La trampa de la horizontalidad, en el anarquismo, ha supuesto un lastre de casi medio siglo. Toca ahora deshacerse de ese peso para poder avanzar.
El anarquismo vivencial, y activista, ha enfatizado la experiencia personal, navegando entre lo individual y la pequeña comunidad. La experimentación como medio para lograr ‘vivir la anarquía’, aquí y ahora. Y dejando de lado la responsabilidad colectiva, la ideología anarquista como forma de vida comprometida y militante.
Este enfoque que tiende al individualismo, a menudo puede llevar a que sea un fin en sí mismo, y pretender alcanzar un estado de bienestar personal, o grupal, en un mundo que le es hostil. Una especie de refugio de auto-ayuda, lleno de engaños en lo personal (y en lo colectivo); que al no estar conectados con un proyecto revolucionario se ven encorsetadas a simples experiencias que vivir dentro del capitalismo; o en el mejor de los casos, en sus márgenes.
Pero no sólo ésto, y en lo que respecta al anarquismo revolucionario, éste se ha visto arrastrado por esas inercias hasta encumbrar la falta de organización y dirección, como característica propia del anarquismo. Ya que los individuos priorizan sus propias experiencias sobre la acción colectiva y trayectoria histórica de la militancia anterior.
Esta trampa, como decíamos, ha provocado que el anarquismo, a día de hoy en muchos lugares (sobre todo en el norte occidental) haya ido perdiendo su potencial transformador y revolucionario. Siendo una opción más en el ‘menú ideológico’ de los movimientos sociales y activistas. Relegado a un ideal difuso, reservado a un futuro que nunca llega, ni va a llegar, tal y como se encuentra secuestrado actualmente por las artimañas que aquí se pretenden exponer.
Para superar esta trampa, necesitamos avanzar, y recuperar esa forma de anarquismo más concisa y militante que dé prioridad a la acción revolucionaria social y organizada. Esto significa desarrollar un conjunto claro de objetivos y estrategias, así como trabajar hacia la planificación. Una planificación, tanto de nuestras tácticas y estrategias aterrizadas en el ahora, como el desarrollo de las fuerzas colectivas que sean capaces de gestionar la económica compleja del socialismo libertario, en un futuro cercano.
La planificación económica en un marco de organización política federal es esencial para crear una sociedad libre y en armonía con el metabolismo terráqueo que habitamos. Pero esto requiere conocer bien los mecanismos, las opciones y recursos de los que presumiblemente podremos disponer desde ahora.
Las anarquistas, como revolucionarias, deben trabajar para crear esas condiciones que hagan posible alcanzar el sistema social que preconiza, a partir del desarrollo de las fuerzas colectivas de las que dispone en la realidad que les ha tocado vivir. Analizando los limites y las oportunidades que hay en el campo de batalla que supone vivir en el capitalismo. De nada sirve hacer una enmienda a la totalidad, tan lúcida como paralizante; y no saber ver, ni ir, más allá.
Las comunidades, organizaciones, sindicatos, cooperativas, los colectivos, librerías, ateneos, etc Si no están incrustadas en un proyecto revolucionario, un movimiento, no dejan de ser islas flotando en un mar de capitalismo, sin más potencialidad de transformar que el momentáneo ‘bienestar’ y fugaz sensación de ‘hacer algo’, para sus participantes. O en el peor de los casos alimentar egos que necesitan de su ‘espacio seguro’ para desarrollarse.
Pero, por qué hablamos de horizontalidad si estamos realizando un ejercicio de repaso refiriéndonos a más cosas que, no son estrictamente los intentos de democratizar la toma de decisiones de grupos. Porque intentamos aclarar conceptos que rodean a esta trampa, y la dan un contexto fecundo; y así tratar de entenderla en su conjunto y profundidad.
El contexto de ideas en el cual se producen ciertas elecciones. La horizontalidad, tal y como nos ha llegado, bebe de esas dinámicas. De hecho, procede de las asambleas anti-belicistas de los años 60-70 del siglo pasado (USA vs Vietnam). Con fuerte presencia quakera, y fue adoptada como vía democratizadora de las decisiones de grupos diversos, donde primaba el consenso. Y éste era/es relativamente fácil de alcanzar cuando hay un objetivo claro y delimitado (una campaña, una plataforma reivindicativa, etc).
Al igual que en las comunidades quakeras, en muchos grupos/colectivos, existe una fuerte jerarquía informal y una cohesión de grupo que permite alcanzar supuestos consensos con facilidad. Hacer de esta estrategia un camino único para democratizar una sociedad, o incluso una organización (política, sindical, etc.) amplia, es limitarse a reproducir una tradición táctica sin mayor análisis ni contexto. Sin pensar en las limitaciones de ésta.
En una sociedad compleja, encorsetar la acción al uso de herramientas pensadas para pequeños grupos (o campañas movimentistas), provoca que el imaginario que construimos también quede atrapado en ese marco. ¿Cuántas veces te han dicho: “está bien, pero para pequeños grupos”, que toda anarquista contemporánea ha escuchado alguna vez? Esta situación está fuertemente conectada con lo expuesto en este texto. Y nos hace replantearnos las preguntas que, sin pretender responder, sí queremos poner sobre la mesa.
Cómo hemos pasado de un anarquismo que planteaba, apostaba y estudiaba la sociedad compleja en la que vivía para transformarla al día siguiente, en una derrota mental de ‘quedarse en lo pequeño’. La respuesta es multifactorial, aquí sólo nos estamos centrando en un par de síntomas. Señales de esa derrota autoinflingida. El pensar que sólo hay una vía de democratizar las decisiones políticas mediante el asamblearismo.
El asamblearismo, o la horizontalidad, entendida como única forma de toma ‘justa’ de decisiones tiene amplias limitaciones. Quizás no son tan evidentes, como decíamos, en grupos reducidos o con fuerte cohesión. Pero si aspiramos a una transformación social profunda, a una revolución, sí que las tiene.
Pensar las formas más justas que recojan el sentir colectivo, opiniones diversas, las responsabilidades compartidas, rotativas, etc. pasa por explorar formas, y quizás por recuperar otras. Un ejemplo simple: las organizaciones políticas/sindicales que tienen asumida, por las participantes, su línea política, no necesitan pasar cada decisión táctica por una asamblea presencial con todas las personas que la conforman.
Tal vez esto parezca obvio a alguien que ya ha militado en sindicatos de clase, u organizaciones políticas con una línea política definida; pero para un grueso de activistas o anarquistas que se mantienen al margen de ciertas dinámicas porque consideran que éstas llevan a una supuesta ‘jerarquización’ de la cual se ven ‘libres’ por actuar en grupos de afinidad, les puede parecer hasta marciano. Creemos que, en realidad, son ellas las que se ven atrapadas en esas limitaciones autoimpuestas que comentábamos más arriba. Viendo ‘peligros’ por todos lados, pero obviando otros. Y lo peor, sin ser conscientes de las limitaciones, simplemente siguiendo con una tradición reciente en la que se ha convertido esa horizontalidad, sin mayor análisis crítico.
Horizontalidad o caos. Consenso o caos. Esas máximas no verbalizadas son un secuestro para un debate serio y con argumentos que cuestionen la democracia por otras vías. No es muy diferente de quien, desde posiciones de poder, nos secuestra la realidad con ese ‘realismo’ incuestionable: hay que apretarse los cinturones, es la economía, etc.
La liturgia y representación de esa horizontalidad, conforma ya, parte de la suerte de micro-sociedad del espectáculo en la que se puede haber convertido el activismo político.
¿Hemos perdido la capacidad de imaginar otras formas, profundizar en la democracia de nuestros espacios?, ¿no conseguimos prefigurar una sociedad socialista libertaria?
Simplemente, quizás, nos hemos dejado arrastrar por ese neoliberalismo de las identidades, académico y anglosajón que ha construido una identidad anarquista vaciada de ideología y teoría revolucionaria. Fácilmente recuperable, empaquetable y ‘vendible’ de forma individual/grupal.
Es tiempo de reconstrucción de la teoría revolucionaria, como históricamente se ha hecho desde el anarquismo: pegada a la práctica. Sin academicismos elitistas, ni complejos. Sin quedarse pegado a tradiciones tácticas. Sin miedo a deshacerse de tradicionalismos. Pero sobre todo, sin miedo a equivocarse y rectificar.
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Regue, militant d’Embat (Organització Llibertària de Catalunya)
* guiño provocador a un, tristemente famoso libro, con cierta repercusión hace unos años: “La trampa de la diversidad”. Como referencia a esa construcción identitaria, aún no compartiendo sus conclusiones, sí que se ha querido rescatar cierta parte de la crítica a la construcción identitaria política.