Por Mike G., militante de Embat
Este artículo tiene como objeto razonar sobre la militancia social que tiene como su ámbito de actuación el barrio.
Los movimientos anticapitalistas tienen numerosas personas militando en los barrios de las grandes ciudades y en los pueblos y ciudades dormitorio que las rodean. De hecho es el ámbito junto con el sindicalismo en el que existe un mayor número de militancia relativa del anticapitalismo. Por tanto se da la lógica de que cada cierto tiempo hay llamamientos para construir un «movimiento de barrios» o una espece de coordinación de las distintas luchas de los barrios.
Aquí chocamos con la realidad cambiante de cada zona, con sus particularidades y sus características identitarias. Por tanto se generan diferentes tradiciones militantes. Toda esta variedad, aunque positiva a escala local, en realidad no es fácil de replicar. Se puede hacer, pero para ello se necesita disponer de un número de personas –que han posibilitado que en el barrio referente exista lo que haya llamado la atención en los otros barrios– que no es fácil de conseguir.
Entonces se producen concentraciones de militantes en ciertos barrios en detrimento de otros. Esto tiene sus riesgos de ghettización, de caer en el nacionalismo de barrio o «barrionalismo» que consiste en poner todos los esfuerzos en un solo territorio mientras se abandonan los demás a su suerte. No es fácil, dada la correlación de fuerzas existente, tener gente suficiente en todos los barrios pero la extensión territorial debería ser una prioridad de los movimientos anticapitalistas; al menos después de conseguir que funcionen las cosas en un barrio.
Sin embargo una vez que se ha alcanzado una buena incidencia social en un barrio determinado, aparece una crisis del movimiento, en tanto que no es capaz de seguir creciendo o extendiendo su influencia. Esto se da por que no es posible articular mayorías sociales exclusivamente basándose en «lo social» y ni mucho menos en lo vivencial. Las mayorías sociales se generan a partir de lo político y lo cultural, entendido de forma gramsciana como cambio de paradigma. Entonces se pone de manifiesto una de las principales carencias de los movimientos de barrio, y es que les falta esta vertiente política. No me refiero a el partido del barrio, sino a entidades que consigan legitimidad ante la población y que vayan disputando la gestión y el control del barrio a las instituciones del ayuntamiento.
Para mí la clave está en lograr pasar de un entorno basado en centros sociales y movimientos sociales a unos contrapoderes de pequeña escala que vayan creando esos organismos legítimos que pueden ser asambleas populares, asociaciones vecinales o bien grandes ateneos populares. El caso es que la población organizada debe intentar gestionar equipamientos públicos, o al menos intentar participar de la toma de decisiones en pie de igualdad con las instituciones del estado en tanto que organismo legitimado debido a sus luchas populares previas. Eso es generar un contrapoder vivo y no dependiente de los ritmos militantes del barrio. Se tiene que buscar la estabilidad debido a un continuo relevo generacional formando la nueva militancia en las experiencias de las anteriores generaciones impidiendo una ruptura o un olvido del relato de luchas.
No obstante, el contrapoder tampoco garantiza nada en sí. Lo construido un día se puede erosionar con el tiempo. Se trata de un medio para acercarnos a la sociedad que pretende el anticapitalismo, que en palabras sencillas es a socialización de la economía y su gestión directa por parte de la población. Pues bien, el contrapoder sirve para arrebatarle el poder al estado, en tanto que a más poder real tenga el barrio, menos cosas controlará el ayuntamiento. Y al revés el ayuntamiento se deberá adaptar a las reglas que impongan los barrios. Incluso lo hará para no perder votos.
Pero veo un problema aquí, y es que la hegemonía cultural actual está en manos del capitalismo. Que las plazas de nuestro barrio estén llenas y que las calles bullan de proyectos no garantiza que la gente siga con su vida cotidiana dentro del capitalismo. En este sentido hay que disputar esa hegemonía y ganarnos a la mayoría social, esa que sólo se moviliza una vez al año, o esa que hoy en día es totalmente favorable al capitalismo neoliberal. Se puede disputar mediante lo cotidiano, a base de participar en la cultura popular, en las fiestas alternativas o bien hacer nuestras las fiestas de los barrios, a base de participar en el deporte base o en otros actos y espacios de socialización. Pero se tiene que disputar en todas las facetas de la vida.
Y aún así nos faltará otro medio a disputar que es la cuestión política. No podemos permanecer en lo social permanentemente por que algún día algún partido político puede copiar nuestro discurso y cooptar a parte de la militancia social y después hacer y deshacer lo construido. Se necesita que la militancia activa tenga en la cabeza un proyecto de país, y no sólo de barrio, un modelo social al que aspirar. Y este modelo no se puede crear con ideología, sino con proyectos concretos de barrio, de ciudad y de país.
Para esto sirve organizarse políticamente: para poder llegar a este modelo social a construir desde abajo y en confluencia con otros sectores del pueblo organizado ya que hay espacios que trascienden los márgenes del barrio. Por ejemplo el modelo educativo y el movimiento estudiantil va más allá del vecindario. También la sanidad, el modelo de vivienda, el modelo energético, el mundo rural, la soberanía alimentaria y el mundo del trabajo. Si nos organizamos políticamente es para llegar a ese modelo social futuro tendente a la socialización y hacia la libertad y sólo lo haremos si trabajamos en conjunción con todos estos ámbitos.
En resumen, el barrio es un campo de militancia muy interesante capaz de conseguir un entorno simpatizante a las ideas anticapitalistas y libertarias. En cuanto se logren unos mínimos (es decir, que existan unos movimientos sociales, que éstos formen una mesa coordinadora de movimientos, que existan ateneos o centros sociales) se debe pasar a una fase de creación del poder popular, que puede ser tanto simbólico (hegemonía cultural) como tangible (contrapoder político-social). Y este proceso debe florecer en muchos otros lugares para no morir de aislamiento. La dispersión y el aislamiento matan toda oportunidad de que nuestras ideas puedan trascender.
No sólo esto, sino que también el poder popular de los barrios debe confluir con los demás procesos de luchas colectivas que producen empoderamiento y un empuje hacia un mundo nuevo. Pero para que todo ese gran esfuerzo colectivo esté bien coordinado y enfocado hay que generar la alternativa política que dibuje ese mundo nuevo que deseamos.
Espero sinceramente que en los próximos años podamos ver un pueblo digno que teje el poder popular para llegar a una sociedad libre, justa e igualitaria.