Anarquismo y Clase Media.

Por liza
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El anarquismo, como ideología política, es una corriente socialista surgida en Europa junto con el movimiento obrero a lo largo del siglo XIX. Aunque nos gusta identificar aspectos libertarios y rebeldes en las luchas políticas que precedieron a esos tiempos, fueron los cambios sociales, políticos y económicos determinados por la revolución industrial y las revoluciones burguesas, los que generaron la emergencia de un sistema específico de ideas y prácticas que se conformó como una corriente revolucionaria de carácter antiautoritario y socialista como respuesta a la dominación burguesa que se fraguaba. 

La desposesión de grandes masas de trabajadores de las tierras de las que se abastecían, el hacinamiento en núcleos urbanos atestados e insalubres donde florecía la incipiente industria, y la acumulación de capital por los propietarios de las fábricas bajo la premisa del contrato libre de trabajo, permitió la agrupación de un gran número de trabajadores. Estos proletarios posteriormente se organizaron en busca de solidaridad entre iguales y terminaron construyendo multitud de organizaciones, métodos analíticos, propuestas estratégicas e ideológicas para combatir al sistema que les explotaba y reemplazarlo por otro más justo. El movimiento obrero, heredero de todas las luchas contra la dominación y sucesor directo de los procesos de rebelión y rebeldía contra el comercio mercantil y la colonización europea, terminó por consolidarse como centro y esperanza de todos los que soñaban con la emancipación.

Pero desde la fundación de la primera Asociación Internacional de los Trabajadores han pasado 160 años y el panorama social ha cambiado sustancialmente. El sujeto revolucionario sigue siendo el mismo, el proletariado, siempre y cuando lo entendamos como los desposeídos y no desde una óptica obrerista reduccionista y nostálgica. Vivimos el momento de la historia con más clase trabajadora, aunque su constitución sea más heterogénea que nunca (empleados de cuello blanco, de mono azul, irregulares, desempleados, funcionarios, tercerizados…).

La cuestión que queríamos abordar en este artículo es ¿qué puede hacer una corriente política surgida de la clase trabajadora como el anarquismo en una sociedad de clases medias: donde solo el 10,6% de la ciudadanía se autoidentifica como “proletaria” (según datos del CIS) frente al 61,2% que se entiende como clase media-baja o media-media?

También queríamos aprovechar para discutir cómo esta “heterogeneidad”, la falta de conciencia de clase (incluso la falsa conciencia) y la organización en torno a movimientos sociales interclasistas, ha llevado a muchos planteamientos políticos a considerar superado el proletariado como sujeto central y ofrecer alternativas que, en nuestra opinión, tienen grandes limitaciones estratégicas. También, para terminar, queremos introducir un debate entre estrategias socialistas, identificar algunas propuestas, plantear sus limitaciones y ofrecer una alternativa.

En un contexto como el actual se hace necesario incidir en que, aunque hablemos de proletariado o de clase trabajadora, no nos alineamos con posturas exclusivamente obreristas. Entendemos la clase trabajadora como el conjunto de los desposeídos, quienes se ven obligados a trabajar, solicitar ayudas estatales o buscarse la vida de mil maneras. Evidentemente es necesario afinar más, pero este articulo tiene otro objetivo y prometemos cumplir esta tarea más adelante. 

La conciencia de clase no hace a la clase

Podemos definir “conciencia de clase” como la capacidad de los grupos y sujetos para situarse correctamente en un sistema desigual en cuanto a recursos y poder. En otras palabras, se trata de entender cómo está repartido el mundo y en qué mesa te han sentado. Es este conocimiento el que te permite entender con quienes compartes intereses (acabar con este sistema injusto) y a quienes te enfrentas (a los que quieren mantener sus privilegios a costa de los demás).

La falta de conciencia, es decir, no estar provisto de esta capacidad de análisis, no te hace no pertenecer a tu mesa asignada, a la de los desposeídos. Te hace simplemente inconsciente en cuanto a la forma que adopta el sistema. Esta es justo una de las principales estrategias de los privilegiados para mantener el statu quo: entorpecer, minar y dificultar la toma de conciencia, porque ver cómo funciona el sistema, ver que es profundamente injusto y criminal, es el paso inicial y necesario para enfrentarlo.

La toma de conciencia, la creación de conciencia, es un proceso político, no es una condición que viene dada de nacimiento. De hecho, es una de las principales tareas de los revolucionarios. Enfrentar a quienes quieren mantener la realidad oculta y aportar los conocimientos y las experiencias necesarias para quitar esa venda que nos mantiene inmóviles.

Y es en este sentido en el que criticamos los análisis políticos que niegan a los trabajadores como sujeto político principal y ofrecen al “ciudadano” como una alternativa, como un sujeto que ha tomado conciencia, aunque sea parcial y, que reclama si no un reparto más justo, si al menos una integración política más amplia, como si más democracia fuese posible sin más igualdad. En realidad, creemos que esta idea del ciudadano, lejos de aportar claridad, genera más confusión y oscurece el escenario.

La clase media como artefacto para la disgregación de la clase trabajadora

En «El Efecto Clase Media. Crítica y crisis de la paz social» (Editorial Traficantes de Sueños, 2022), Emmanuel Rodríguez nos ofrece un completísimo estudio del desarrollo de las clases medias como una táctica de disgregación de la clase trabajadora. En palabras del autor: “un vasto programa político y cultural cuyo principal objetivo es una desproletarización de masas”.

Desproletarización, se entiende aquí con una doble cuestión, la intervención del Estado para moderar los déficits materiales de la desigualdad social, y como artefacto ideológico diseñado para construir una falsa conciencia y una esperanza de ascenso social. En otras palabras, se trata de que el Estado genere servicios públicos suficientes para cubrir (algunas) necesidades básicas de (algunos) trabajadores, y que así puedan integrarse en la sociedad de consumo, a la vez que instalan la ideología de la meritocracia.

El trabajo de Rodríguez es muy interesante y completo, aborda la construcción de sistema de clases media como proyecto en el Tardofranquismo, su asunción por los arquitectos de la Transición y la democracia española, y su siempre debilidad orgánica. No solo nos explica cómo se planteó e implementó esta táctica de integración de parte de los trabajadores en la democracia burguesa y su consecuente desclasamiento, sino que nos muestra cuáles son las limitaciones materiales que hacen que este sistema esté en constante crisis. Y es que, además, son precisamente estas crisis las que no abren la posibilidad de intervención política.

Lo importante es entender que la clase media no es un grupo social, un estrato sociológico al que se pertenece dependiendo de unas condiciones materiales concretas (renta, propiedad, educación…). Sino que la clase media es una táctica de desconcienciación política lanzada sobre los desposeídos para desarticular su potencial combativo. 

Es imposible resumir un texto tan extenso y profundo sin que en el intento perdamos análisis muy valiosos y respetando los planteamientos del autor, por lo que animamos a su lectura al completo. Ahora bien, tenemos que plantear una serie de críticas, sobre todo a su lectura del ciclo político iniciado con la crisis del 2008, las movilizaciones del 15M y su cierre con el debilitamiento de Podemos y del neorreformismo que desvió aquella potencia política a una vía muerta, y a la alternativa autonomista que insinúa como estrategia alternativa a la reformista.

El debate con el Autonomismo y con su lectura del 15M

Según Emmanuel Rodriguez el movimiento 15M tiene una posición conservadora que se hace obvia en que sus reclamas son de restauración de la democracia. El autor plantea que esta reclamación no pretende una democracia como autogobierno del pueblo, en igualdad y con participación directa, sino como la petición de restauración de la democracia prometida por la sociedad burguesa. Es decir, en las plazas no se pedía la superación del capitalismo por una democracia radical entre iguales, sino menos corrupción, más transparencia, salvar los servicios públicos… y en esto no podemos estar de acuerdo.

Primero porque se entiende esto, si fuese cierto, como fruto de la composición de aquellas masas de indignación y no como fruto de una intervención política (o falta de una intervención más radical). En segundo lugar, niega la importancia cuantitativa y cualitativa de activistas y militantes que si exigían un cambio radical y proponían una lectura sistémica de la crisis. Y tercero, porque parece carecer de una lógica estratégica transicional que entienda que las movilizaciones por cuestiones parciales, pueden potenciarse y dirigirse si se interviene correctamente, hacia objetivos emancipadores. “No es una crisis, es el sistema.” Es un lema con el que nos rompimos la garganta en aquellas plazas y que encierra un potencial crítico mucho mayor del que parecemos aceptar.

El problema de este planteamiento es que no atiende a la existencia y a las operaciones de agentes políticos que actuaron para desviar y desmovilizar toda aquella fuerza, y los hace aparecer como el común de los indignados. Y lo peor es, que al negar la intervención de los agentes reformistas y las burocracias sindicales y de los movimientos sociales, niega la posibilidad de intervención de los revolucionarios.

Además, parece esbozar una estrategia autonomista al justificar este retrato del 15M al decir que “pese a la masividad de las protestas, la capacidad de promover una nueva generación de instituciones de movimiento (cooperativas, centros sociales, medios de comunicación, por no decir una cierta contracultura y formas de vida novedosas) fue, en términos relativos, muy pequeña.” Ante esto lo primero que tenemos que decir es que no nos parece un relato ajustado a la realidad. Durante todo ese periodo surgieron miles de iniciativas de coordinación y de acción, se liberaron espacios, se montaron cooperativas de consumidores, productores y trabajadores en todos los ámbitos, se crearon medios de comunicación alternativos y otros terminaron de asentarse gracias a su esfuerzo de cobertura.

Es más, consideramos que el florecimiento de estos espacios alternativos y el hundimiento o estancamiento de muchos de ellos, es parte de la decepción de este fin de ciclo con el neorreformismo. Muchos centros sociales, asambleas, colectivos y cooperativas nacidos en ese periodo no consiguieron expandir ese espacio que habían proyectado, no pudieron defenderse de las agresiones del Estado que llegaron y no aportaron prácticamente nada de reflexión desde la que construir una crítica a esa estrategia. Lo que planteamos es que estas iniciativas autonomistas, cuando no consiguen generar un programa realista que articule ese supuesto crecimiento que pronostican, se convierten en espacios que se repliegan y pierden la iniciativa, que decepcionan y generan mucha frustración, y esto lo sabemos por experiencia propia.

El anarquismo en la sociedad de las clases medias

Empezamos sin dudas: la clase obrera, los desposeídos, los abandonados, los perdedores, los colonizados, los esclavizados, los precarios, los marginados, los encerrados… siguen siendo el sujeto político con capacidad revolucionaria. Y lo son porque son más, porque tienen todo el potencial creativo y toda la potencia de choque para abolir este sistema y derrotar a sus guardianes. Lo tienen si se constituyen como clase concienciada y defienden sus intereses contraponiendo a este sistema de dominación y explotación: igualdad y libertad.

La cuestión es cómo avanzar en esta dirección en un momento como el actual. Ya hemos apuntado algunas cosas. Entender que la conciencia de clase, o su falta, no es una cuestión esencial de las personas y los grupos, sino el efecto de una intervención política. Nos toca por tanto crear conciencia de clase, aportar un análisis sistémico y combatir a los agentes políticos que generan confusión y desvían las luchas.

Lo segundo es entender que el sistema capitalista y la configuración de las clases medias (y esto lo explica muy bien Rodríguez) es un sistema en constante crisis y en una espiral cada vez más inclinada de resquebrajamiento. El sistema capitalista y su lógica, hacen imposible la integración efectiva de la suficiente población como para seguir impidiendo la proletarización y la toma de conciencia de grandes sectores de la población; al menos por estos métodos, veremos si optan por otros más violentos aún. El Estado no puede cubrir más puestos de trabajo de calidad, no puede seguir manteniendo la ficción de la meritocracia en un sistema educacional devaluado por el mercado, no puede seguir asegurando los servicios públicos y no tiene herramientas para defenderse del Capital, porque el Estado es una herramienta del Capital y, por tanto, al servicio de los intereses de una minoría insaciable.

Esto nos hace prever más descontento, más indignación y por consiguiente más conflictividad social. Nuestra tarea es convertir ese descontento en conciencia y esa conflictividad social en lucha de clases. Y por supuesto que nuestra tarea es construir, potenciar y apoyar espacios de autoorganización de los y las trabajadoras, pero esos espacios no son espacios físicos integrados en el sistema (o no solamente), son espacios que generen una fuerza social capaz de enfrentar el orden actual. No espacios al margen en territorios rurales, ni la toma de espacios urbanos que se convierten en una finalidad en sí misma. No espacios socialistas (que no podremos tenerlos si no vencemos) sino espacios anticapitalistas con potencial estratégico. No átomos, ni burbujas ni esferas, sino trabajadores autoorganizados, dotados de una estrategia con aspiración emancipadora y orientados hacia la victoria.

Para terminar, es necesario atender a los “operadores” del neorreformismo que tanto se esforzaron por conformar una alternativa parlamentaria que representase el descontento social. Si no los incluimos en nuestros análisis no podremos detectarlos en futuros momentos de lucha de clase. Si los obviamos del relato, la derrota parece de la clase trabajadora, y se entenderá como un suceso inevitable. En aquellas plazas se encontraba un movimiento amplio y potente pero desarmado contra las operaciones de burócratas y líderes populistas. No volver a enfrentar momentos con tanto potencial sin dicha experiencia y conocimientos es una de las principales tareas de los que luchamos por la emancipación real de este sistema de mierda.

Miguel Brea, militante de Liza.

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Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.