En junio de 1981, dos estudiantes internacionales ocuparon los titulares en los medios de comunicación franceses. Renée Hartevelt (en la foto), holandesa, por haber sido asesinada. Issei Sagawa, japonés, por haberla matado, haber comido parte de su carne y haber intentado deshacerse del resto en uno de los dos grandes parques de París, el bois de Boulogne.
Mientras él estaba internado como enajenado mental, en 1983, Jūrō Kara, ya reputado como actor, escritor y director teatral, publicó el libro La carta de Sagawa, que supondría su consagración. En él, el escritor intercambia cartas con el feminicida –que le ha escrito a través de una persona que ambos conocen– donde le cuenta que no sólo ha sentido por su caso curiosidad y ganas de escribir un libro, sino que esa conocida común le ha dicho que Sagawa quería escribir un libro, sobre el caso, llamado La adoración.
Aquí es cuando se empiezan a poner las cartas boca arriba. Kara tiene cierto buen hacer literario, una manera de mirar las cosas que facilita la lectura y ayuda a que sigamos la historia. No obstante, esto es todo lo que hay. Issei Sagawa es un tipo enclenque que se siente atraído por las mujeres blancas y tanto más cuanto más le superen en envergadura; Renée era mujer, blanca y grande, era para Sagawa un objeto de adoración y para Kara, apenas una excusa por la que escribir.
Querría contar al lector otra cosa, pero esto es la vida real y, a menudo, los malos ganan y para las víctimas no queda ni la memoria. Sagawa, de familia burguesa, ya había sido condenado por intentar violar a una mujer (europea) en Japón, pero no consiguió pasar del allanamiento y, si bien quedó clara su intención sexual, no dijo nada sobre su intención de matar y devorar a aquella mujer. Años después, una vez detenido en Francia, pasaría tres años en reclusión psiquiátrica y sería deportado a Japón, donde su padre debió de utilizar sus influencias, pues el joven Issei fue, dos años más tarde, declarado «cuerdo, aunque malvado» y liberado.
Refugiado tras la libertad que da la literatura, Jūrō Kara escribe una obra donde la víctima desaparece pese a la centralidad de su holocausto y todo es elaboración poética sobre los azares y coincidencias de esta historia. Una obra que le valdría el premio Akutagawa y que es todo un ejercicio de insensibilidad hacia la muerta, sus seres queridos y hacia todas las mujeres, que, por lo que parece, sólo pueden ser objeto de deseo, objeto de adoración o de chuleo, de cortejo agresivo o caballeroso, de indiferencia, de deseo, de asesinato, siempre objeto.
La trayectoria posterior de Issei Sagawa tampoco deja mucho margen para el optimismo. Desde 1989 –en que los medios de comunicación nipones se interesaron por él a cuenta de otro asesino de mujeres–, ha escritos decenas de libros, reseñas gastronómicas y un manga, participado en tertulias de televisión, en una película pornográfica basada en su crimen y, cuando la revista Vice le dedicó este reportaje (subtitulado en inglés), seguía «sin oficio ni beneficio», por decirlo rápidamente, aunque con el confort propio de sus orígenes sociales. Entre Kara y Sagawa y ante la indiferencia del resto, Hartevelt quedaba sepultada bajo una avalancha espantosa de horror y frivolidad. Él mismo reconocía que su impulso de consumir a una mujer sólo era posible en la medida en que la cosificara, en que no la conociera lo bastante como para llegar a aceptarla como otro sujeto. Con todo, Sagawa, a sus 61 años, también reconocía sin orgullo ni demasiada preocupación que seguía albergando ese deseo sexual antropófago.
Aclaraba que lo había contenido mediante el desfogue sexual más convencional y que temía, eso sí, que la impotencia eréctil supusiera probablemente su regreso al canibalismo. Desde que se hizo este vídeo, Issei Sagawa ha sufrido un infarto cerebral (2013) y tal vez eso haya ayudado a contenerlo. Quizá no vuelva ya la sangre al río, pero, si llega a hacerlo, no podremos decir que no estábamos avisadas. Si nos preguntan qué hicimos al respecto diremos… que hicimos literatura.