Revuelta en la perla del anarquismo.
Las calles de Zaragoza agitaban la bandera rojinegra, el pueblo salía con sus armas a defender la insurrección, se había proclamado la huelga general que se extendería por un amplio territorio de Aragón. Si bien la fama de la Rosa de Foc revolucionaria la albergaba Barcelona como la cuna del anarcosindicalismo, Zaragoza era la perla del anarquismo colectivista.
El 8 de diciembre de 1933 se iniciaba la insurrección anarquista, organizada desde la CNT, y que sería la última del ciclo de insurrecciones anarcosindicalistas antes de la Revolución Asturiana de octubre de 1934. Previamente ya se había organizado la huelga revolucionaria del Alt Llobregat en Catalunya en enero de 1932, y la Insurrección de enero de 1933 en la que tuvieron lugar los sucesos de Casas Viejas al proclamarse el comunismo libertario en un municipio gaditano.
Frente a la República burguesa y elitista: boicot, huelga y sabotaje.
Tras la proclamación de la República española el 14 de abril de 1931, la clase obrera organizada había comprobado con desilusión que el gobierno progresista prometía un conjunto de reformas sociales para mejorar la vida de los sectores más vulnerabilizados de la sociedad, pero que de la estructura estatal solo se podía esperar injusticia social, más capitalismo clientelista y brutalidad militar. El problema de la reforma agraria, de la educación, y del ámbito laboral, no estaban siendo abordados por el gobierno azañista desde la raíz, y no por una cuestión de impotencia política, sino por falta de voluntad ideológica. Evidentemente, ese gobierno no pretendía transformar la sociedad, sino adaptarla y hacerla claudicar lo mejor posible a las necesidades de una clase liberal dominante que se reivindicaba ilustrada. Los sectores populares organizados y los sindicatos vinculados a la CNT contenían un potencial revolucionario enorme, y pronto establecerían una estrategia insurreccional frente a esta república burguesa.
Después de varios estallidos sociales previos, llegaron las Elecciones Generales del 19 de noviembre de 1933, y la coalición de derechas ganó unos comicios en los que la coalición socialista rápidamente responsabilizó a la CNT por su campaña de abstención activa, en lugar de realizar una autocrítica y ver la contundente derrota electoral en la práctica de la violencia que habían ejercido desde el aparato estatal contra el movimiento obrero organizado.
Todavía no se había constituido el nuevo gobierno de derechas, cuando estalló la insurrección anarquista, que pretendía no dar ni un respiro a las fuerzas burguesas vencedoras. La decisión de esta revuelta obrera se había tomado tan solo una semana después de conocerse el resultado electoral. Se reunió un Pleno Nacional de la CNT en Zaragoza el 26 de noviembre, donde se decidió nombrar un comité revolucionario encargado de organizar esta insurrección, y que estaría integrado, entre otros, por Buenaventura Durruti, Isaac Puente, Cipriano Mera o Joaquín Ascaso. La consigna era iniciar un levantamiento popular de masas que se extendiera por otros territorios, que derivara en un enfrentamiento directo entre clases sociales y que determinara el inicio de un proceso revolucionario. Si bien voluntad no faltaba, ni siquiera potencial obrero y una conciencia proletaria muy extendida, esa estrategia no matizaba el camino a recorrer para dar una salto cualitativo de la revuelta a la revolución, y a la defensa de los núcleos liberados.
Se inicia la huelga revolucionaria decembrina en Zaragoza y se extiende por Aragón.
El 8 de diciembre se reunían por primera vez las Cortes republicanas tras las elecciones, y todavía no se había formado el gobierno que estaría dirigido por la coalición de derechas. Ese mismo día por la mañana el Gobernador Civil de Zaragoza, Elviro Ordiales, un militar que sería posteriormente Director General de Prisiones, declaró el cierre de los locales de CNT en la capital aragonesa y desplegó a las fuerzas represoras por la ciudad. Se había proclamado la huelga general en Zaragoza bajo el lema «Frente a las urnas, la revolución social», y se llamó a la insurrección armada en otros territorios, con un gran seguimiento en las provincias aragonesas.
La misma tarde del 8 de diciembre tuvieron lugar en Zaragoza los primeros enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas represoras, que tendrían como consecuencia la muerte de doce personas solamente en el primer día. Se había logrado la paralización total de la ciudad, y al día siguiente estos enfrentamientos se generalizaron cuando los anarquistas logran el control de barrios como el de San Pablo, Delicias, y San José. Los tiroteos se sucederán durante los siguientes seis días, y los revolucionarios instalaron su centro logístico en la iglesia de San Juan de los Panetes. Hubo incluso un intento de asalto a las prisiones de la ciudad donde se encontraban presos anarquistas para ser liberados, por un lado la cárcel en el barrio de Torrero al sur de la ciudad, y también el Palacio de la Aljafería que funcionaba como presidio, sin embargo, estos ataques son repelidos por la Guardia Civil.
El 11 de diciembre los anarcosindicalistas se hacen fuertes en la calle del Conde Aranda y resisten en la Plaza del Portillo, donde al lado se encontraba la Fundición de Averly, fábrica obrera en huelga. Desde ese punto estratégico se ataca un cuartel en el cercano Paseo de María Agustín, que necesitó ser auxiliado por un batallón de zapadores y minadores. Esa misma tarde los insurrectos anarquistas consiguen controlar la Estación del Mediodía, y solo tras fuertes combates una compañía de infantería con ametralladoras logra recuperarla. Las fuerzas policiales intentarán recuperar el barrio de San Pablo donde se encontraban numerosos anarcosindicalistas detrás de las barricadas levantadas, sobre todo en el entorno de la actual Plaza de Santo Domingo. También se desatan enfrentamientos en la Plaza Aragón, donde los anarquistas disparan a las fuerzas militares desde los tejados, habiendo también tiroteos en calles perpendiculares desde el Paseo Independencia hasta Plaza Constitución.
Durante una semana la ciudad está en disputa con las fuerzas represivas republicanas, el Gobernador Civil ordena el cierre de teatros, casinos y cafés; y los obreros habían paralizado parte de los transportes como autobuses, taxis o tranvías. El gobierno republicano enviará al Ejército para aplastar esta insurrección, situando ametralladoras en las calles de Zaragoza, llegando carros de combate y sobrevolando aviones militares el espacio aéreo de la capital maña. Finalmente la insurrección será sofocada el 14 de diciembre, y al día siguiente la propia CNT reconociendo la derrota estratégica decide poner fin a la huelga proclamada. El total de las cifras de estos sucesos serán un centenar de muertos, la mayoría de ellos revolucionarios anarquistas, aproximadamente 300 heridos, y casi 6 mil detenciones en todo el territorio español. Algunas semanas más tarde, el 24 de enero de 1934, una treintena de anarquistas maños asaltaron los juzgados donde se encontraba el Sumario de la insurrección y lo robaron para entorpecer las investigaciones judiciales represivas.
El fallido intento de un movimiento revolucionario insurreccional en otros territorios.
Este movimiento insurreccional tuvo su epicentro en Zaragoza, pero también trató de superar los límites de la territorialidad aragonesa. En la ciudad de Huesca y en municipios como Amudévar o Gurrea de Gállego, la insurrección resistió durante varios días. En Teruel capital y otras localidades turolenses como Valderrobres o Beceite, se proclamó el comunismo libertario. La proclamación del comunismo libertario en algunos municipios siempre seguía un mismo esquema: apoderarse del cuartel de la Guardia Civil, la detención y reducción de las autoridades o de las fuerzas de poder terrateniente, la quema de los archivos de propiedad y documentos oficiales, y el abastecimiento de productos según una economía de base comunista. Sin embargo, más allá de esas medidas, no se podían defender posteriormente las conquistas realizadas debido a la dura represión gubernamental y la imposibilidad de hacer frente a una fuerza brutal que siempre les superaba en número, en armamento y en estrategia militar.
Hubo igualmente alzamientos anarquistas en algunos puntos aislados de Extremadura, en la cuenca minera de León, o en Catalunya. También incluso en Andalucía, concretamente en la localidad cordobesa de Bujalance, donde tras proclamarse el comunismo libertario, hubo diez muertes y una docena de detenciones. En Euskal Herria, salvo algunos disturbios y sabotajes puntuales no hubo una especial incidencia, salvo en el municipio alavés de Labastida donde hubo un enfrentamiento directo de treinta revolucionarios contra las fuerzas de la Guardia Civil en la madrugada del 9 de diciembre, siendo sofocada en la mañana siguiente con la llegada de refuerzos de la Guardia de Asalto republicana. Una semana después en todos los puntos la situación había sido dominada por las fuerzas represivas republicanas.
Las consecuencias políticas inmediatas y el legado histórico anarquista emancipatorio
El balance de fuerzas revolucionarias caídas o detenidas en los enfrentamientos con las fuerzas represivas fue un coste demasiado alto a pagar por una insurrección que no consiguió unos objetivos revolucionarios de masa mínimos. A los implicados directamente en esta lucha obrera y su organización táctica se les aplicó una represión brutal a través de la recientemente aprobada Ley de Orden Público de 1933, deportando a bastantes revolucionarios anarcosindicalistas a Guinea Ecuatorial y las islas Canarias, entre otros a Buenaventura Durruti, en el barco mercante Buenos Aires.
Esta derrota insurreccional llevó a la CNT a una grave desarticulación de sus fuerzas más activas, viéndose afectados también sus órganos de expresión. Debió reorganizarse en tiempo récord el anarcosindicalismo para la preparación del Congreso Nacional de la CNT en mayo de 1936 en la capital aragonesa. La memoria social de las revueltas de militantes anarcosindicalistas en el pasado deben rescatarse desde la mirada estratégica en la lucha contra el capitalismo actual. Se elaboran mapas y caminos de aciertos y errores en la historia, y la realidad práctica es que insurrecciones mayoritariamente fueron derrotadas sin lograr una articulación de emancipación de masas. Nuestro desafío en la actualidad consiste en seguir construyendo caminos que superen esas brechas insurreccionales, articular los pasos que conduzcan a una fuerza social y no al vanguardismo desconectado de la realidad política común, porque decididamente nos va la vida en ello.
Agradecimiento a la compañera ilustradora y anarcosindicalista Ana Resya, que desde el territorio de Aragón ha inspirado y servido de fuente para la elaboración de este artículo de memoria libertaria.
Artículo escrito por Ángel, militante de Liza.
Bibliografía:
«Diario de una ciudad libertaria. Zaragoza, 1871-1936».
«La España rojinegra. La insurrección anarquista de diciembre de 1933», Fermín Escribano Espligares, Asociación Isaac Puente.
«La Zaragoza anarquista en los años 30. Guía anarcosindicalista de Zaragoza», editada por CNT Aragón y La Rioja.
https://www.zaragozamemoriahistorica.com/