La ciudad alemana de Hamburgo está situada en la parte septentrional del país, y cuenta con alrededor de dos millones de habitantes. Está atravesada por el río Elba, que desde su desembocadura hasta Hamburgo es navegable a lo largo de 100 km, incluso por barcos grandes. Esto convirtió a la ciudad hace ya siglos en un puerto comercial importante hacia el mar del Norte, y actualmente es el segundo con mayor tráfico en la Unión Europea, solamente superado por el de Rotterdam, en los Países Bajos. La función portuaria de la ciudad han potenciado el crecimiento de barrios eminentemente obreros como el de Sankt Pauli, con una tradición de lucha y comunitarismo muy relevante.
Hamburgo acogió el pasado fin de semana la reunión del G20, conocido así al grupo de diecinueve potencias mundiales más la Unión Europea, que reúne regularmente a jefes de Estado o gobierno, presidentes de bancos centrales y ministros de finanzas. Habitualmente deciden a puerta cerrada temas relacionados con el sistema financiero internacional, siendo ya habitual desde hace poco menos de una década que programen cumbres anuales o bianuales en alguna ciudad del mundo que acoge dicha reunión de altos mandatarios.
La duodécima reunión celebrada por las principales potencias industrializadas y emergentes ha estado marcada por unas multitudinarias movilizaciones populares y revolucionarias contra el sistema capitalista y las violencias que este engendra, y que ha tenido un impacto mediático destacable. Sin embargo, es difícil encontrar análisis veraces en los medios de comunicación convencionales que nos resulten útiles al pueblo trabajador para entender el porqué de las protestas, y mucho menos encontrar una información que no criminalice las manifestaciones llevadas a cabo.
Un compañero que fue a Hamburgo este pasado fin de semana a manifestarse nos ofrece algunas claves de lo que sucedió y que no nos contarán en la televisión:
Las fronteras fueron intensamente controladas por la policía alemana, incontables vehículos fueron parados y sus miembros identificados aleatoriamente en base a simples sospechas, añadiéndose sus identidades a una base de datos europea que manejan los países posteriormente para controlar a activistas anticapitalistas. Personas que se supieran relacionadas o sospechosas de activismo de izquierdas fueron vetadas de ingresar en el país. A aquellas personas vetadas de acceder se les entregaba una carta calificándoles de “amenaza para la nación” y explicándoles las nefastas consecuencias si intentaban entrar de nuevo.
Los extranjeros en general han sido un blanco permanente para la criminalización de la legítima protesta. Los medios de comunicación culparon repetidamente que los disturbios en la ciudad fueron creados por personas extranjeras, fundamentalmente de países del sur mediterráneo. De ahí la continua persecución a todo aquel que no pareciese físicamente alemán.
La tarde del jueves la manifestación bajo el lema «Welcome to hell», iniciaba las movilizaciones oficiales contra la cumbre del G20 y mostraría el hartazgo de decenas de miles de personas contra los altos mandatarios que comenzaban a llegar a la ciudad de Hamburgo. Sin embargo, la manifestación fue temerariamente atacada por la policía alemana al poco de comenzar esta gran marcha bajo la excusa de que un grupo de manifestantes llevaban la cara tapada, un hecho que es ilegal en ese país. La represión realizando una pinza con varios escuadrones de policías, gases lacrimógenos y camiones que lanzan chorros de agua a gran presión pudieron provocar una terrible desgracia al acorralar a varios cientos de personas en una zona sin salida, de la que tuvieron que escapar trepando un muro y unas barandillas peligrosamente.
En la noche del viernes Alemania entró en un equivalente a estado de emergencia, esto permitió movilizar a unidades armadas en las calles, fueron mediadores relacionados con el espacio social okupado Rote Flora, sobradamente conocido y frecuentado en la ciudad, quienes evitaron una auténtica masacre en esa noche. Los cuerpos armados de la policía militarizada querían sangre e incluso llegaron a poner bajo la mirilla a vecinos que simplemente grababan desde sus casas la ocupación militar de las calles. La totalidad del dispositivo policial ha ido orientado a criminalizar y fichar a los manifestantes presentes en las movilizaciones como principal objetivo. Edificios como el Ayuntamiento de Hamburgo estaban sin apenas protección, mientras barrios populares estaban asediados por la policía hostigando a los activistas. Si hubiera habido una intención de protección o defensiva, la distribución de fuerzas hubiera sido la opuesta, por lo que el dispositivo era claramente intimidatorio y buscando provocar consecuencias fatales. La presión a los manifestantes y la generación de un estado de miedo permanente ha sido especialmente criminal, ni siquiera las personas en campamentos legales se han salvado de desalojos, detenciones e identificaciones.
En la noche del sábado, después de la gran marcha internacional contra las fronteras en el mundo y que contó con una notable presencia de activistas kurdos, la policía entró violentamente a la calle principal donde se encuentra el centro okupado Rote Flora, sin dar tiempo ni lugar de escapatoria. Cientos de personas estaban allí, relajadas, hablando, bailando o tomando algo tras un largo día de protestas. El desalojo fue un acto de provocación y de violencia como estrategia para continuar causando daños a los activistas. Da la sensación de que se buscaba una reacción virulenta por parte de los allí presentes para justificar una masacre contra los mismos. Además, poco más de dos decenas de nazis estuvieron presentes durante todo el sábado, buscando bronca y atacando por la espalda, es decir, actuando como una fuerza parapolicial. Ha habido seguimientos e intervenciones de vehículos a la salida de Hamburgo de forma general e indiscriminada. En un momento dado, los manifestantes han estado atrapados entre quedarse en los campamentos o abandonar la ciudad el mismo domingo con el peligro que ello implicaba.
Este relato vivido en el lugar de los hechos nos hace ser conscientes de lo auténticamente criminal que ha sido la represión contra las movilizaciones revolucionarias. Han dispuesto un espacio para arrasar con los activistas de izquierda a toda costa y vender titulares favorables a los intereses capitalistas en los medios de comunicación. Las actuaciones policiales se saldaron con cifras de difícil confirmación exacta pero en torno a un millar de personas heridas, muchas de ellas hospitalizadas, y alrededor de quinientos activistas detenidos/as. Para otros/as muchos/as ronda ahora por su cabeza el temor de que las próximas semanas sigan ejerciendo una fuerte represión tanto en Alemania, como en otros países de donde han identificado a activistas.
Sin embargo, todo lo anterior no ha servido verdaderamente como esperaban. Más allá de querernos dividir estos medios de comunicación entre manifestantes buenos y malos, el objetivo de las movilizaciones contra el capitalismo era bastante claro. Si creen que pueden utilizar un espacio urbano que pertenece al pueblo trabajador que ha erigido esas ciudades, como lugar donde reunirse tranquilamente para decidir el futuro de todos los trabajadores y trabajadoras del mundo están completamente equivocados.
Día a día este sistema capitalista está sembrando odio, y este fin de semana pasado ha recogido la rabia que germina entre la clase trabajadora y en la juventud. Una rabia con un potencial constructor importantísimo, que aprovechamos diariamente para generar alternativas pacíficas posibles a un sistema económico, político y social inhumano. Pero este pasado fin de semana las miles de personas que se acercaron a Hamburgo a manifestarse, legitimados por el sufrimiento provocado al pueblo precarizado que no llega a fin de mes, bombardeado irremediablemente en las guerras provocadas por otros, o encerrado tras las concertinas de una frontera, lograron que los altos mandatarios de los países se encontraran un poquito cerca de ese infierno que cotidianamente vivimos. Las imágenes de acciones de bloqueo y resistencia frente a los ataques policiales no son vistosas a nivel mediático, pero se entienden mucho mejor cuando sabemos que enfrente están los representantes de la generación de todos nuestros problemas sociales.
La policía perdió la batalla a nivel de inteligencia y de objetivos. Se ha demostrado la fuerza de la izquierda en Alemania, en Europa y de otras partes del mundo que acudieron a apoyar las movilizaciones. Esto abre de nuevo el camino de las movilizaciones antiglobalización multitudinarias de finales del siglo pasado y principios de este siglo, un camino que seguiremos enriqueciendo pues es la confrontación que merece el sistema global, a la par que seguiremos trabajando alternativas a nivel local. Jodeos, porque a pesar de nuestros errores y debilidades, vosotros no habéis podido.
Texto elaborado en colaboración con un activista presente en Hamburgo.
Fotografía de portada: Álvaro Minguito