En la Península Ibérica en 1960, antes del éxodo rural a las ciudades, vivían en espacios urbanos tan solo el 11% de la población, mientras que en 1980 era ya el 44% e la población urbana.
Fraguas, el antiguo pueblo y el actual reokupado, se encuentra en la ladera sur de la sierra de Guadalajara. Entre viveros de pinos, canalizaciones de agua para dicha función, tierras de labor disponibles y en el marco de un territorio de monte público. Esta región fue declarada Parque Natural en el 2011, sin embargo la realidad es que se utiliza como cotos de caza y para la explotación de madera.
En Fraguas existe un colectivo de okupación rural con autonomía, autosuficiencia, y el recorrido de una práctica común sobre un espacio determinado. Todas aquellas personas que hemos visitado el pueblo, hemos visto cómo se practican valores de utilidad social y no mercantil.
Se realizó una denuncia en 2013 por parte de la Junta Autonómica de Castilla-La Mancha, la instrucción del proceso judicial se llevó a cabo entre 2015 y 2016. Los y las repobladoras de Fraguas fueron acusadas de un delito de usurpación, contra la ordenación del territorio y daños medioambientales. El juicio se celebró el pasado año 2018, y la sentencia les condena a 1,5 años por delito contra la ordenación del territorio, 6 meses por usurpación y 2.700 euros de multa que aumentaría la pena en 5 meses de prisión si no se pagase, algo bastante probable puesto que la línea de atuación de sus repobladores/as es la desobediencia. La responsabilidad civil no se fija, pero se refiere a la misma en los costes de la futura demolición de aquello que ha sido reconstruido. Casas que han vuelto a ser levantadas sobre las ruinas de las anteriores, destrozadas por las pruebas militares realizadas por el Ejército español en los años 90, pues eso ha sido Fraguas para la administración desde 1968 que fue desalojado, un espacio desposeído de otro objetivo más que intereses mercantiles o militares.
La experiencia de Fraguas, como otras de neorruralismo y de autonomía en pueblos abandonados, se deben entender en el marco actual de decadencia de las ciudades en el sistema capitalista inmersas en procesos de gentrificación y deshumanizadores. Se entiende la ciudad como consumo y el campo como espacio deshabitado para poder explotarlo. Las pobladoras y pobladores actuales de Fraguas muchas veces han recordado que no se trata de una huida al campo, sino que estas experiencias te posibilitan la autonomía en mayor grado que la ciudad.
La titularidad del Estado de este territorio, y no particular, abre las puertas a reapropiarse de lo público, lo social, aquello que podemos y debemos utilizar comúnmente. Es una gran oportunidad legitimarse a partir de conceptualizar la denominación de ‘parque natural’ como un espacio de coexistencia con el medio, y no crear reservas donde vayamos de visita desde las ciudades huyendo del frenetismo urbano.
Fraguas revive y nos enseña que la ecología es sinónimo de coexistencia, y por el contrario, mal que nos pese, la ciudad es un sumidero insostenible de energía y recursos. Por mucho que los y las urbanitas estemos adaptados a esta locura que suponen las ciudades en el sistema capitalista, son entidades humanas que rompen la armonía, la autonomía y la supervivencia de las comunidades sociales.
Sin embargo, se hace necesario retomar la ruralización conectando también con luchas urbanas. Eliminar la interiorización del autoristarismo y el capital en nosotros/as, esa es la principal lucha que debemos tomar desde la raíz. En la ciudad hay espacios de seguridad que debemos potenciar desde esta perspectiva ecológica, en los barrios; el hecho de vivir en comunidad es el gran salto a otro mundo posible.
La despoblación tiene el potencial de ir a los pueblos a cambiarlo todo. El Estado dice querer repoblar pero sus prácticas van en contra, puesto que muchas de las experiencias para trasladar a parejas jóvenes a pueblos para evitar su abandono tratan de reproducir las mismas formas de consumo y de familias mononucleares. Sin embargo, la gente del campo consume menos, y practica el cooperativismo como forma de vida y desarrolla las redes de apoyo, que son experiencias que nos limpian del individualismo urbanita que llevamos anclado.
Las prácticas desde las administraciones estatales hacen negocio de las casas rurales con fondos europeos, y convierten los pueblos en algo pintoresco pero no funcional. El desarrollismo franquista y el desalojo forzado bajo la excusa de la reforestación iniciaron este camino que ahora está consolidado con la ampliación de la denominación y cuota del Parque Natural que esconde otros fines muy distintos al ecológico.
Es bien habitual el falseamiento de los padrones municipales con el fin de ahorrar en los seguros de los coches, las segundas residencias, y el pago de retribuciones. El poder real de los pueblos es ejercido por una alcaldía controlada por habitantes falsos que utilizan estos pueblos para sus intereses particulares. Lo rural se configura como una distracción de lo urbano. El caciquismo rural es la cotidianeidad habitual. La okupación es una herramienta, no un fin. El objetivo es plasmarlo sobre una práctica, y un proyecto emancipador verdadero.