Hasta 2008, Steve McQueen era el nombre de un mítico actor estadounidense ya fallecido (1930-1980). Ese año, de la mano de un guionista y director afrobritánico también llamado Steve McQueen, apareció Hunger, basada en los llamados troubles de Irlanda del norte y, concretamente, en Bobby Sands (1954-1981) y el conjunto de presos políticos republicanos, sus condiciones de encarcelamiento en aquel 1981 y su lucha contra estas.
No contento con eso, en 2011 este otro Steve McQueen nos trajo, también como guionista y director, una mirada a la masculinidad en nuestro tiempo: Shame (“Vergüenza”).
Entre quienes intentamos deconstruir la masculinidad, nos gusta caricaturizar al macho típico como un hombre zafio, con sobrepeso o enclenque, sospechoso de ser autocomplaciente hasta la dejadez. Afortunadamente, Shame nos da un protagonista, Brandon, encarnado por Michael Fassbender: guapo, apolíneo, joven pero no demasiado, con un aire sofisticado y de cierto éxito. Tanto sus compañeros de empresa como su familia podrían hablarnos de ese éxito y esa imagen. También podrían decirnos que no saben bien qué hace fuera del trabajo ni qué le preocupa o qué podría hacerle feliz. Su hermana podría decirnos que Brandon no le coge el teléfono, así que, casi sin comunicación, la trama empieza cuando ella se le planta un día en casa. Ahí está el quid de la cuestión: ¿cómo se puede ser, a la vez, liberados sexuales y castrados emocionales? ¿Se puede vivir buscando la sexualidad y evitando la intimidad? ¿Cómo dar al placer su justa medida y evitar que se convierta en una evasión de aquello que nos da miedo, aunque sea porque lo desconocemos: el futuro, nuestras decisiones, nuestra autoconstrucción, … ?
Unos años antes, American Psycho nos daba otro hombre de aparente éxito y, a través de él, nos hablaba del deseo de omnipotencia y de la cultura de las apariencias y el postureo. Con Shame, Steve McQueen nos trae un protagonista más normal que Patrick Bateman para hablar de algo más cotidiano. El abordaje de la sexualidad como mera búsqueda del placer de uno, en un mundo de posibilidades cuando se trata de cosificar al otro y, especialmente, a la otra.