Se acabó. Terminó el trámite. Período de exámenes finales lo llaman.
Un mes de enclaustramiento, de vida sedentaria y cavernícola, empotrado en la habitación durante horas reteniendo lo mejor posible una información dada e impuesta. ¿Dónde queda el aprendizaje?, y ya no digamos la motivación, las ganas de aprender. No existe, eso no importa. El objetivo es aprobar, pasar el trámite, alcanzar el número, la nota, que te de el aprobado.
Estudiar para exámenes finales te obliga a no realizar otras tareas, te impone centrarte y concentrarte al máximo, porque cualquier detalle importa, nunca sabes lo que te pueden poner. La incertidumbre reina. De media, el estudiantado universitario se encuentra con mínimo cinco asignaturas en un período de exámenes finales de como mucho diez días. En general, en esos exámenes finales en está en juego la nota total de la asignatura, y en el mejor de los casos sólo ese examen cuenta un 60% o 70% de la nota total. Todo o Nada en un examen final de apenas un par de horas cuando esa asignatura tiene una duración de varios meses. Los temarios de las asignaturas varían, pero de media podemos encontrarnos con unas cien páginas de apuntes para estudiar. Eso en el caso de que no haya que estudiar por manuales, los cuales oscilan entre las doscientas y trescientas páginas.
La no socialización del período de exámenes obliga a adoptar un ritmo de vida individualista, simple y muy poco flexible. La intensidad y la importancia de la tarea lo exige. De tal manera, el estudiantado en época de exámenes finales se encuentra alienado, se niega a sí mismo para someterse a la obligación de aprobar. No aprende, memoriza. No despierta su interés y motivación por formarse, se obliga a realizar una tarea que no quiere hacer e incluso detesta enormemente. No cuestiona los conocimientos y la información ofrecida, la absorbe acríticamente. La tarea viene impuesta y no responde a los intereses y necesidades del estudiantado. Las sensaciones de amargura, estrés y mediocridad son comunes en esta época. Aquí también varía la situación en función de la clase social. El estudiantado de extracción obrera a menudo se encuentra sujeto a obligaciones familiares o laborales que le impiden poder dedicarse única y exclusivamente a la tarea de estudiar a ese nivel de intensidad. Viéndose en la obligación de optar entre ambas tareas, lo cual puede resultar imposible, o conciliar todas las tareas, lo cual en ocasiones es incompatible.
Paradójicamente, durante el período de exámenes en las bibliotecas se consume tanta droga como en los botellones. Varios cafés, bebidas energéticas como Red Bull o Monster, todo tipo de sustancias estimulantes para poder sobrevivir a la obligación de dedicarse durante un mes por y para memorizar una información que se te va a olvidar en su gran mayoría en no mucho tiempo. Eso sin hablar de la importancia y calidad de esa información. Ese es otro debate. Durante exámenes, aparecen todo tipo de alternaciones y problemas psicológicos en el estudiantado: ansiedad, depresión, estrés, todo un conjunto de comportamientos que responden a la obligación de superar el trámite. Porque de lo contrario, aparece el estigma y sensación del fracaso. Porque en caso de suspenso, existe la obligación de acudir a la recuperación varios meses después para iniciar el mismo proceso, con más dificultad esta vez al sumar más asignaturas. También cabe la posibilidad de repetir, y en este caso pagar el doble, y puede que más, por volver a cursar la asignatura. Para las familias con un gran colchón adquisitivo, volver a pagar el coste de la asignatura por duplicado puede no suponer un gran problema. Sin embargo, para las familias de clase trabajadora esto puede suponer la incapacidad de hacer frente a los costes y por ende tener que abandonar los estudios. El ambiente social que rodea al estudiantado de extracción más obrera es siempre más dificultoso y se encuentra rodeado a menudo de obligaciones extra-académicas.
El aprendizaje pasa a un segundo plano. Lo importante es retener en la mente el máximo de información posible para vomitarla en el examen. Después, esa información importa poco o nada. Tu aprobado depende de que expongas esa información, no que la interiorices y demuestres prácticamente, conceptos muy diferentes. El sentido crítico es completamente ajeno al estudiantado, incluso es contraproducente y causa problemas para aprobar. Mostrarse hostil y contrario a la información que te han obligado a retener y la ideología del profesorado puede ser problemático. Por eso, delante del examen nadie se plantea ser crítico/a, prefiere asegurar. La información retenida, por el propio proceso de memorización, intenso y sin descanso, en relación directa al formato de la prueba de examen(todo a una prueba), provocan que la información retenida no se interiorice a largo plazo, perdiéndose rápidamente. Después de las pruebas de examen, existe nula o escasa continuidad con la información retenida. De tal manera, se presupone que aprobar o superar esas pruebas ya te faculta para tener una serie de conocimientos de manera relativamente indefinida. Según el caso, también te otorga un título profesional irrevocable y sin pruebas posteriores que lo acreediten.
Esta es la situación con la que se encuentran miles de estudiantes en el Estado Español en épocas de exámenes. Si la crisis es para el capitalismo la mayor expresión de su decadencia, el período de exámenes lo es con respecto al sistema educativo burgués. Para estudiar un fenómeno de la manera más clara y explícita, es preferible abordar la parte más avanzada de un fenómeno(en este caso el período de exámenes en el marco del sistema educativo)
En definitiva, el sistema educativo burgués, clasista por su formato, no colabora a formar íntegramente al estudiantado: obliga y somete, aliena y desmotiva, bloquea y anula el sentido crítico y plantea los conocimientos y la formación de manera metafísica, no existiendo un proceso formativo flexible, completo y de continuidad. Se guía por fetiches como la nota y el aprobado, indicadores simbólicos que no responden a un aprendizaje real e interiorizado.
La sociedad necesita una educación humana, completa, enriquecedora y al servicio de sus necesidades. Para que esto pueda hacerse realidad primero hay que transformar el sistema socieconómico capitalista que propicia estas formas de vida. Y para transformar el sistema, una de las tareas fundamentales es fomentar métodos, contenidos de estudio y de formación revolucionarios y radicalmente diferentes a los actuales. Porque APROBAR, NO ES APRENDER.
Enero 2017,
Ernesto García