Cuando alguien pregunta espontáneamente “Si el anarquismo de por sí es social, ¿por qué creáis otra etiqueta?”, la respuesta rápida viene a ser “Agárrate que vienen curvas” con los Creedence Clearwater Revival sonando de fondo. No precisamente por el tema de la etiqueta, ya que es lo de menos, sino por la explicación del contexto. De todos modos, si a alguien le importa la etiqueta, creo que puede venir de un libro que generó bastante polémica escrito en 1995 por Murray Bookchin y titulado “Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable”. Ahí es donde diferenció dos grandes corrientes por sus prácticas políticas: una en la que a la práctica no tiene como objetivo la revolución social, y la otra en que sí (lo explico más adelante). Ese libro nació de la frustración del autor de no encontrar ningún espacio anarquista que tuviese arraigo en el territorio, donde la gran mayoría de colectivos se dedicaban a vivir la vida pirata despreocupados de los problemas cotidianos de la clase trabajadora estadounidense.
Para empezar
Más en concreto haciendo hincapié en el mundo occidental, uno de los males que nos ha acompañado desde el fin del mayo del ‘68 y sobre todo desde el comienzo del s.XXI, es la costumbre de reinventar la rueda. Cada vez que se inventaba la misma rueda nacían nuevos mitos y romantizaciones de épocas pasadas, mientras se repiten fórmulas fracasadas de la anterior generación. Ésto impedía el estudio y conocimiento de las memorias reales sobre la militancia y la acción política de organizaciones anarquistas que tuvieron un papel importante en la historia. Pero, ¿no estamos inventando una nueva rueda con ésto del anarquismo social? No. Nuestra principal razón es recuperar la herencia del anarquismo que se materializó en organizaciones fuertes y en militantes comprometidos, capaces de hacer la revolución social e implementar un nuevo modelo de sociedad. Es la tradición socialista con el que nació el anarquismo y razón por la cual fueron posibles las revoluciones sociales.
Lo que hoy llamamos “anarquismo social” por la categoría que vino del libro de Bookchin, en verdad en otras épocas tenían otros nombres, pero encontramos similitudes en la práctica, los principios, los objetivos, las tácticas y estrategias. Una mirada hacia atrás, hace unos cien años, Piotr Arshinov escribió algo similar allá por la dédada de 1920 que viene relacionado con este tema: «La teoría anarquista de la libertad personal, lejos de estar aún suficientemente esclarecida, deja un vasto campo a los malentendidos. Evidentemenate los hombres de acción, que poseen una voluntad firme y un instinto revolucionario fuertemente desarrollado, verán en la idea anarquista de la libertad personal ante todo la idea de respeto hacia la personalidad ajena, la idea de la lucha infatigable por la libertad anarquista de las masas. Pero los que no conocen la pasión de la revolución y los que piensan en primer lugar en las manifestaciones de su propio ‘yo’ comprenden esa idea a su modo. Cada vez que se discute el problema de la organización práctica, de responsabilidad, dentro de la misma organización se escudan en la teoría anarquista de la libertad personal y fundándose en ella, tratan de sustraerse toda responsabilidad. Cada cual se retira en su oasis y practica su propio anarquismo. Las ideas y los actos de los anarquistas son pulverizados así en átomos mínimos.»
Y sin ir tan lejos en la misma época pasada, la militancia anarquista organizaba sindicatos, creaba ateneos populares, escuelas racionalistas, periódicos, …hasta algunos equipos de fútbol. Todas esas estructuras sociales estaban insertas en la clase trabajadora, y creaban a la vez una cultura obrera, atendiendo a las necesidades de la clase a la que pertenecían y trabajaban también en proyectos políticos como el comunismo libertario. A ésta práctica política es a la que denomino como tradición socialista, basada en la confrontación con el sistema capitalista teniendo como modelo de sociedad el socialismo libertario, entendiendo éste como un sistema basado principalmente en la democracia directa, en la planificación económica descentralizada y una sociedad igualitaria. En la actualidad, recuperar la tradición socialista pasa por nuestra participación activa en los movimientos sociales y sindicales, reforzando las dinámicas de lo común, la democracia directa y los lazos entre diferentes sectores en lucha. Encontramos esa similitud primero en el anarquismo organizado latinoamericano, que trabajaría recogiendo el legado dejado por el plataformismo de Makhno. Por mencionar algunas organizaciones, encontramos a la FAU (Uruguay), CAB (Brasil), Vía Libre (Colombia)… y llegando después a occidente las cuales encontramos a Black Rose (EEUU), UCL (Francia), Embat (Catalunya)…
Un abismo insuperable
Después de la destrucción del tejido sindical a finales de los ’70 a causa de las reconversiones industriales, la introducción de la cultura de masas y el consumismo, de algo había que beber. Y aquí importamos lo peor de cada casa: el insurreccionalismo italiano y las americanadas de libertad individual y máxima autonomía. Sí, la década de los ‘90 y ‘00 supusieron la desconexión del anarquismo con los problemas de clase en el mundo occidental, donde estaban de moda la idea de crear sociedades libres a pequeña escala y vivir al margen del sistema mientras la OTAN destruía Yugoslavia y Bosnia e invadía Iraq.
Entonces ese nuevo anarquismo abogó por organizarse en grupos informales o de manera individual, crear islas de libertad o dedicarse meramente a actividades culturales y educativas. Sin embargo, estas prácticas también se dieron en la historia: atentados individuales contra la patronal sin contar con la organización sindical, los grupos naturalistas o simplemente anarcoindividualistas que formaban sus pelotones de milicias independientes para combatir en la revolución. Tanto el insurreccionalismo italiano como el anarquismo vivencial fueron una salida hacia adelante resultado del estancamiento de las viejas guardias.
A pesar de todo, el hecho de haber superado el estancamiento fue positivo ya que evitó la muerte definitiva del anarquismo. No obstante, estas corrientes eran incapaces de influir en la lucha de clases y en algunos casos, ciertos colectivos en la práctica renunciaron a la revolución social, al verse tan lejana y tan poco probable que decidieron apostar por la libertad del aquí y ahora (anarquismo vivencial). Ésto puede tener dos lecturas: la parte positiva es poder experimentar modelos de sociedad no capitalistas que tengan potencial para conectarse con las luchas locales, y la contraparte es la reproducción de actitudes propias del sistema en los espacios y terminen siendo un ghetto. Esta pérdida de la tradición socialista por el inmediatismo (lo queremos aquí y ahora) los deja como un subproducto del liberalismo. El capitalismo tolera otros estilos de vida que no supongan una amenaza al statu quo.
Nuestras razones
Sin embargo, en nuestras razones no entra la confrontación con ese anarquismo, ya que ante la actual coyuntura es necesario destinar recursos y fuerzas a construir nuestro propio proyecto, siguiendo el legado de generaciones anteriores así como aprendiendo o aportando experiencias con quienes compartimos luchas inmediatas y proyectos de futuro. Del mismo modo, nos lleva a tener que compartir espacios y colaborar entre diferentes actores siempre y cuando podamos trabajar, ya que en la práctica se trabaja con quien se pueda y esté dispuesto. Lo que nos ha llevado hasta aquí es el fruto de reflexiones y debates originados en el ciclo de movilizaciones de las primaveras árabes y aquí del famoso 15M, allá por la década del 2010.
En la década del 2010, los debates giraron en torno a las esencias: ¿a favor o en contra del poder? ¿Y los nacionalismos? ¿Social o antisocial? ¿Cantidad o calidad? ¿Reformismo? ¿Etapismo?… Sin embargo, no es el tema a tratar aquí y se pueden consultar en la hemeroteca. Aun así, sí es necesario explicar otra vez las razones del anarquismo social, pero esta vez aterrizamos más en la realidad actual. Podemos resumir aquí las siguientes cuestiones claves:
– El nivel político. El gran olvidado
«La política son como los gases, los cuales tienden a ocupar el mayor espacio posible. Si una fuerza política abandona un espacio, otra la ocupará»
Hablar de hacer política fue un tema tabú en las últimas tres décadas. Los grupos de afinidad, los colectivos y el anarcosindicalismo lo eran todo. ¿Por qué montar organizaciones formales que parecen leninistas, si basta que nos juntemos los anarquistas para hacer cosas? Las acciones por entonces no dejaban de ser activismo con proclamas maximalistas y actos culturales. Estas dinámicas activistas no se diferenciaban tanto de otros activistas no ideologizados, que no pasan más allá de campañas concretas yendo a la defensiva y con objetivos cortoplacistas. Del mismo modo, el “hacer por hacer”, “hay que hacer algo”, y el medir la fuerza en base a la cantidad de movilizaciones, no nos lleva a ningún lado. Las lecciones aprendidas de las experiencias militantes recientes nos han demostrado las limitaciones del activismo y el movimentismo. También nos dimos cuenta que otras fuerzas políticas juegan en el terreno social y sindical. En casi todos los espacios amplios se encuentran militantes de distintos partidos políticos de la izquierda tanto institucional como extraparlamentaria. Y dependiendo de las intenciones de cada partido, habrán quienes los usen para tener algo de calle y/o para hacer de correa de transmisión al partido que predomine en tales colectivos, activando o desactivando luchas según intereses partidistas.
Aquí comenzamos a ver, tras el fin del ciclo del 15M y el inicio del asalto a las instituciones, que cuando no hacemos política, otros lo harán en detrimento nuestro. Y nos quedamos con cara de instrumentos de usar y tirar para que otros hagan sus carreras políticas. Tocó mudarnos al rincón de pensar. Así pues, ¿recordáis cuando la gran mayoría de anarquistas veían la Plataforma de Nestor Makhno como autoritaria? Pues resulta que la minoría de anarquistas que adoptaron el modelo plataformista consiguieron ser una fuerza política con una base social notable en Bulgaria. Volviendo a Makhno, la unidad ideológica, táctica y estratégica no fue un invento suyo para la plataforma. Eso ya vino de antes con otras nomenclaturas o implíticos en los documentos de Bakunin y la organización que fundó. Así es, hablo de la Alianza por la Democracia Socialista, considerada primera organización política anarquista. Nada nuevo bajo el sol, ahora toca trazar planes.
¿Hacia dónde apuntamos? ¡Objetivos! «Qué es lo que queremos». Si aspiramos al comunismo libertario necesariamente hemos de acabar con el capitalismo. Y ésto no basta con buenas intenciones o tener razón, hace falta ser una fuerza política organizada con capacidad material para implementar un nuevo modelo de sociedad, una cierta hegemonía cultural y una sociedad organizada. En todas las revoluciones de la historia veremos estos patrones comunes. Hay que traducir nuestra ideología política en objetivos y plasmarlos en un programa.
¿Cómo llegamos? ¡Estrategias y tácticas! «Cómo logramos nuestros objetivos». Esos programas no se implementan por arte de magia, hacen falta planes para poder llegar. Aquí es donde entra la necesidad de planificar las hojas de ruta, las campañas y las tácticas. Todo tiene un por qué, con qué objetivos hacemos tal o cual acción, cómo distribuimos nuestros recursos y fuerzas, con quiénes establecemos alianzas… En fin, todo aquello que nos sirva para aumentar nuestras fuerzas y, por ello, nos permita caminar con agenda propia y lanzarnos a la ofensiva, superando las limitaciones del activismo y el movimentismo.
¿Dónde está nuestro rincón de pensar? ¡Las organizaciones políticas! «La caja de herramientas. La caja, la caja». Para potenciar la lucha de clases hemos de ir organizadas, aprender en las luchas cotidianas, potenciar los movimientos sociales autónomos y de clase, tener respaldo político, encontrar herramientas como protocolos, documentación, análisis de coyunturas, mapas, etc. Finalmente, hay que dejar claro que el rincón de pensar no hará la revolución, sino la propia clase obrera. Las organizaciones políticas nos sirven para dar ese sentido revolucionario.
Otro punto muy importante son los datos y los análisis. Conocer e interpretar la realidad compleja en la que vivimos y las contradicciones del sistema capitalista es clave para poder desarrollar nuestro proyecto político.
– Cultura militante. Creer en lo que hacemos
«Somos sentimientos y tenemos seres humanos»
Desde julio del 2012 nos llegaron imágenes de milicianas con armas ligeras que rápidamente se ganaron nuestras simpatías. Tras indagar un poco sobre el norte de Siria llegamos a conocer Rojava y todo lo que había detrás montao. Desde el PKK, pasando por el cambio de paradigma, hasta las estructuras de la sociedad revolucionaria kurda, nos sorprendió la influencia de las ideas libertarias en ella. Luego nos dimos algunas hostias cuando algunas de nosotras habíamos llegado a participar en campamentos de convivencia y formaciones que organizaron personas del movimiento kurdo en Europa. La cultura militante estaba en otro nivel. Creen en lo que hacen, trabajan la autocrítica y la autodisciplina, tienen un alto grado de compromiso… y muchos dieron sus vidas por su pueblo.
Ciertamente son situaciones distintas, pero es muestra de que necesitamos trabajar ciertos aspectos para recuperar una cultura militante seria como (por mencionar algunas):
- Trabajar por proyectos y no a salto de mata. Pasar de hacer microproyectos sin coordinación alguna a pensar proyectos donde cada organización tenga un papel en cada ámbito de actuación.
- Interpretar la ideología política como base para el desarrollo de proyectos revolucionarios acorde a la coyuntura en la que vivimos. Ver más allá de lo local sin despegar los pies de la tierra y tener visión estratégica.
- Tener el valor de hacernos autocrítica, mejorar nuestras actitudes, conocer nuestras limitaciones y ser capaces de asumir y confrontar nuestras propias contradicciones.
- Asumir responsabilidades individuales y colectivas, trabajarnos la autodisciplina.
- Pensar más en realizar alianzas en base a qué compartimos en común en vez de enemistarnos.
- Ser capaces de resolver asertivamente las rupturas y diferencias estratégicas.
- Ser el germen de sociedad que queremos construir. Eliminar los vicios del pensamiento capitalista.
En general, construir una cultura militante que nos permita desarrollar el proyecto político que queremos, no necesariamente desde sociedades paralelas, sino desde lo cotidiano y en contacto con la sociedad. Aunque sea fácil decirlo, aplicarlo es cuestión de voluntad y la claridad que le veamos al proyecto político que defendemos. Hoy más que nunca es necesario recuperar unos valores éticos que el capitalismo nos intenta arrebatar, comola defensa de lo común, el respeto, la humildad, la empatía, la diversidad…
– Inserción social. Meternos en el fregao
«No debemos bajo ningún pretexto, separarnos del pueblo, pues no importa cuán atrasada o limitada puedan ser las personas, son ellas y no el ideólogo, quienes son la fuerza motor indispensable de toda revolución social»
Quizás “inserción social” sea uno de los términos que haya causado bastantes malentendidos, dando a entender erróneamente como sinónimo de paracaidismo o entrismo en los movimientos sociales. Nada más lejos de la realidad, la frase que abre este capítulo es parte de una intervención de Amélée Dunois en el Congreso Anarquista de Amsterdam en 1907, donde salió el debate sobre la necesidad del anarquismo de participar en el sindicalismo.
Queremos que nuestro programa sea asumible por los movimientos sociales y podamos crecer mutuamente, y ésto solo será posible si la militancia anarquista se encuentra a pie de calle y participando activamente en los movimientos sociales. Nuestra manera de hacer política está en el trabajo de base, y hemos de ir organizadas no para instrumentalizar las luchas, sino para radicalizarlas a través de las propuestas y puestas en práctica de tácticas y estrategias que permitan el avance cualitativo de dichas luchas.
– Capacidad de convocatoria. Ganar la batalla cultural
«La neutralidad no existe»
El sistema constantemente está fabricando discurso y propaganda. La no-ideología es su ideología, es la ideología dominante. Cualquier fuerza revolucionaria debe disputarse la hegemonía. Necesitamos que nuestras prácticas tengan altavoces y sirvan como propaganda por el hecho, enfrentando nuestra alternativa política frente a la barbarie capitalista también a nivel discursivo, es decir, defender la legitimidad de nuestros discursos. Tenemos que ser capaces de crear una cultura obrera y un imaginario colectivo socialista libertario que cuestione de raíz este actual sistema. Esto implica que podamos tener capacidad para movilizar a la clase trabajadora ante determinadas coyunturas, tener músculo en la calle y marcar agenda en la acción social y política. En otras palabras, ser la fuerza política que lleve la iniciativa en la lucha de clases.
A modo de conclusión
La revolución no está a la vuelta de la esquina, sino que será un proceso largo que depende de multitud de factores. Nos encontramos actualmente un escenario difícil, con amenazas serias como la derechización de la socidedad y la crisis climática y de recursos. Pero mejor que nos pille lo más preparadas posibles o enfrentaremos escenarios mucho peores. El anarquismo no debería quedarse como ideología que solo sea aplicable a pequeña escala y solo valga para gestionar ecoaldeas, sino que debería ser un proyecto político que pueda implementarse también en las actuales sociedades occidentales complejas, a través de una planificación descentralizada y una sociedad organizada con altos grados de participación social.