Por Carmen S. Z.
A continuación ofreceré un extenso resumen y relato sobre La virgen roja, una novela gráfica que trata la vida de Louise Michel de una forma muy entretenida y didáctica. Se pueden leer las primeras 15 páginas a continuación:
Y, si al final os decantáis por su compra, podéis hacerlo en la página de la editorial: http://www.lacupula.com/catalogo/la-virgen-roja
La virgen roja comienza, para ambientarnos y situarnos en la época, con un hombre sobrevolando Calais un julio de 1909 en avioneta. Este hombre, en unos días, cruzaría el canal. Desde abajo, uno de los espectadores se planteaba cómo sobreviviría en caso de accidente, reflexión de la cual ideará e inventará el paracaídas.
La siguiente imagen a que nos traslada la novela es el cortejo fúnebre de Louis Michel en la estación de Lyon, en París, el 22 de enero de 1905 a las diez de la mañana. En esta misma estación aguardaba Monique a la señora Charlotte Perkins Gilman, autora de Mujeres y economía. Ambas mujeres empezaron a hablar del acontecimiento que vivían y de la mujer por la que había tanta gente en la estación: la vierge rouge de Montmartre, Louise Michel. Tanto Louise como Charlotte se conocían de antes, aun siendo una anarquista y la otra socialista americana, pero a ambas las unía el feminismo. Monique comenzó a contarle la historia de Louise, pues la conocía a través de su madre, Élianne, que estuvo junto a Louise durante muchos años.
París, 1870, meses previos a La Comuna de París
El suministro de gas en París estuvo restringido durante el asedio, dejando a la población en la oscuridad. En concreto el 9 de diciembre hubo una reunión en Montmartre, donde Louise vivía y en la cual participó. Estuvieron hablando de la restricción de la harina, de los especuladores que acumulaban los alimentos mientras los pobres pasaban hambre, y de repente, Louise se levantó y gritó: “¡Cuidado, especuladores! ¡Montmartre va a por vosotros!” Era muy difícil conseguir comida, sólo ti tenías suficiente dinero para pagarla y tiempo para esperar la cola. Aquellos meses se llegaron a comer carnes extrañas. Los animales del zoo sólo se servían en restaurantes elegantes y la carne más exótica que llegaban a comer la mayoría de la población eran gatos, perros e incluso ratas. Los habitantes empeñaban todo lo que tenían para conseguir algo de dinero. En Montmartre la revolución social era necesaria y Louise lo sentía más que nadie.
En una comida Louise expresó varias de sus ideas, una de ellas hablaba sobre que la ciencia, algún día proporcionaría comida para todos, como mezclas químicas con más hierro y nutrientes que la carne y la sangre que consumían. Un compañero propuso que podrían llegar a las casas mediante tuberías, y todos comenzaron a divagar sobre qué podría ser y su diseño. Para Louise la ciencia mejoraría el futuro para toda la humanidad, lo que significaría la erradicación de la crueldad y la explotación, .
La trama continúa con los prusianos bombardeando los fuertes defensivos de París durante meses y en enero de 1871 dirigieron su artillería contra la ciudad.
El día 6 de enero de 1871 colgaron un cartel del Comité Central de la Guardia Nacional en las calles de Montmartre, el cual decía así:
«AL PUEBLO DE PARÍS: ¿Ha cumplido con su misión el gobierno que el 4 de septiembre se hizo cargo de la defensa de la nación? No. ¡Tenemos 500.000 hombre armados y estamos rodeados por 200.000 prusianos! ¿Quién es el responsable de esto si no los son quienes nos gobiernan? Sólo piensan en negociar, en vez de en fundir cañones y fabricar armas. Han rechazado el reclutamiento masivo. ¡Han dejado solos a los monárquicos y han encarcelado a los republicanos. Su lentitud, su indecisión, su apatía, nos ha llevado al borde del desastre. Son incapaces de planificar nada. Cuando pudimos tener abundancia crearon pobreza; la gente muere de frío y casi de hambre; las mujeres sufren, los niños consumen y mueren. La forma en la que se lleva la guerra es aún más deplorable: salidas sin sentido, escaramuzas criminales sin resultados, repetidos fracasos que desanimarían hasta al más valiente de los hombres. ¡Y están bombardeando París! El gobierno ha demostrado ya lo que sabe hacer… y nos están masacrando. La seguridad de París exige decisiones rápidas. El gobierno responde a las críticas del pueblo con amenazas. Si a los hombres del ayuntamiento les quedase algo de patriotismo, sería su deber retirarse y dejar que el pueblo de París organizase su propia liberación. Si nos uniéramos al actual gobierno o participáramos en él, sólo conseguiríamos tapar las grietas y repetir sus mismos errores desastrosos. La continuación de éste régimen supone la capitulación. ¡DEJAD PASO AL PUEBLO! ¡DEJAD PASO A LA COMUNA! »
El pueblo no se alzó, pero para finales de mes el gobierno capituló. El 1 de marzo de 1871 los alemanes marcharon por las calles hasta llegar a Versalles.
La noche del 18 de marzo del mismo año el gobierno atacó a la población del barrio parisino Montmartre. Las tropas querían robarles los cañones. Se encontraban unos frente a otros, la población frente al ejército, defendiendo lo que les pertenecía. Las tropas alegaban que sólo cumplían órdenes, pero los ciudadanos no cedían. El general Lecomte mandaba al capitán a acabar con las revueltas e incluso le mandó a disparar. Pero el capitán se negó a atacar y disparar a su propio pueblo. Los ciudadanos cogieron al general y le llevaron a un paredón donde iban a fusilarle. Louise pidió que esperasen al comité, a una corte marcial, pero nadie la escuchó. Ese mismo día en la plaza del ayuntamiento se dieron cuenta de que habían huido a Versalles. Louise quería ir a Versalles, vencer al ejército y ejecutar a Thiers, el jefe del gobierno tras las elecciones, otros querían actuar por lo legal. Cuando acababa el día el Comité Central de la Guardia Nacional ya ocupaba el ayuntamiento abandonado, se celebraron elecciones municipales. Sería el primer gobierno de los trabajadores.
El 28 de marzo de 1871, diez días después de tomar el poder, se proclamó la Comuna de París en la plaza del ayuntamiento.
Los pensamientos e ideas volaban: crear una escuela pública en la iglesia de St. Pierre, crear una cooperativa de costureras, una guardería gratuita… Se creó una amnistía de empeños y muchos pudieron recuperar aquello que empeñaron para conseguir dinero. Y además cancelaron los alquileres atrasados.
Louise daba conferencias en las que hablaba sobre la gran brecha entre la educación entre los niños y las niñas, los valores que se les inculcaban a cada uno. «La educación debe ser no sólo un medio para independizarse económicamente, sino una forma de acelerar el reconocimiento de los derechos de las mujeres.»
A Charlotte, la situación en la que se había metido Louise, le recordaba a las comunidades experimentales de Estados Unidos y lo que intentaban construir. Pero esto les llevó años y según le contó Monique, Louise sólo tuvo 10 semanas…
Intentaban cambiar el mundo y el mundo no tenía las suficientes horas para todo lo que querían hacer. Louise se tiraba noches sin dormir y alegaba que ya dormiría cuando muriese. En una de estas noches le escribía una carta al ciudadano alcalde, solicitando, por parte del Comité de Vigilancia de Mujeres, poderes para regular las casas abandonadas y alojar en ellas a ciudadanos sin techo y establecer un sistema para alimentar a sus hijos.
El 16 de abril, la Comuna nacionalizó la industria, se requisaron los talleres fuera de uso y se convirtieron en cooperativas industriales. Los obreros se hicieron cargo de las fábricas. El personal religioso fue expulsado de escuelas y hospitales y sustituido por personal laico.
Las mujeres encontraban su voz en reuniones multitudinarias. Algunos argumentos que se escuchaban eran:
«Otro mal de la sociedad son los ricos, que sólo saben beber y divertirse.»
«Debemos librarnos de ellos, junto con los curas y las monjas. ¡Sólo seremos felices cuando no haya jefes, ni ricos, ni sacerdotes!»
«El matrimonio, ciudadanas, es el mayor error de la antigua humanidad. ¡Casarse es convertirse en esclava!»
«Debemos acabar para siempre con la propiedad privada. Debemos controlar los medios de producción.»
El 17 de mayo de 1871 en el club Saint Sulpice Louise dio un gran discurso:
«Ha llegado el gran día, el día decisivo de la emancipación o la esclavización del proletariado. Pero sed valientes, ciudadanos, y París será nuestra. Sí, os lo juro, ¡París será nuestra o dejará de existir! Para el pueblo es una cuestión de vida o muerte.»
Volvieron a ocuparse los fuertes defensivos que rodeaban París, reanudándose los bombardeos, sólo que esta vez venían de la propia artillería francesa. A finales de mayo las tropas de Versalles entraron en París. En los barrios ricos fueron recibidos como liberadoras, pero no fue así en Montmartre, ni en Bellevie, ni en La Villette.
Se escuchaba un estrepitoso ruido procedente de la iglesia. Era un órgano y atraía el fuego enemigo. ¡Era Louise! Sólo tocaba armonías para el baile de las bombas, según decía.
El ejército entró en París y comenzó la carnicería: Las barricadas iban cayendo y muchos de los insurgentes fueron abatidos. Al cabo del tiempo Louise y Élianne fueron atrapadas por soldados enemigos disfrazados. Éstos las llevaron junto al resto del pueblo que habían capturado. Pero no estaban a salvo, los estaban ametrallando. Aquella semana los soldados de Versalles mataron en París a unas 30.000 personas (o más): nadie lo sabe con seguridad.
Louise y Albert, un amigo soldado, consiguieron escapar, pero cuando Louise fue a buscar a su madre no estaba, pero se la habían llevado en su lugar alno encontrarla. Louise se entregó. Se pasó varios meses en las prisiones de Satory y Arras antes del juicio.
El 16 de diciembre de 1871 en el Consejo de guerra, Louise dijo:
«Dado que parece que todo corazón que late por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, exijo mi parte. Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza por mis hermanos, a los asesinos de esta Comisión de Perdón.»
La sentencia fue la deportación, pero antes de partir pasó dos años en la prisión de Auberive. El barco, el Virginie, salió de Rochefort el 10 de agosto de 1873. Durante el viaje, Louise escribía poemas y uno de ellos era así:
«He visto putas y criminales y he hablado con ellos. Y yo te pregunto si crees que nacieron siendo lo que ahora son, para arrastrar sus andrajos por el lodo y la sangre, destinados a ser nefasta raza. Tú, del que todos somos presa, los hiciste como son hoy.»
En el barco le leyó a una compañera una carta, escrita en Santory, que mandó a una amiga. Esta decía así:
«Si acabo en el negro cementerio, hermana, depositad sobre vuestra hermana, como esperanza última, unos claveles rojos en flor. En los últimos días del imperio, cuando la gente estaba despertando, fue tu sonrisa, clavel rojo, la que nos dijo que todo estaba renaciendo. Hoy, ve a florecer a la sombra de tristes y negras prisiones, a florecer junto al triste cautivo y dile que le queremos. Dile que el tiempo es fugaz, que todo pertenece al futuro, que el vencedor del lívido ceño morirá con más certeza que el vencido.»
Tras varios días, el 19 de diciembre de 1873 llegaron a Nueva Caledonia.
Mientras cenaban Monique y Charlotte llegó Élianne, la madre de Monique. Élianne les contó que durante la exposición universal del verano de 1889 en París, fueron a visitar la Torre Eiffel, Élianne, Louise y Monique, cuando era pequeña.
Charlotte estaba interesada por el pasado de Louise, saber quién era y de dónde provenía, y Élianne le contó lo que sabía.
Louise Michel provenía de la región de Haute-Marne, al este de Francia. Fue criada por los que ella llamaba sus abuelos. Su madre era la criada de la casa y su padre debió ser Laurent Demahis, el hijo del castillo, el cual huyó cuando su madre se quedó embarazada. Los Demahis la criaron como su propia hija, le inculcaron la lectura y el afán por aprender.
En su juventud le enviaba poemas a Victor Hugo, se carteó con él durante más de treinta años, hasta su muerte. Al llegar a la edad adulta estaba lista para independizarse.
Charlotte contó la tarde que pasaron ella y Louise en Londres, hablando de argumentos de novelas. Cómo sería una utopía y como haría los personajes por llegar a ella.
Tras esto continuó, Monique, la historia de Louise tras llegar a Nueva Caledonia.
Al llegar Louise se encontró con viejos amigos, Lacour y Allemane. Allí también descubrió que no estaban sólos, que era un territorio con habitantes que habían colonizado años atrás. Conoció a un habitante de lugar y entabló amistad con él. Éste le contó las barbaridades que hicieron los colonizadores, como quedarse la comida, las tierras, las mujeres y los jóvenes y no dieron nada a cambio. «Debían de ser muy infelices en su propia tierra para viajar hasta tan lejos.»
Louise mantenía relación tanto con los colonizadores como con los colonizados, le fascinaban los indígenas. Todos estaban escandalizados, pero algunos la defendían.
Los indígenas estaban cansados de que les destrozaran los campos, les dejaran sin tierras y sin alimentos. Una noche, unos amigos de Louise fueron a despedirse de ella, se iban a la batalla y ella les apoyó. Las tribus atacaron por sorpresa un fuerte y mataron a sus cuarenta habitantes. Pero el 23 de septiembre de 1878 mataron al jefe Atai y mandaron su cabeza a Versalles. Las autoridades coloniales consiguieron enfrentar a las tribus entre sí. Louise pensaba publicar un libro con sus poemas y recaudar dinero para los indígenas supervivientes. Escribió a Victor Hugo pidiéndole ayuda y enviándole documentos a periódicos franceses para que expusiera la masacre que había ocurrido.
En 1880 consiguió el perdón en París, pero se negó a irse sin sus amigos. Por lo tanto se declaró una amnistía general para los comuneros. Llegó a Sidney y fue a la embajada francesa para buscar un pasaje hacia Francia, pero ésta declinó su petición. Entonces ella manifestó su intención de dar una serie de conferencias, por lo que ellos cedieron y la pusieron en un barco correo hacia Londres. Desde allí, el 7 de noviembre de 1880, cogió un tren hacia Francia, llegando el 9 del mismo mes a la estación de San Lázaro en París. A su llegada la recibieron como una heroína. Podían escucharse algunas frases como «Larga vida a la revolución social», «Larga vida a la Comuna».
Una vez en casa, se lanzó de cabeza a la refriega. Se pronuncia a favor de la adopción de la bandera negra por los anarquistas. Se pasaría el resto de sus días entrando y saliendo de la cárcel. Luchó por un matrimonio libre y una educación igualitaria. «¡Ni Dios, ni amo! ¡Hagamos la revolución social!»
Entonces, después de la muerte de su madre, el 22 de enero de 1888, estaba en Le Havre dando una conferencia cuando Pierre Luchas, un bretón, le disparó. Louise fue herida, pero no murió. Louise incluso intentó convencer a la gente de que retirasen el cargo de asalto, se hizo su amigo y mantuvieron el contacto durante un tiempo.
Ese mismo año pasearon, Louise y Élianne, por Montmartre, por donde había tenido Louise su escuela durante la Comuna, pero ahora estaban construyendo, lo que Louise llamaba, un monumento a la hipocresía para expiar los “pecados” de los asesinados.
Dos semanas antes, al volver de Argelia, exhaló su último aliento a los 74 años.
Se le rindió un gran homenaje en la plaza de la Nación el 22 de enero de 1905. Las calles estaban repletas de gente, tanto por el bulevar de La Villette como en el cementerio de Lavallois-Perret. La gente gritaba «¡Larga vida a Louise Michel», «¡Larga vida a la Comuna!», «¡Larga vida a la anarquía!». Incluso se empezó a oír «¡Larga vida a la revolución rusa!», el pueblo se había alzado en San Petersburgo.
Finalmente el 4 de febrero de 1912, Reichelt, el espectador que temía por la vida de los pilotos, probó su invento lanzándose desde la Torre Eiffel.