Para analizar este conflicto, más amplio de lo que nos gustaría creer, me centraré principalmente en la medicina gineco-obstétrica y la pediatría. Este conflicto se basa en los intereses ocultos que depositan grandes multinacionales tras la medicina occidentalista, de acuerdo y bajo la permisividad del Estado. Nos encontramos aquí con lo que Pamela Palenciano1 llama el “feliz matrimonio por la Iglesia entre Capitalismo y Patriarcado”.
Las consecuencias históricas de este matrimonio son la severa desigualdad entre géneros e identidades sexuales, los feminicidios, las persecuciones a disidentes sexuales o incluso, muchas prácticas médicas basadas en la desacreditación, humillación y control sobre estos grupos minorizados. Concretamente en la rama de ginecología y obstetricia, esta brutalidad recae de forma directa y exclusiva sobre las mujeres.
La medicina es una de las ramas de conocimiento más manipulada y retorcida a lo largo de la historia. Una rama de conocimiento que comenzó en pequeñas comunidades donde se compartían saberes, donde las mujeres eran sus principales comunicadoras, que atendían a las personas heridas con sus preparaciones a base de hierbas medicinales y que poseían conocimientos sobre el cuidado y la sanación.
En las sociedades capitalistas, los saberes sobre el cuerpo y la salud se capitalizan, se elitizan, se apartan del conocimiento comunitario, y más aún, durante siglos se apartó todo tipo de conocimiento del acceso femenino. Se fomenta la especialización médica, sólo al alcance de unos pocos con recursos y capacidades previamente delimitados por el propio sistema meritocrático. La comunidad se ve desposeída de sus conocimientos tradicionales, de sus prácticas, y poco a poco olvida y se vuelve dependiente de los poseedores de ese conocimiento, brindándoles sin pretenderlo una situación de privilegio y poder sobre el resto de la comunidad. Esta situación de dependencia deja, al mismo tiempo, desamparados a los usuarios de la sanidad.
En el caso concreto de la ginecología, si hablamos con mujeres que hayan acudido alguna vez al ginecólogo por una revisión o que se encuentren en fase de gestación, nos contarán historias que, en ocasiones, podrían parecer sacadas de un mal ejemplar de novela negra. La prepotencia médica choca frontalmente contra uno de los grupos más infravalorados y desposeídos. Una violencia que, por ser en la privacidad de la consulta y por conllevar una gran carga moral y psicológica que recae directamente sobre la mujer que lo sufre, es muchas veces callada, invisibilizada e ignorada, perpetuándose de forma indefinida.
El auge de movimientos feministas, la pérdida del miedo ante la denuncia y la represalia que poco a poco van ganando terreno, la “buena política” en favor de los derechos humanos de las mujeres y una creciente presión social, han hecho que salgan a la luz estos casos de violencia que millones de mujeres han sufrido en silencio.
Gracias a esto, en algunas ciudades, como en Guadalajara, se han iniciado proyectos y se han organizado asociaciones de medicina occidentalizada y tradicional, sensibilizadas con esta realidad, para fomentar un trato más humanizado, principalmente a mujeres embarazadas, entendiendo que la mujer en ese estado es especialmente sensible a sufrir violencia médica, no sólo por su embarazo, sino por el entorno psico-social que muchas veces lo envuelve (adolescentes embarazadas, puritanismo, violaciones, madres solteras, desarraigo familiar…).
Poco a poco surgen especialistas que intentan introducir en los espacios médicos institucionalizados, nuevas prácticas que fomentan el buen trato, la cercanía y humanización de la relación médico-paciente. En ocasiones, vencidos por la gran resistencia al cambio de la propia institución, estos profesionales abandonan sus puestos de trabajo y comienzan a impartir sus cuidados de forma autónoma, privatizando sus servicios o dirigiéndose a la formación de los futuros profesionales para intentar concienciarles sobre esta realidad.
Estas técnicas humanizadas recogen mucho de la medicina tradicional olvidada y expropiada a las comunidades. Se fomentan los lazos entre las pacientes y sus profesionales médicos. Los procesos de parto humanizado cuentan con profesionales que velan en todo momento por la estabilidad emocional de la madre, de su bienestar físico y le informan de cada paso del proceso para su mayor tranquilidad. Lejos de la violenta realidad de la medicina institucionalizada, donde las mujeres son tomadas como molestias interpuestas en su labor médica, donde no se tienen en cuenta sus miedos y deseos, ni se les da explicaciones sobre los procesos a los que son sometidas, reflejo de la poca consideración que se tiene hacia ellas. Para muchas mujeres, sus procesos de parto se convierten en auténticas pesadillas.
Si bien esta perspectiva de la “nueva medicina” más humana y cercana, suena esperanzadora y halagüeña; la auténtica realidad está muy lejos de serlo. En una ciudad llena de contrastes y barreras socio-económicas, nos encontramos que solamente las mujeres con un alto nivel económico pueden acceder a estos servicios.
Existen casas de parto humanizado, como Casa Aramara, hospitales con especialización en parto en agua o colaboración con parteras y profesionales del acompañamiento materno (Doulas), pero son todos de gestión privada. Si bien algunos hospitales públicos permiten el acompañamiento de doulas, no está institucionalizado, y cuando se realiza es gracias al tiempo voluntario que estas dedican a madres con bajos recursos, pero su presencia es meramente simbólica ya que no puede ejercer la totalidad de sus funciones como doula y queda totalmente subordinada al ginecólogo y los imperativos clínicos.
La labor de las doulas y parteras, recupera de nuevo el saber tradicional de cuidado y atención a las mujeres. Sin embargo, la falta de apoyo por parte del Estado e instituciones médicas, obliga a que este conocimiento quede privatizado y puesto, una vez más, al servicio del capitalismo, el cuál ve en esta nueva vía un buen mercado de consumo, para aquellas madres con posibilidades económicas alentadas por las ramas naturistas o incluso impulsada por algunos feminismos liberales que no aportan una crítica desde la perspectiva de clases.
Además, se crea una doble mercantilización del conocimiento de las doulas y parteras, pues si bien las parteras tradicionales, transmitían sus conocimientos a otra mujer elegida dentro de la comunidad para que fuera su sucesora, o incluso compartía si fuera necesario sus conocimientos con alguna mujer externa a la comunidad que viniera para recuperar estos saberes perdidos; la realidad es que en las ciudades este conocimiento también se capitaliza, creando cursos y acreditaciones de doula o partera que han de costearse las alumnas. Una vez más en la sociedad capitalista el saber queda al alcance de un número limitado de personas.
Pero la violencia hacia las mujeres por parte de la medicina occidentalista y capitalista no termina con el proceso del parto. La violencia prosigue con los primeros meses, e incluso años, de vida del recién nacido. Es sabido que grandes multinacionales, como la reconocida marca Nestlé y otras marcas alimenticias, de higiene y farmacéuticas, ejercen grandes influencias en las decisiones y consejos médicos hacia las madres. Incluso algunas marcas regalan lotes de productos para las primeras semanas de vida del bebé.
Un ejemplo grave de esta denuncia es, por ejemplo, la alta tendencia que tienen los pediatras a recomendar a las madres dar leche de fórmula a sus bebés. Esto es así a pesar de la gran cantidad de estudios y reclamaciones por parte de la propia comunidad médica, a nivel internacional, que defienden los beneficios de la lactancia materna, tanto para el bebé como para la propia madre. La lactancia materna favorece el sistema inmune del recién nacido y fortalece el estrecho vínculo de apego materno-infantil, además de prevenir la aparición de enfermedades como: diabetes, sobrepeso, problemas de desarrollo gástrico, aparición de cáncer de mama, entre otras.
Una vez más, hay que señalar, que las mujeres que tienen más tendencia a dar leche de fórmula a los bebés, pese a su elevado costo, son mujeres de bajo nivel económico y escasa formación educativa, que orientadas por la autoridad médica deciden hacer lo que creen que es mejor para sus bebés. Por otro lado, las mujeres con mayor nivel económico y formativo, tienen más fácil acceso a otro tipo de información y optan mayoritariamente por la lactancia materna. Esta realidad evidencia de nuevo, cómo las mujeres con escasos recursos sufren mayores grados de violencia.
Por todo ello, queda claro que los intereses económicos y comerciales están por encima de los propios beneficios de la salud de la comunidad. Además, cuanto más deteriorada esté la salud de las personas, más atenciones médicas necesitarán, más fármacos y más beneficio provocará en las empresas farmacéuticas y de seguros médicos, incrementando las desigualdades sociales.
También cabe señalar otra forma de violencia médico-económica vinculada al parto. En México aproximadamente un 50’3% de los nacimientos se producen por cesárea, cuando en realidad sólo serían necesarias entre un 10-15% de ellas según la OMS. Esto implica no sólo una violencia física hacia el cuerpo de las mujeres que se ven sometidas a cesáreas “de rutina” que aligeran el trabajo médico y los costos, sino a una violencia económica, ya que la recuperación física tras una intervención quirúrgica por cesárea conlleva mucho más tiempo y esfuerzo físico para la madre. Ésta muchas veces debe incorporarse rápidamente a su puesto de trabajo y no puede permitirse una larga hospitalización. Además muchos empleos no cubren las garantías de un permiso de maternidad. Sin embargo, las mujeres que pueden acceder a los servicios de un parto humanizado, generalmente tienen partos naturales (a no ser que sean partos de riesgo) de los cuales se recuperan físicamente en pocos días y podrían, si lo precisaran, incorporarse de forma rápida y efectiva a sus empleos.
Queda en evidencia por tanto, que las relaciones económicas y patriarcales se descargan de manera directa sobre la salud y bienestar de las mujeres, especialmente cuanto mayor grado de desigualdad social sufran éstas. Los servicios de parto humanizado deberían extenderse a la totalidad de la población femenina, recuperando la dignidad de las mujeres gestantes y el saber tradicional para la comunidad, para fomentar el apoyo y comprensión durante esta etapa cuyas secuelas duran más de nueve meses. La salud de las mujeres gestantes es un asunto que debería implicar a la conciencia colectiva, y colectivamente trabajar para mejorar sus condiciones.
1 Pamela Palenciano, activista feminista del Estado español, conocida principalmente por su monólogo teatralizado “No sólo duelen los golpes”.
Nuria E.