La palabra política no es una palabra vacía, hacemos política en la medida en la que problematizamos el modelo de organización social imperante y nos implicamos activamente en cambiarlo o en crear alternativas. En el debate sobre la atomización del anarquismo surgió la pregunta de por qué sabemos de muchos colectivos y compañeras (de movimientos vecinales, colectivos de barrio, proyectos de economía social, de transición, etc.) que no participaron del encuentro del libro anarquista. En ese debate se puso en cuestión las identidades del anarquismo y las diferencias entre una identidad más «dura» u ortodoxa, con unas fronteras claras, y una identidad «blanda» que se posiciona en función de objetivos y planteamientos más concretos.
Para incidir en la sociedad (con una voluntad política) es necesario insertarse en ella y es evidente que esta, al igual que nosotras mismas, está mediada por el capitalismo y reproduce sus valores neoliberales, patriarcales, individualistas, etc. Para conseguir una inserción social es necesario disputar desde nuestros discursos espacios públicos. Ello nos exige la capacidad de cabalgar las contradicciones que vivimos en un constante proceso de construcción personal y común, y entre la teoría y la práctica.
No negamos la necesidad de cambiar nuestra forma de relacionarnos ni tampoco negamos que la vida cotidiana sea un espacio desde el que crear otro mundo. Pero reivindicamos que solo es revolucionario cuando supone un compromiso continuo contra el orden social en el que vivimos. No es posible cambiar los imaginarios sociales a golpes de decretos pero, aun en grupo, no se puede dar la espalda al contexto que limita los cambios a pequeña escala que logramos día a día.
El anarquismo como forma de vida elige explícitamente el objetivo de vivir de la forma más coherente posible con sus grupos de afinidad abandonando el proyecto de cambiar el mundo. La responsabilidad de convencer, en lugar de asumirse como un compromiso militante sano, se rechaza de plano. Esa elección me suena a rendición frente a la derrota de la historia, lo que nos lleva a concebirnos como individuos en abstracto, desligados de la historia que nos trajo al mundo y de la que estamos por construir. Supone, en definitiva, asumir como propios los postulados individualistas de la ideología liberal que atomiza nuestra sociedad. Desde ese anarquismo individualista es fácil mirar por encima del hombro a quien no se ha deconstruido, a quien come carne o a quien no se solidariza con las huelguistas. Pero se hace desde el cómodo sectarismo de la élite que no cae en contradicciones a costa de no disputar espacios al capitalismo. Otra consecuencia del individualismo que mamamos en el sistema capitalista, es la cerrazón del movimiento en torno a discursos, debates y prácticas hechas por y para las personas que se identifican como anarquistas.
Con esto no quiero decir que todo valga, no podemos dejar de lado los fines más radicales pero los medios que elijamos no pueden convertirse en un fin en si mismo.¿Ser radical es replegarse en utopía individual que salva nuestras contradicciones? En ese último caso quedan vacíos de contenido político, porque «si estáis rodeados de esclavos, aunque seáis su amo, no dejáis de ser un esclavo»i.
La carencia de un análisis histórico del presente nos lleva a no asumir la situación de derrota de la que partimos. De ahí que planteemos discursos grandilocuentes que no anclan en realidades concretas y suenan desfasados en una época en la que nuestro deber es el de acumular fuerzas. Hemos de desarrollar y difundir la idea más allá de nuestros espacios para forjar condiciones que posibiliten una revolución. A la vez que damos espalda a esta realidad, parece que la aceptemos en la práctica con un derrotismo descorazonador. Descorazonador porque parece que los ideales socialistas ya no pretenden cambiar la historia, sino estructurar una ideología que nos permita limpiarnos la conciencia con una burbuja individual de libertad burguesa. Entonces veo como el anarquismo como forma de vida encaja dentro de los esquemas de lo admisible en la dictadura neoliberalii ya que no se propone cambiar el curso de su historia.
Veo a estas sensaciones de desesperanza y pérdida de referencias emerger cíclicamente en el entorno porque la perspectiva que asumimos como movimiento no nos permite poner sobre la mesa preguntas encaminadas a construir un horizonte común para la humanidad y los ecosistemas, para nuestra sociedad. Plantear de forma concreta a qué aspiramos es necesario para orientar nuestra acción política. Sabemos que este aterrizaje en la práctica es un sendero que nos obliga a mirarnos cara a cara con las contradicciones de este sistema, pero de verdad creo que merece la pena transitarlas. Es justamente en ese camino en el que construimos un futuro mejor para todas.
La organización formal aparece como necesaria, no con la voluntad de plantear la unidad de acción, pero sí como un paso adelante en el compromiso político de las revolucionarias en pos de cambios en la sociedad y el mundo que vivimos. Supone llenar de nuevo de contenido la palabra política.
iBakunin, M. Dios y el Estado.
iiBookchin, M. Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insalvable.
Álvaro, militante de FEL