Me he comprado un edding. Contagiado del grito rebelde de los tachones y los mensajes tan lúcidos como espontáneos para hacerlos inmutables, por mucho que los borren. He decidido formar parte de esa labor colectiva de memoria y reproche. ¿A qué me refiero? Intentemos ser concretxs: entre otros ejemplos, nos meten sus cánones de belleza hasta en la sopa y la publicidad – propaganda encubierta – la encontramos incluso en el transporte público.
En Madrid, desde donde escribo, podemos encontrarnos uno de los experimentos mundiales del mercantilismo que tanto modifica nuestro paisaje cotidiano y se nos clava a cada trayecto: el acuerdo comercial que nombra a la línea 2 de Metro con el nombre de la compañía Vodafone (previsto durante 3 años desde mayo del 2013). Quienes viajamos en metro hemos visto cómo el rechazo del momento se ha prolongado en el tiempo hasta ahora en forma de pegatinas, pintadas, uso de disolventes, etc. dejando así clara nuestra negación. Y es que en el momento en que la imposición del cambio hacia un horizonte cosificador deja de apreciar una resistencia a ojos del colectivo, ésta se nos muestra vencedora y dicho cambio aparentemente inevitable. Parece que todxs hemos aceptado con resignación.
Por eso he decidido unirme a la guerrilla del simbolismo que se ejerce desde las sombras a las que no llega su panóptico. Y añadir el rotu a mis armas. Es una manera de recordarnos que no estamos solxs, de pervivir la resistencia a la inercia que mancha lo cotidiano hasta el último resquicio y la última sutileza.
Perro Afgano