Existe una amplia dualidad ideológica y social, al analizar dos barrios céntricos de Madrid. Hay fuertes diferencias en cómo se visibiliza a la mujer en la vida social pública a través de pintadas, cartelería y publicidad, según la situación económica del barrio.
Una forma de evidenciar esto es realizar una comparación entre el barrio de Lavapiés y Serrano. El barrio de Lavapiés, pese a encontrarse en proceso de gentrificación, sigue siendo un barrio popular, multicultural con una fuerte presencia de la clase trabajadora en sus calles. La presencia de facciones inmigrantes, comunidades vecinales unidas y espacios sociales okupados con fuerte carácter político y de trabajo barrial, facilitan la toma de conciencia desde una posición de los “marginados”, los menos privilegiados.
En contraposición, el barrio de Serrano representa un área comercial de alto nivel económico, dirigido a una población con una posición social alta. Es una zona céntrica y cosmopolita, la población migrante que abarca es de clase media-alta, turistas y empresarios. Hay menos presencia de movimientos populares y de asociaciones vecinales.
Las dos principales formas de violencia que pueden verse son la cuestión de clase y género. Estos focos de desigualdad no siempre se manifiestan de manera explícita. Los componentes que causan desigualdad en nuestra sociedad están muy interiorizados y, a veces, pasan desapercibidos.
El término microviolencia hace referencia a formas de violencia que, precisamente por su habitualidad y cotidianeidad, pasan inadvertidas, pero no por ello son menos peligrosas y alarmantes. La partícula “micro” y su significado, es tomada de Foucault en su microfísica del poder. En ella, la entiende como aquello que es capilar, casi imperceptible, aquello que se ha naturalizado y aceptado. Micro no significa, por tanto, pequeño, sino normalizado y poco perceptible, incluso para quienes los sufren. Las microviolencias son formas y modos larvados y negados de abuso e imposición en la vida cotidiana. (Bonino, 2004)
Estas formas de violencia vienen dadas de desarrollos histórico-culturales que han fomentado la creación de desigualdades entre las personas por cuestiones económicas y de género. Relegando a las mujeres a un segundo plano social, y a la clase trabajadora al mantenimiento de los privilegios de las clases dominantes, mediante la venta de su fuerza de trabajo. Dentro de la clase obrera, las mujeres somos doblemente marginadas por nuestro género y situación económica. Con el tiempo estas posturas ideológicas han sido aceptadas e interiorizadas de forma que se han seguido reproduciendo a lo largo de los años.
Desde las instituciones y la cultura popular, se nos inculcan valores que fomentan estas ideas. Nos hacen creer que lo ideal es trabajar duro para producir y acumular beneficio económico y material, para poder aspirar a una posición social más alta[1]. Nos inculcan que para ser una buena mujer lo primero que debemos aprender son los cuidados del hogar y sus miembros y, después, todo lo demás. Además de estas funciones, la mujer es valorada sobre otros parámetros que evalúan su apariencia física de forma que pueda resultar deseable para los hombres[2]. Sin embargo, siempre ha habido sectores sociales, generalmente procedentes de las áreas menos favorecidas que han reaccionado ante estas “verdades” culturales, creando un diálogo de poderes contrapuestos.
A veces, la reivindicaciones llevadas a cabo por los sectores menos privilegiados, consiguen romper la barrera de lo culturalmente aceptado y extender sus reclamas al resto de la sociedad, consiguiendo que sean aceptadas y convirtiéndolas en nuevos valores culturales.
No existe un término que comprenda en sí mismo la amplitud de las microviolencias de clase, o económicas. Sin embargo, sus consecuencias pueden apreciarse si se pone atención en lo cotidiano. La televisión, la radio e incluso las vallas publicitarias, nos bombardean constantemente con modelos y estereotipos sociales que muestran el ideal a alcanzar: una situación económica que no sea inferior a la de clase media, productos que puedan darnos la apariencia de pertenecer a ella sólo con su consumo, cuya propiedad revalorice nuestro propio estatus personal.
La violencia machista “invisible” es denominada bajo el término de micromachismo. Este término fue acuñado por primera vez por el terapeuta argentino Luis Bonino, en 1990. Hace referencia a comportamientos que buscan reforzar y legitimizar el estatus masculino sobre la mujer. Son comportamientos invisibles y ante los cuales la gente no reacciona porque los considera naturales. “Hacen un daño sordo y sostenido a la autonomía femenina que se agrava con el tiempo” (Bonino, 2004).
Bonino clasifica los micromachismos en cuatro tipos:
-Utilitarios. Se producen principalmente en el ámbito doméstico y en la asimilación de roles de cuidadora. Se alude a las capacidades naturales de la mujer para llevar a cabo estas tareas.
-Encubiertos. Intentan imponer de manera sutil las “verdades” masculinas, anulando la voluntad femenina y ejerciendo una gran presión psicológica, mediante silencios, manipulación, ninguneo, paternalismo y caballerismo.
-De crisis. Surgen cuando la balanza de la desigualdad en la relación sufre variaciones haciendo que el hombre pierda parte de su posición privilegiada. Puede producirse por un empoderamiento de la mujer o una situación de debilidad del hombre. Los factores que lo desencadenen puede ser la toma de conciencia de ella o un cambio en la gestión económica (pérdida del trabajo de él que le otorgue el papel de sustentadora principal a ella ganando libertad económica en detrimento de la dependencia del hombre), entre otros motivos.
-Coercitivos. Afectan a la forma de disponer y disfrutar del tiempo y el espacio. Generalmente la mujer cede en pos del hombre, quedando reducida su situación personal respecto a la de él. Para ello, el hombre se suele servir de chantajes o amenazas, juegos psicológicos que limiten y restrinjan la libertad y la fuerza personal de la mujer.
Ana Delso advierte de que la fuerza ejercida por el sistema social y su hegemonía de poder es excesivamente fuerte y por ello es tan importante luchar contra sus formas de opresión, generando múltiples referentes de lo que significa ser mujer -y persona-. En el mundo en el que vivimos los estereotipos que se nos presentan de la mujer son, de un lado el de una profesional no excesivamente ambiciosa, con pareja e hijos, a quienes cuida principalmente ella, como puede verse en la imagen de la nueva campaña publicitaria de Bankia; por otro lado, una mujer cuya ambición es la del consumo de bienes materiales como ropa o joyas. En estos casos no se hace referencia alguna a las capacidades laborales de la mujer, sino sólo a su espíritu infantil de consumo y, en muchas ocasiones, se deja intuir que esta actitud es “soportada” por los hombres que las mantienen, de manera paciente.
Sin embargo, cuando se trata de referirse a la actitud de consumo de un hombre, generalmente se dejan ver atisbos de su serenidad, su capacidad de elegir de manera racional (no emocional, como sí que pasa con la mujer). Los hombres nunca aparecen como dependientes económicamente de la mujer. Todo esto también se deja ver en su vestimenta. Mientras que los hombres siempre aparecen bien vestidos y elegantes, las mujeres, sea para vender el producto que sea, siempre aparecen vestidas para insinuar y dejar visible su cuerpo. La mujer es ofrecida como un cuerpo y el hombre como el aparato racional y controlador[3].
Estas formas de publicidad están normalizadas y ofrecen un división de roles de género que promueve la desigualdad social en todos sus niveles. Siendo una herramienta del sistema capitalista y patriarcal, provocan diferentes grados de malestar y daño sobre la autonomía personal de las personas, que no se ven representadas por dichos estereotipos y que no pueden alcanzarlos, creando incluso patologías psicológicas y alteraciones en la personalidad.
Como he señalado antes, muchos movimientos y asociaciones han ido surgiendo en respuesta a esta violencia normalizada, para contraatacarla y defender la autonomía personal. Estas respuestas pueden provenir de individualidades que toman conciencia o como colectividades organizadas. La forma en que estas respuestas se manifiestan no siempre está clara y desde luego no es visible en todos los espacios.
Podemos ver que la respuesta en barrios cuya población es mayoritariamente popular, con una fuerte base obrera, alto índice de población migrante, como es Lavapiés, tiene una capacidad de respuesta mucho mayor que otros barrios como Serrano. Además la oferta social y cultural de Lavapiés atrae a grupos de población jóvenes, y la cooperación vecinal hace que sea un barrio fuerte. También hemos podido observar que en esta zona de Madrid se encuentran espacios dedicados a la conciencia política donde la temática de género y clase, junto con el racismo y el animalismo tienen un gran peso. No obstante, se puede ver que incluso en este barrio la norma social de violencia machista (principalmente) se sigue reproduciendo y siente amenazados sus privilegios, por lo que intenta reafirmarse en su superioridad moral[i].
En el barrio de Serrano, sin embargo, no es fácil encontrar ninguna señal evidente en respuesta a la microviolencia legitimizada del sistema capitalista y heteropatriarcal. Esto refleja claramente cómo en las áreas cuyo nivel económico es superior, la estética se guarda con mayor celo. A parte de la publicidad y las exposiciones de los escaparates, que contienen un alto contenido de mensajes simbólicos machistas y de perpetuación de los privilegios de las clases económicas dominantes, no encontramos ninguna pintada, cartel o señal del tipo que fuera que se opusiera a esta forma de violencia.
Es importante combatir las microviolencias porque muchas veces no somos conscientes de los resultados negativos reales que tienen para nosotrxs. Sus “microefectos” acaban reproduciendo comportamientos nocivos hacia nosotrxs mismxs y las personas que nos rodean. Afectan a nuestra manera de entender nuestro cuerpo, nuestras relaciones, los espacios que ocupamos y nuestro lugar en la sociedad.
Es importante extender los espacios de lucha y reivindicación, para promover una mayor concienciación social que permita la destrucción de las microviolencias. Erradicando las microviolencias que ejercen de raíz soterrada de la “gran violencia”, será más fácil desestabilizar el sistema de jerarquías hasta que quede anulado.
BIBLIOGRAFÍA:
Bauman, Z. (2000). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Barcelona: Gedisa.
Bonino, L. (noviembre de 2004). Los micromachismos. La Cibeles(2), 1.
Delso, A. (s.f.). Micromachismos, un omnipresente machismo silencioso y sutil. Lula Ink. Comunicación Consentido, 5.
Inés Roca, M. O. (Dirección). (s.f.). Traballo micromachismos pintadas [trabajo documental].
J.L Molina, H. Valenzuela. (2006). Invitación a la antropología económica
[1] Un buen ejemplo de ello es la tienda de la calle Serrano llamada Aristocrazy, sólo con su nombre nos incita a tener que pertenecer a una clase social elevada, para poder comprar en su establecimiento y, además, para poder ser reconocida socialmente.
[2] El estereotipo de mujer que se vende responde siempre a los deseos masculinos, asumiendo que una mujer deseable, un cuerpo de mujer deseable, es aquel que responda a los parámetros de valoración masculina. Para ajustarse a estos parámetros se deben consumir ciertos productos de lencería y moda además de innumerables productos de belleza. Se aprecia claramente en las imágenes publicitarias de productos dietéticos de las farmacias o de belleza en establecimientos como Bodybell, entre otras muchas.
[3] Puede observarse en la caracterización serena y el buen porte del hombre en anuncios con relojes (medida de tiempo, fácil alusión al ideario común de “el tiempo es oro”), y la caracterización de la mujer engalanada de joyas, las cuales muestra con un generoso atuendo que deja ver perfectamente su cuerpo. También en anuncios donde el hombre es el sujeto pensante y capacitado que resuelve los problemas de la mujer.