En las anteriores entradas de esta serie hemos analizado el tecnooptimismo encarnado en la estética hacker; hemos hablado también del desastre relacional y humano al que nos dirige la dominación tecnológica; y, por último, entramos de lleno en las posibilidades de una futura sociedad opresiva, violenta y autoritaria. La ya ineludible crisis ecológica y social hacia la que nos encaminamos es un tema que ha recorrido el fondo de cada una de las distopías del marco cultural que hemos trazado. Este tema no aparece de manera explícita en la serie que tratamos en esta nueva entrada, The Walking Dead. Sin embargo, esta serie es el producto cultural que nos habla con mayor claridad sobre cómo determinados aspectos de la sociedad actual pueden desarrollarse ante un posible derrumbe de las estructuras sociales dando luz a un futuro distópico. Es más, lejos de plantear una crítica, TWD motiva en cada emisión nuestros impulsos más reaccionarios, animándonos a sobrevivir aceptando las consecuencias de la autoridad dictatorial, la división de tareas, la violencia patriarcal, la destrucción del medio, la violencia física y psicológica, la sumisión de quien nos amenaza… En realidad, prepara una moralidad retorcida frente previsibles crisis, una colección de valores absolutamente funcional al poder.
The Walking Dead lleva ya 8 temporadas a sus espaldas. Nació en pleno resurgir del fenómeno zombi en todas sus manifestaciones, pero ha seguido caminando una vez muertas buena parte de las expresiones que constituyeron esa moda. Lejos de mostrar signos de cansancio, hace unos años dio lugar a un spin-off llamado Fear The Walking Dead, cuya historia se desarrolla en el mismo contexto de holocausto zombi, aunque diverge por completo de la historia de los comics que inspiran a la original.
En esas 8 temporadas nos ha hablado de cómo enfrentarnos a un colapso civilizatorio, encarnado aquí en la expansión de una plaga misteriosa que convierte a las personas en fieras hambrientas. Los caminantes son seres irracionales reducidos a sus más bajos instintos, dedicados a caminar en masa hacia su objetivo y sin más capacidad para comunicarse entre sí que sus gruñidos. La descripción bien podría hacer referencia nosotros, seres humanos del capitalismo tardío, pero dado el abuso del zombi como metáfora social, será mejor no entrar ahí (muertos dentro). Lo cierto es que TWD desaprovecha en gran medida esa capacidad metafórica de sus caminantes para plantear hipótesis críticas.
Lo fundamental en la serie de los caminantes es que la verdadera amenaza no está en esos no-muertos cargados de maquillaje y posproducción; sino en las propias personas. El infierno son los otros; el hombre es un lobo para el hombre. Estas, junto a una calculada aleatoriedad a la hora de cargarse personajes, parecen ser las máximas que guían toda la trama. Lo más terrorífico es cómo se construye a partir de estos ingredientes una burda justificación del más brutal autoritarismo, con fuertes tintes patriarcales e individualistas. Atención a los spoilers: Durante las primeras temporadas un grupo aterrorizado acepta ser liderado por Rick, un sheriff texano abiertamente machista y violento (interpretado además por un actor mediocre). Lori, su mujer, es el arquetipo femenino de madre y esposa, carcomida por la culpa tras haberse acostado con el compañero de su marido, Shane, después de que este le asegurara que Rick había muerto. Rick se dedica con ahínco, violencia y asesinatos de por medio a la tarea de liderar con mano de hierro a un grupo necesitado de su tutela. Entre otras vicisitudes, Rick acaba por asesinar a Shane a sangre fría, con la excusa de que se había convertido en un amenaza para la supervivencia (sobre todo, de su ego y su autoridad). El triple salto machista posterior, por si lo de antes no hubiese sido suficiente, merece la pena ser comentado: Lori es rechazada después repetidamente por Rick, y finalmente muere en el parto de su hija Judith, cuyo padre podría ser Shane. Es decir, muere consumida por su “pecado” en un capítulo con el paradigmático nombre de “Killer within” (Asesino interior). Tras el parto y la muerte de la madre, un Rick arrepentido decide hacerse cargo del bebé. Es una forma de hablar, claro, porque los cuidados del bebé recaerán en adelante sobre cualquier mujer del grupo (excepto que, por exigencias del guión, se requiera mostrar a un Rick paternal).
Este arco argumental no es ni mucho menos la única referencia machista de la serie. El patriarcado goza de buena salud tras el apocalipsis. Desde los múltiples liderazgos masculinos de las distintas comunidades hasta personajes como Andrea, esa mujer que “no es como las demás chicas” y que, en lugar de quedarse en el campamento, sale de cacería con el resto de hombres. Uno de los escasos liderazgos femeninos que aparecen en la serie, representando un modelo político liberal, es fuertemente cuestionado por el modelo autoritario y patriarcal hegemónico en la serie, resultando este último legitimado por el desarrollo posterior de la trama.
Es el miedo a lo que hay afuera lo que justifica el comportamiento reaccionario y sumiso de la mayor parte de los personajes, el que asegura la autoridad de los fascistas de medio pelo como Rick. Una xenofobia alimentada por la trama, donde los zombis son una mera excusa. El argumento no tiene nada de novedoso, es el mismo que utiliza la derecha cuando hace uso de la amenaza terrorista para legitimar medidas racistas y de control social que perpetúan la desigualdad.
Los comportamientos de los personajes refuerzan este mensaje. Los individuos de TWD se comportan de forma egoista, irracional y ridícula cuando actúan por sí mismos. Son incapaces de cooperar. Nunca se rebelan de manera conjunta o mínimamente inteligente si no es bajo la batuta de una autoridad fuerte. Esta idea cínica y pesimista de la condición humana, que se pretende “realista”, es el sustrato del fascismo. El apoyo mutuo, la convivencia entre iguales o la misma democracia apenas tienen espacio más que como frivolidades de idealistas, mucho menos como realidades materiales fundamentales para la sociedad.
La aparición de Negan y los salvadores da alas a este mensaje con una defensa abierta del liderazgo dictatorial y violento que defiende cierto nivel de bienestar para una minoría. El poscapitalismo nos trae aquí un ascenso del fascismo. Al menos en ese sentido la serie puede funcionar como advertencia. ¿Qué ocurre cuando las estructuras sociales se desmoronan en una sociedad arruinada por el individualismo mezquino, absolutamente dependiente de fuentes energéticas decadentes y atravesada por el egoismo capitalista? Es una pregunta a responder, aunque TWD lo haga de forma simplista. Yo propongo una más ¿Qué vamos a hacer al respecto como demócratas, socialistas, libertarios y partidarios del poder popular? Porque aunque el apocalipsis zombi sea ficción, las amenazas ecológicas y económicas están muy presentes en el mundo real.
En definitiva, The Walking Dead se regodea en el darwinismo social y responde de forma zafia, machista y castrense a los dilemas morales que pretende plantear. “Es muy realista”, declaraba no hace mucho Danai Gurira, la actriz que interpreta a Michonne. “La serie muestra un panorama muy similar a cómo se comporta la gente en la guerra”. Tenemos regularmente en nuestras pantallas, por tanto, una justificación del fascismo, presentado además como el único camino para recuperar el bienestar de unos pocos.
Si los zombis son un reflejo de nuestros miedos, la respuesta no puede ser más aterradora.