Por Cherry ( https://twitter.com/metcherry )
Durante décadas hemos luchado en la guerra contra las drogas, iniciada por Richard Nixon en 1970. Y tiene sentido que lo hiciéramos. Habíamos visto cómo las drogas destrozaron a colegas, familias, barrios, movimientos sociales y hasta países enteros. Pero nos dejamos engañar. Era una guerra con intereses imperialistas, como casi todas.
Ha llevado a encarcelamientos masivos, corrupción, inestabilidad política y violencia por todo el mundo; destinando miles de millones cada año a mantener un sistema carcelario inhumano y a las fuerzas represivas del Estado. Mientras que sigue consumiéndose tanto (o más) que antes. La guerra contra las drogas es un gran fracaso, porque ha sido enfocada desde una perspectiva simplista, culpabilizadora y condescendiente. En definitiva, la visión capitalista.
Primero, hay que distinguir entre “adicción” y “droga”.
Según la OMS, la definición de droga es: “toda sustancia que (…) produce una alteración del natural funcionamiento del sistema nervioso central“. Por tanto, incluso el café o el azúcar son técnicamente drogas. Y sin olvidar que los medicamentos también. Pero nadie se alarma por eso. Nuestra concepción sobre las drogas es infundada y moralista, una construcción social. Además existen adicciones a cosas que, a priori, ni siquiera son sustancias. Por ejemplo existe la adicción a los juegos de azar, a la pornografía, e incluso a lavarse las manos compulsivamente
Por tanto: ¿Existe relación entre “droga” y “adicción”?
No. Evidentemente hay personas que son adictas a algunas drogas, pero no por los motivos que se han creído éste tiempo. No existe un elemento químico que te “enganche” al consumo de cierta sustancia. Ésta convicción surgió a raíz de un experimento que hicieron a comienzos del siglo pasado.
Pusieron a ratas en jaulas, con dos botellas de agua. Una con agua normal, y la otra agua mezclada con heroína o cocaína. Las ratas se obsesionaron con la droga, hasta que acabaron muriendo por sobredosis. Pero el profesor de psicología Bruce Alexander descubrió que el experimento no estaba bien planteado: la rata no tenía nada más que hacer, sólo drogarse. Así que creó el “Parque de Ratas”, una jaula grande con juguetes, túneles y (lo más importante) muchas otras ratas con las que relacionarse. De nuevo, también tuvieron las dos botellas de agua. Pero ahora ninguna empezó a consumirla de forma habitual.
También existió el experimento en humanos: durante la Guerra de Vietnam, el 20% de las tropas estadounidenses consumía mucha heroína. La gente tuvo miedo de que, cuando volviesen, hubiera miles de drogadictos por las calles. Así que el Archivo de Psiquiatría General hizo un minucioso seguimiento de los soldados, cuando volvieron a casa. Y vieron que el 95% simplemente dejó el consumo, sin mostrar síntomas de abstinencia. Los militares consumían cuando estaban viviendo momentos desesperados, en constante tensión, donde peligraba su vida y mataban a otras personas diariamente. Pero si regresas a un hogar seguro y estás rodeado de familia y amigos que te quieren, el consumo se hace innecesario.
Las condiciones sociales determinan los actos individuales.
Otro psicólogo llamado Peter Cohen planteó que ni siquiera deberíamos llamarlo “adicción”, sino “conexión”. El ser humano tiene una necesidad natural de conectarse con otras personas. Pero cuando no se pueden establecer esas conexiones porque estamos traumatizados, aislados o golpeados por la vida, se establecen conexiones con algo que nos ofrece sensación de alivio ante una vida insoportable. No es casualidad que los principales consumidores sean personas con problemas sociales o personales.
Por si fuera poco, casi siempre se les trata como culpables, en vez de como víctimas (que es lo que realmente son). Les castigamos, les avergonzamos y les creamos antecedentes penales. Ponemos a personas que no están bien en una situación que les hace sentir peor. Y los odiamos por no recuperarse. En otras palabras: les negamos el acceso al “Parque de Ratas” y ponemos barreras para que no puedan tener conexiones sanas.
Aunque hay buenos ejemplos que nos enseñan otra realidad:
En los años 80, Suiza sufrió una crisis pública por el creciente consumo de heroína. Pero hicieron algo diferente: En vez de perseguir, reprimir y provocar el rechazo social a los drogodependientes; crearon la estrategia de reducción de daños. Abrieron centros gratuitos de desintoxicación, donde los consumidores serían rehabilitados. Allí les darían heroína gratis, de alta calidad, con agujas limpias y acceso a duchas, camas y supervisión médica. Las infecciones por VIH disminuyeron drásticamente, las muertes por sobredosis cayó un 50% y también se redujo enormemente el crimen callejero. Dos tercios de las personas tratadas consiguieron puestos de trabajo fijos. Y además, fue un método más barato y que (a diferencia de la guerra contra las drogas) no ocasionaba más problemas de los que pretendía reducir.
Otro ejemplo, aún mejor:
En el año 2000, Portugal tenía uno de los peores problemas de drogas en Europa. Hasta entonces habían utilizado el método estadounidense de castigar y humillar a las víctimas; pero cada año el problema iba a peor. Ese año decidieron hacer totalmente lo contrario: despenalizaron todas las drogas, desde marihuana hasta la heroína, para dejar de culpabilizar a sus víctimas. Se convirtió en el primer país en hacerlo. Pero, lo más importante, decidieron reasignar el dinero que antes gastaban en reprimir a los adictos y destinarlo en rehabilitaciones, para reconectarlos a la sociedad. No sólo se limitaron a las sesiones de psicoterapia, también hicieron un programa masivo de empleo y microcrédito para adictos. El objetivo era asegurarse de que tuvieran un motivo para levantarse de la cama y crear vínculos sociales, conexiones. Según reconoce el doctor João Goulão (creador del programa) se busca “las políticas de reducción de daños y de reinserción social”. Tras 15 años, el uso de drogas inyectables se redujo un 50%. Hoy Portugal tiene la segunda menor tasa de muertes por drogas ilegales en toda Europa, después de experimentar una de las peores tasas durante la prohibición.
La adicción a las drogas no son problemas criminales que deba resolver la policía. Son problemas psicológicos que solucionan profesionales médicos y trabajadores sociales. La solución es algo tan simple, pero necesario, como el cariño y la comprensión. El mensaje debería ser: “te quiero, uses drogas o no. Y haré lo posible para que no te sientas a solas”. Tenemos que dejar de pensar en el consumo de drogas como una decisión personal; necesitamos comprenderlo como una implicación social y con una recuperación social.
Porque lo opuesto a la adicción no es la sobriedad. Es la conexión.