Desde los albores de la crisis, hasta los días más recientes, los diferentes sectores de la sociedad han venido sufriendo un conjunto de agresiones en forma de políticas neoliberales, que han hostigado a las clases populares y que además han torpedeado las distintas posibilidades de la articulación de un movimiento fuerte capaz de enfrentarse a estas.
Tras estos años de combatividad, por suerte o por desgracia, el trabajo político de los sectores golpeados, ha sido siempre de tipo “trinchera”, con este término me refiero a que debido a la coyuntura que hemos y estamos atravesando, solo nos ha permitido movernos en el plano defensivo, en el que nos teníamos que proteger de sus políticas y de sus agresiones y en el que las victorias se resumían en conseguir una disminución en la intensidad de estas, o en el mejor de los casos, su paralización. Decía por suerte porque haciendo un análisis de lo que han sido estos últimos años, el paraguas que hemos construido entre los movimientos sociales, no solo nos ha servido para protegernos de sus lluvias políticas, sino que por suerte, hemos sido capaces de construir unos canales de confluencia, de comunicación, que más temprano que tarde, nos pueden y deben servir para darle la vuelta a la tortilla. Cuando hablo de “dar la vuelta a la tortilla” hablo de cambiar el eje de defensa hacia un modelo propositivo, de creación de alternativas y, por qué no, de formación de espacios o instituciones por y para los movimientos sociales.
Es crucial para este hecho, avanzar hacia un posicionamiento político alejado de identitarismos, y apostar por el potenciamiento del activismo en su conjunto, con el fin de configurar un movimiento amplio tanto en el sentido de “masas”, como (y casi más importante) en el de altura de miras, capaz de ejercer desde una postura revolucionaria, el dictado de alternativas, que posibiliten una transversalidad (entendida como alianzas fuertes entre sectores de la población) en pos de unos avances en el discurso que nos permitan pugnar por victorias reales y formar así un contrapoder con propósitos de construir hegemonía (no de un imaginario libertario) enfocada en el fortalecimiento de las estructuras sociales de movilización popular.
En este punto nos encontramos un conjunto de personas militantes de distintas organizaciones libertarias, antiautoritarias o como nos queramos etiquetar, y no solo creo que sea una situación única de las organizaciones, sino que afecta a un conjunto de ideas que se veían reflejadas en un imaginario anarquista y que ahora se encuentran en una situación que las obligan a posicionarse ante dos escenarios distintos.
Por un lado, y como muchas ya hemos vivido durante algunos años, las distintas dinámicas que se dan en las variadas organizaciones que se aproximan a este ideario, lejos de intentar proyectar una manera de entender la política, la solidaridad o el apoyo mutuo, nos hemos y se han salvaguardado estas riquezas políticas para el conjunto de la organización, para autoreafirmarse y saber que nosotras, en nuestro purismo y sabiduría total, sabremos cómo destruirlo todo y comenzar, sin saber o sin reconocer que en la coyuntura social actual (no movilizada), votar a Podemos es un acto revolucionario y sin pensar siquiera que nuestra confluencia con el mundo exterior y nuestra inserción social tiene más de constructivo y de poder popular con un posible mayor reflejo social que cualquier postura marginal que nos pudiera mantener calentitas a la luz de nuestro grupo de afinidad.
Por otro lado, y definiendo el segundo escenario, las organizaciones tienen la oportunidad de realizar un giro de 180º, mirarse hacia afuera en vez de hacia dentro, para ver así, como una apuesta o un salto, la capacidad de transformación que puede poseer la confluencia, la transversal, y el bajar al barro, para mancharse y sacar trabajo. En este escenario, debemos situarnos en pos de potenciar los movimientos sociales, el tejido vecinal, y demás estructuras sociales con las cuales sepamos que un existo de estos, es un éxito para el empoderamiento de la clase popular y la configuración de un pueblo fuerte capaz de disputar y de ejercer de verdadero contrapeso. Está claro que es la opción dura, la de darse contra muros, la de no estar de acuerdo con las demás personas, la opción de disputa, la de las contradicciones, pero si nos agarramos a un razonamiento sencillo y lógico como es el de ensayo y error, llevamos muchos años a la deriva, errando en algunas cosas, en otras no, pero sin ser capaces de ganar, de formar algo fuerte, estable y alternativo. Por qué no apostar por algo “arriesgado” y probar.
Ahora, ¿qué nos jugamos con esto? Si en algo podemos estar todas de acuerdo, es que el tranquilo escenario de lo que es el régimen del 78, a partir de las movilizaciones del 15M, se ha visto alterado, apareciendo grietas en sus cimientos. Este hecho llevó a las casas y a las calles el debate de la legitimidad de los políticos, del sistema actual de “democracia”, el debate sobre el modelo capitalista… todo esto permitió formar un tejido movilizador y social potente, que a mi parecer, debido a la falta de éxitos (ingrediente máxime para nuestra propia motivación) se ha ido diluyendo por agotamiento. Esta situación como sabemos, ha sido capitalizada por las nuevas formaciones, partidos, que han sabido (y aunque nos pese decirlo, de forma brillante) devolver ese debate a las casas y esa ilusión de la gente por la política. Por eso digo que nos la jugamos, porque a mi parecer, el escenario de disputa que se formó con la aparición de Podemos, no vino acompañan o no hubo una respuesta de los movimientos sociales en cuanto a formación de una estructura capaz de formar un contrapoder que permitiera tener en tensión a estas nuevas formaciones. Por ello, lo que creo que nos jugamos en la elección de ese segundo escenario que relataba antes, es la capacidad de intervención social, la capacidad de marcar la agenda política, la capacidad de reapropiarnos de términos como “lo colectivo”, “poder popular”, “democracia”, “socialismo”, “libertario”, términos que están en los escenarios de debate y que no estamos sabiendo ganar. En definitiva, creo que nos jugamos el participar o no en esas gritas de ese régimen del 78.
Creo que tenemos una oportunidad extraordinaria para formar un espacio movilizador, capaz de configurar una contrahegemonía propia, y que debido a las situaciones de debilidad que se están dando en la escena más institucional, como pude ver en el encuentro Desborda Madrid, sería capaz de actuar como contrapoder y desequilibrar la balanza de esos sectores hacia el poder popular.