Después de semanas y meses de actividad en las instituciones del régimen del 78, y tras varios días de la sonada moción de censura presentada por Unidos Podemos, la aritmética parlamentaria sigue siendo la misma. Todas las fichas que defienden un cambio progresista desde las instituciones del régimen siguen cerca de la casilla de salida y tampoco las encuestas vaticinan grandes cambios a pesar de las maniobras tácticas de todos los partidos.
El inmovilismo parlamentario del PP contrasta con su actividad desatada dirigida a controlar los mecanismos judiciales. Es un comportamiento digno de los herederos del franquismo, que no tienen problemas en actuar como una banda mafiosa y menos cuando, como ahora, se encuentran asediados por su corrupción. Rivera y los suyos siguen cumpliendo su papel de sostenedores del régimen del 78 allí donde tienen presencia, apoyando al bipartidismo y ejerciendo de ariete contra la izquierda parlamentaria. Sus pobres malabares argumentales para vender como responsabilidad de estado las traiciones constantes a su programa y a sus promesas no parece que les estén costando demasiado.
En el caso paradigmático del PSOE, Pedro Sánchez vuelve a gobernar un partido que estuvo a punto de hundirse en manos de su ala más conservadora. Una vuelta al día de la marmota que nos deja la buena noticia de que la mayoría de simpatizantes socialistas ya no comulgan con El País, Felipe Gonzalez y demás altavoces del poder. Al menos eso. Las próximas reuniones anunciadas con Cs y UP no parecen ser más que confeti para legitimarse ante su militancia y distraer la atención. Aunque el anunciado giro a la izquierda pueda ser utilizado para arrancar alguna concesión mínima, el PSOE no va a moverse de su agenda neoliberal.
Por su parte, Unidos Podemos presentó una moción de censura que ha tenido atareados durante semanas a los medios de comunicación, mayoritariamente reaccionarios, que han vertido acusaciones y ataques de todo tipo. Una actividad frenética de derribo para una propuesta bastante inocua, lo que da muestras de la oposición que genera UP y, al mismo tiempo, de la debilidad mediática de la izquierda, que fuera de internet carece de medios de comunicación afines. Lo cierto es que la moción ha servido poco más que para marcar posiciones en la oposición parlamentaria y demostrar el machismo insoportable del PP. Tampoco se ha cumplido el objetivo declarado de “cavar trincheras en la sociedad civil” utilizando la iniciativa como elemento movilizador.
A sabiendas de que la propuesta de moción de censura dificilmente prosperaría en el parlamento, UP planteaba esta propuesta como un reclamo para la movilización popular. Sin embargo, la movilización no se construye a toque de corneta. Menos aún cuando buena parte de los efectivos de los movimientos sociales de los últimos años se encuentran entretenidos trabajando en instituciones posfranquistas. Lo cierto es que, a pesar de una menor proyección mediática, construyen más movilización los pasos efectivos dados en dimensiones distintas a la actividad parlamentaria, como es el caso de la ocupación de La Ingobernable en Madrid: participación frente a la pasividad y esperanza frente a la frustración.
En este sentido, la imagen de Podemos pactando la moción de censura con los sindicatos entraña una reflexión. Hay un grave problema de organización popular cuando son los sindicatos del régimen, plenamente integrados desde los pactos de la Moncloa, los principales interlocutores de la sociedad civil para la izquierda parlamentaria. ¿Qué organizaciones aparte de la PAH pueden jugar ese papel? ¿Qué necesitamos para fomentar esas organizaciones, para impulsarlas y legitimarlas? Esa pregunta es la que deberían realizarse aquellas propuestas que, como La Ingobernable y otras, quieran convertirse en vectores de construcción de poder popular.
Los escándalos judiciales de los últimos meses están retratando a algo más que al PP. Están retratando las formas de la dictadura económica que nos gobierna. Podemos lo ha llamado trama. Se trata de la élite oligárquica que, más que parasitar las instituciones, las dirige y controla, principalmente porque las diseñó a su medida. Sin mecanismos de participación popular, sin organizaciones fuertes de trabajadoras y trabajadores que funcionen como contrapoder efectivo y no como correa de transmisión vertical, no es posible hablar de democracia. Para ello, es fundamental actuar como pegamento de lo social. Aglutinar y organizar han de ser algo más que palabras. Han de ser hechos para la construcción de un proyecto comunitario de institucionalidad propia que, además, dispute la gestión de instituciones como los servicios públicos. Quienes apostamos por la democracia socialista tenemos por delante el desafío de concretar ese proyecto y echar de una vez a la mafia capitalista que nos gobierna.