Nueva entrada de la serie Activarse, en torno a las posibilidades de movilizarnos a nivel personal y colectivo. En la primera entrada de esta serie hablamos de por qué nos movilizamos los libertarios y dimos una idea de cómo tenía lugar el proceso de activación (de cara a mejorar nuestra capacidad movilizadora). En la segunda entrada hablamos del proceso personal que lleva a una persona a movilizarse con capacidad de incidencia (lo que englobábamos bajo el concepto de Formación). Ya identificábamos entonces que la activación no era una cuestión meramente personal, ya que la capacidad movilizadora de los colectivos en los distintos espacios en los que tenía lugar la vida de una persona determinaban el que esta pudiese o no movilizarse. Así, en la tercera entrada empezamos a hablar de los espacios de activación a partir del lugar donde vivimos, por lo que hablamos de la movilización en barrios y pueblos.
El otro espacio en el que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo además de la vivienda es el centro de estudios o trabajo.
Movilizarse en el centro de estudios significa comprometerse en el diseño de un modelo de enseñanza y aprendizaje radicalmente distinto, que atienda a las diferentes sensibilidades, basado en una gestión colectiva de los fondos y recursos públicos que construyen la educación actual. En una renovación de los contenidos del programa educativo dirigidos a potenciar la autonomía individual y el espíritu crítico, así como la cooperación entre personas; a reducir los prejuicios y eliminar la discriminación por razones de etnia, lugar de nacimiento, condición económica, género, orientación sexual, edad u otros motivos. Eso implica también y fundamentalmente una resistencia a la imposición de modelos de gestión neoliberales que pretenden expoliar y destruir la escuela pública para lucrarse, al mismo tiempo que imponer un currículum que potencia valores mercantilistas: clasismo, competitividad, atomización… En esa resistencia es esencial oponer modelos de organización, gestión y pedagogía que antecedan la educación a construir.
Plataformas como Marea Verde, compuesta por múltiples organizaciones, se encargan de construir un frente amplio contra la mercantilización de la educación, si bien hasta hoy han mantenido una posición más de resistencia que a la ofensiva. También existen los movimientos de renovación pedagógica, con una capacidad de influencia (y, sobre todo, de movilización) muy limitada. Las asambleas de estudiantes en los centros de estudios, que hoy en día se concentran fundamentalmente en algunas facultades, parecen ser los espacios fundamentales de construcción del cambio en la educación (a pesar de que también se han mantenido a la defensiva y carecen de propuestas de intervención y cambio realistas y bien formuladas). Estas asambleas deben encontrar un modo de satisfactorio de agruparse sumando al resto de organizaciones y extenderse a otras enseñanzas, lo prioritario es concentrar capacidades en los centros en los que tengan presencia para obtener espacios de gestión, y explotar mecanismos para sumar al resto de la comunidad educativa (docentes, investigadores, trabajadores del centro, familiares…) en distintos niveles de participación. Además, claro, de lograr amplios apoyos para sus propuestas de transformación educativa. Las personas que quieran activarse en el centro de estudios pueden comenzar por contactar con dichas asambleas, sea para sumarse a una o para encontrar apoyo de cara a formar una en su centro (si bien el trabajo de extensión es precario, al menos en el caso de organizaciones como Toma La Facultad en Madrid). A nivel político anarquista también existen grupos como los que forman la Federación Estudiantil Libertaria, que deberían (si no quieren convertirse en organización amplia de masas y mantienen su caracter específico) apoyar el desarrollo de espacios amplios de movilización en centros de estudios.
Respecto al mundo laboral, movilizarse en el centro de trabajo es, en definitiva, hacer sindicalismo. Entrar a profundizar en el trabajo sindical daría para otra entrada, sobre todo a nivel orgánico, pero apuntaré que la organización de base del anarcosindicalismo en una empresa es la sección sindical. El trabajo fundamental de la sección es organizar a los trabajadores para ser reconocida en la empresa, obtener capacidad negociadora y acumular información. De este modo se consigue que los trabajadores nos empoderemos dentro de la empresa, obteniendo la capacidad de tomar decisiones en la misma y, llegado el momento, podamos controlarla.
Las distintas secciones se coordinarán con su sindicato de ramo para obtener fuerza en los distintos ramos de producción. Los trabajadores sin sección sindical pueden organizarse en redes de apoyo mutuo o sindicatos de oficios varios. La estructura sindical revolucionaria busca tanto mejorar las condiciones de trabajo presentes como organizarse para la gestión de las empresas. El objetivo último es controlar la producción, ya que quien controla esta puede impulsar cambios sociales profundos. Para comprender mejor la organización en el centro de trabajo recomendamos leer Anarcosindicalismo Básico.
Más allá de la producción hay un campo importante de actividad económica en torno al trabajo que los revolucionarios tendrían que gestionar. Es interesante al respecto la lectura de Historia de las Bolsas de Trabajo. La idea de las bolsas de trabajo era controlar el reparto de trabajo y los servicios sociales a los trabajadores. De tal modo, los propios trabajadores gestionaban la actividad económica que es tanto sostén como resultado de su trabajo. Hoy en día esas ayudas parten de los estados, lo que supone un cambio importante respecto del Estado meramente represor del s.XIX. El desafío está en encontrar el modo de tomar esa gestión en manos de los movimientos sociales para posibilitar propuestas revolucionarias.