El pasado fin de semana desarrollé un taller sobre los mecanismos de control empresarial en los centros de trabajo en La Garma, un espacio ubicado en Los Llanos, en medio del campo cántabro. Se trata de un lugar de resistencia y creatividad desde el mundo rural más dinámico y abierto. En La Garma se trabaja el campo, se cosecha, se experimenta con la bioconstrucción, se despliega una fértil comunidad de convivencia y se realizan actividades de formación, campamentos infantiles y juveniles, se dinamiza una escuela alternativa infantil y se desarrollan jornadas de profundización en los más variados temas sociales y culturales.
La comunidad de La Garma se centra en la convivencia y el equilibrio con el ecosistema, en la democracia directa y en la iniciativa individual y colectiva. Es uno de esos espacios rurales donde se demuestra en la práctica que es posible una alternativa ecosocial y creativa a un mundo que se está degradando en recurrentes jirones de violencia, miseria y desesperación.
Hay otros espacios como este en nuestro país. Espacios que, en ocasiones, enfrentan una fuerte represión estatal, como el pueblo autogestionado de Fraguas, en Guadalajara, que en estos momentos solicita la solidaridad de todos nosotros y nosotras para hacer frente a los gastos que su defensa judicial impone. Lugares como el pueblo de Marinaleda, en Andalucía, que, impulsado por el sindicalismo jornalero, ha desarrollado una trayectoria de décadas de autogestión.
También hay espacios urbanos animados por la iniciativa popular y la gestión comunitaria de las necesidades y deseos de las clases subalternas, como los Centros Sociales Autogestionados y ateneos populares de los barrios. Podemos citar, sólo como ejemplos entre muchos otros, el EKO de Carabanchel, el afamado Can Batlló de Barcelona, La Xisqueta de Santa Coloma, o la Escuela Popular de Prosperidad, más conocida por “La Prospe”. También podríamos hablar de los supermercados cooperativos, las redes de economía social y solidaria, las organizaciones del sindicalismo combativo, los movimientos por la vivienda y sus derivas autogestionarias (como la campaña de “La Obra Social de la PAH”), las plataformas de defensa de la Sanidad o la Educación, las asociaciones de migrantes, las organizaciones vecinales, los organismos internacionalistas de solidaridad con Palestina, Rojava o América Latina, etc., etc., etc.
Este tejido de iniciativas de base desmiente la recurrente letanía pesimista y disolvente de muchos grandes nombres de la izquierda alternativa y la ecología política (muy respetables en muchos otros sentidos) que nos intentan, una y otra vez, moralizar actuando como Casandras de un colapso inevitable y una absoluta impotencia de las clases populares.
También desmiente la absurda cabalgada en retirada ideológica de los actores del “asalto institucional” que dicen haber descubierto que la “izquierda no existe” y que lo mejor que podríamos hacer es una especie de traducción de las tesis de Laclau explicado a Bambi en el lenguaje de “Barrio Sésamo”, mientras nos entregamos, “rendido el Ejército Rojo”, a una muda admiración de “nuestros” representantes parlamentarios.
Sin embargo, no negaremos que esta trama ubicua de iniciativas no muestra también sus limitaciones a la hora de la acción social y política, como, por ejemplo, la fragmentación de las propuestas, la falta de un objetivo más amplio, la colonización por parte de la socialdemocracia de los cuadros y los anhelos personales. Pero también, y, sobre todo, la ausencia de una estrategia de conjunto.
Decía John William Cooke (un peronista de izquierda que le gustaría poco a nuestros insomnes mezcladores de Laclau con el nazi Carl Schmidt) que uno de los principales problemas de los movimientos populares es la burocracia. Pero, nos indicaba Cooke, lo que caracteriza a la burocracia no es, como se suele creer, el reformismo, la ocupación de los cargos en las estructuras partidarias, sindicales o estatales, o la cobardía, sino la absoluta falta de una estrategia para transformar la coyuntura.
Lo que caracteriza a la burocracia, por tanto, es que se limita a hostigar al poder según lo acostumbrado, actuando rutinariamente, pensando que este caerá por si sólo en un colapso que nunca llega (y cuando llega no es como se esperaba) o que, ante la proximidad de la debacle, el poder negociará con ella un acuerdo que salve a la sociedad (lo que no ocurre nunca, por el simple hecho de que el poder no tiene ninguna necesidad de negociar con quien no amenaza sus negocios esenciales).
Hay que reconocer que, en este sentido, los militantes de los movimientos sociales y sindicales de nuestro país somos mucho más burocráticos de lo que nos gustaría reconocer. Carecemos de estrategia de conjunto, de sentido de movimiento colectivo y no abundan las propuestas de ruptura y transformación de la coyuntura, sino más bien las costumbres pasivas y las loas a un pesimismo paralizante.
¿Podemos aventurar líneas para una estrategia de ruptura con lo dado, de desvío del futuro al que parecemos estar condenados? Podemos y debemos. Por supuesto, delinear una estrategia de movimiento es un trabajo colectivo, pero que debe partir de iniciativas individuales, de la energía de las y los militantes, de la imaginación, la experiencia y el deseo de las organizaciones populares, y de las mujeres y hombres que las conforman y nutren.
Esto no es una homilía, un sermón, ni una apelación a la bondad desclasada o a una espiritualidad “bonita, pero sin consecuencias”. Hace ya décadas se contaba que, en la selva de Chiapas, los indígenas que querían proponer hacer una mesa, en una asamblea, debían hacerlo con un tablón, un martillo y unos clavos en la mano. En nuestro sindicato lo tenemos en los estatutos: quien propone una iniciativa se compromete a participar en su desarrollo. Así que, si uno habla de la necesidad de una estrategia, debe proponer una, aunque sólo sea a título tentativo, de bosquejo, de primera aproximación a un debate necesario.
Ahí va, por si a alguien se le ocurre aceptar un debate sobre algo más sólido y menos evanescente, que, si “debemos querernos más”, o que, si “en 2080 iremos todos en taparrabos”, una pequeña colección de propuestas para el día de hoy. No están muy trabajadas, no son la última palabra sobre nada. Son la iniciativa de un militante “irrelevante” para muchos, “reformista” para algunos, y probablemente, “ultrarradical” para los que cuentan cuentos enternecedores a “la gente”.
1.-En primer lugar, la base de la estrategia es la inserción social, la construcción de un pueblo fuerte. Para transformar el mundo hay que organizar a las clases populares, articularlas, empoderarlas. No sirve con una vanguardia esclarecida pero alejada de las masas, ni con sustituir al pueblo por los departamentos de márketing político o las élites intelectuales. La transformación implica insertarse en las luchas de las masas, impulsar su iniciativa, su autoorganización. Moverse entre ellas “como el pez en el agua”.
2.-En segundo lugar, el objetivo político fundamental es “ganar población”, como decía Abraham Guillén. Aliarse con los sectores populares, convencer a los trabajadores. La “guerra de posiciones” es un absurdo conservador en el tiempo de las “guerras híbridas”. La participación expandida de los seres humanos es el objetivo y la principal fuente de energía. No se trata de hacer “personal branding”, se trata de crear redes de autoorganización de personas reales.
3.-La mejor forma de convencer a alguien de algo es con las orejas. Escuchar a las masas es iniciar procesos de amplio diálogo con los trabajadores y trabajadoras, con los habitantes de los barrios, con los y las cooperativistas y autónomos/as. Impulsar procesos de encuesta obrera y debates abiertos en los barrios, centros de trabajo e instituciones culturales y educativas. Investigar cuáles son los problemas inmediatos en los barrios y pueblos y los obstáculos reales y locales que limitan nuestra actividad. Desarrollar talleres y dinámicas de grupo para promover la autoexpresión y clarificación de los deseos de los trabajadores y trabajadoras. Menos clases magistrales de académicos en pleno proceso de “personal branding” y más investigación colectiva y participante de lo que está ocurriendo.
4.-La construcción de un pueblo fuerte ha de impulsarse en los espacios naturales de socialización, es decir, en el trabajo (asalariado, autónomo o cooperativo), en el barrio o municipio y en la familia (extensa). Son los espacios de los que todos y todas participamos, querámoslo o no. Retirarnos de ellos para construir burbujas en torno a ideas abstractas es una vía directa a la difusión del sectarismo, la fragmentación y las luchas cainitas. No nos vamos a poner de acuerdo sobre las formas de la abolición del Estado, sobre las dinámicas de la “subsunción real” o sobre “que vendrá tras la crisis ecológica terminal”. Pero nos podemos poner de acuerdo para intervenir en los espacios naturales de socialización impulsando dinámicas reales y concretas de autogestión, reapropiación de nuestras vidas y adaptación ecológica.
5.-El trabajo es el espacio del sindicalismo combativo y el cooperativismo consciente. El sindicalismo de combate debe expandir y reforzar sus coordinaciones locales (como el Bloque Combativo y de Clase, en Madrid, o la Taula Sindical de Catalunya), estructurar y difundir dinámicas de solidaridad con las luchas de otros centros de trabajo más allá de las siglas, buscar maneras de reconducir las fracturas (o, más bien, lejanías muchas veces inconscientes) generadas por la diversidad cultural del Estado y el “patriotismo de organización”. Multiplicar las cajas obreras de resistencia en sus distintos modelos. Impulsar medios de comunicación del conjunto del movimiento obrero y aceptar participar en los debates que se planteen en otras organizaciones.
Por otra parte, se deben constituir “Consejos Productivos Locales” en los que estén representados los sindicatos combativos, las redes de economía social, los centros sociales, las plataformas en defensa de los servicios públicos y las organizaciones de parados y migrantes. La función de estos Consejos es investigar la estructura productiva local, las vías de expansión de la actividad autogestionaria e impulsar la solidaridad entre los distintos pilares de una nueva, pero real, economía social, ecológica, feminista y bajo control de los trabajadores y vecinos.
En el campo, habría que construir organismos comarcales y regionales de coordinación de los sindicatos de trabajadores agrarios, las iniciativas autogestionarias y las comunidades y ecoaldeas. Generar bancos comarcales de recursos (semillas, maquinaria, trabajo voluntario, etc.) para coordinar dinámicas de apoyo mutuo.
6.- En barrios y municipios habría que impulsar asambleas vecinales recurrentes, articular redes de centros sociales e iniciativas culturales, experimentar con mecanismos de financiación colectiva (cooperativas de crédito, banca ética, redes de apoyo mutuo…). Federar y sostener las plataformas de defensa de los servicios públicos, impulsando la investigación de alternativas de gestión comunal-comunitaria, con participación de los trabajadores y usuarios. Defender la remunicipalización de los servicios privatizados. Impulsar el tejido económico autogestionario y cooperativo local mediante la creación de Mercados Sociales. Crear medios de comunicación centrados en el entorno. Ya sabemos que todo esto ya se hace, en una medida u otra, se trata de impulsar la articulación de las experiencias, conformar redes aún más amplias, ligarlas al mundo del sindicalismo y de la lucha ambiental, construir una trama organizada de pueblo en movimiento.
7.-Defender la familia libre y extensa, es decir, superar la deriva a una vida individual aislada y a la familia nuclear (egoísmo a dos) que ha promovido el capitalismo. El feminismo tiene mucho que decir sobre esto. Primos y primas, amigos y amigas, examantes, hijos e hijas, parejas en todos los modelos, comunidades de convivencia, vecinos y vecinas…tramas, diálogos, riqueza de relaciones, apoyo mutuo. Rehacer la familia desde un modelo rizomático en resistencia frente al aislamiento y el autoritarismo. Debatir sobre esto, multiplicar las iniciativas de apoyo mutuo, exigir ayudas sociales para los nuevos modelos de familia y de convivencia. Abrir espacios autogestionados para el bienestar de los menores y dependientes.
8.-Y, sobre todo, contar lo que hacemos. Hablar de ello. Hacer Congresos y Encuentros de la economía popular, el sindicalismo combativo y las iniciativas territoriales. Impulsar los medios de contrainformación. Desbordar el mundo de las organizaciones estructuradas entorno a ideas abstractas y contaminarnos mutuamente desde la práctica de masas. Caminar hacia un gran Congreso del Pueblo, como doble poder, productivo, sindical y territorial, capaz de construir un futuro que convierta al previsible colapso del capitalismo en el inicio de una sociedad del común y la libertad.
Casi nada. Quizás me he puesto demasiado lírico. Pero no basta con “querernos”, con “hacer iniciativas de huertos locales” o con “abandonar la idea de la izquierda y votar” a alguien difuso y confuso. Hay que tomar cartas en el asunto. Todas juntas.
José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared