constante crecimiento. Nosotros queremos matar al rey que intenta forzarnos a rezar al dios del trabajo.
Matar al rey Ábaco es crear una ruptura insurreccional con la la existente organización del lenguaje, del tiempo, y del espacio. [Matar al rey Ábaco] es hablar nuestra propia lengua; tomarnos nuestro propio tiempo; hacernos un espacio para nosotros mismo. Si solamente podemos concebir ideas construidas en base al lenguaje del Estado o del capital, entonces no podemos romper libres con su lógica restrictiva. No puede darse una ruptura con esta sociedad si recurrimos a las autoridades que la perpetúan en vez de actuar nosotros mismos. Para recurrir a un sistema o a una autoridad, primero tenemos que hablar su lengua, pero las relaciones que nosotros queremos crear no pueden ser habladas en el idioma de la autoridad. Si vivimos en una serie de momentos medidos por el reloj, el cual corre al ritmo de la productividad, entonces vivimos abstractamente en momentos equivalentes de insulsa repetición.
Al tiempo que el espacio público disminuye y es disciplinado, nos dejan prácticamente con un espacio cuyo uso está restringido a las demandas de la producción y el consumo. Si bien es cierto que teóricos sociales, anarquistas, marxistas, y burgueses han teorizado la dimensión temporal (la historia), el espacio, muy a menudo, ha tenido un papel secundario para detrimento de la teoría. Esto es en parte debido a la influencia que el darwinismo y las teorías de la evolución han tenido en el pensamiento de los siglos XIX y XX. El espacio únicamente re-entró en el marxismo con la teoría del imperialismo de Lenin, y solo a nivel estatal. Los debates desde aquellos días solamente se han centrado en la liberación nacional y en el colonialismo. El espacio ha empezado a tener un papel más destacado en la reciente teoría social, pero también es verdad que sigue enmarcado, a menudo, en el contexto de nacionalismo versus globalización. Esta teorización del espacio sirve a para dos cosas: para re-deificar y para naturalizar al Estado-nación. Nosotros pretendemos profundizar nuestro conocimiento histórico del espacio, nuestro conocimiento espacial del capitalismo, así como explorar la relación entre espacio, capitalismo, y Estado, todo ello en base a una escala bien distinta a la de la nación. Simone de Beauvoir resaltó la importancia del café para la revuelta. [El café] era un espacio donde podíamos encontrarnos directamente; donde podíamos hablar con amigos y con desconocidos. Pero el capitalismo ha comenzado a encontrar formas sobre cómo transformar un lugar de encuentro en un lugar controlado donde solamente podemos consumir y salir pitando para nuestro trabajo mientras miramos el reloj. Si no creamos espacios para nosotros mismos, no tendremos lugar donde encontrarnos, hablar, o actuar por nosotros mismos. Para poder conseguir esto, tenemos que ser capaces de imaginar lo que nos espera más allá de los límites de la racionalidad dominante que perpetúa lo existente.
La persona que se aventura a expandir sus posibilidades de vida más allá de las opciones limitadas que ofrecen el Estado y el capital, se halla afrontando las estructuras de poder y los sistemas de control mediante los cuales se impone la existencia medida. El trabajo, la ley, el gobierno, la escuela, la policía, el consumo de lujo… todo esto conforma un laberinto lleno de barreras para toda persona que desea alcanzar más allá de estos límites; para todo persona que desea vivir su vida a su propia ritmo y no al ritmo del reloj. Por ello, los que queremos proyectarnos hacia la calidad,[1] hacia una plenitud vital que no se puede medir, estamos confrontados con la necesidad de destruir ese laberinto, de crear nuestra proyección de vida de una manera insurreccional. Estamos, por lo tanto, en perpetuo conflicto con esta sociedad. Para destruir estos obstáculos a nuestra propia expansión necesitamos todas las herramientas a las que podamos echar mano; necesitamos tanto las ideas como el fuego.
Notas
[1] Nota de traducción: aquí “calidad” hace referencia al opuesto de “cantidad” (“cualitativo” versus “cuantitativo”).